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PROCESO LECTOR
Si bien se pueden identificar
distintos métodos y tipos de lectura, que varían de acuerdo con el soporte
material de la información y a los propósitos que motivan la actividad lectora,
en general, el proceso mediante el cual leemos consta de cuatro pasos:
1. La visualización.
Percepción de sílabas o palabras sueltas de la información a través de la vista.
Visualmente la lectura no es una simple exploración continua del texto, sino una
sucesión de imágenes, cada una de las cuales fija visualmente un conjunto de
letras cada 25 milisegundos aproximadamente. La velocidad de desplazamiento es
relativamente constante entre unos y otros individuos, pero mientras un lector
lento enfoca entre cinco y diez letras por vez, un lector habitual puede enfocar
aproximadamente una veintena de letras.
2. La fonación.
Articulación oral consciente o inconsciente, se podría decir que la información
pasa de la vista al habla. Es en esta etapa en la que pueden darse la
vocalización y subvocalización de la lectura. La lectura subvocalizada puede
llegar a ser un mal hábito que entorpece la lectura y la comprensión, pero puede
ser fundamental para la comprensión de lectura de materiales como la poesía o
las transcripciones de discursos orales.
3. La audición. La
información pasa del habla al oído (la sonorización introauditiva es
generalmente inconsciente).
4. La cerebración. La
información pasa del oído al cerebro y se integran los elementos que van
llegando separados. Con esta etapa culmina el proceso comprensivo.
Los procesos
de lectura
Tal vez alguien piense que hubiese
sido deseable que, antes de empezar a hablar del lenguaje escrito, hubiéramos
presentado una descripción anatómica y fisiológica del sistema visual y manual
de los seres humanos, de la misma manera en que para el habla se presentó el
sistema articulatorio/auditivo en la Parte IV. Pero esto no se suele hacer con
los tratamientos lingüísticos sobre lectura y escritura, porque en el estado
actual de nuestros conocimientos, es muy poco lo que se puede decir. El estudio
de lo que ocurre cuando percibimos el lenguaje visualmente y lo procesamos es
muy reciente, y mientras que se sabe algo de las operaciones de procesamiento
que probablemente se producen, las correlaciones neuroanatómicas de dichos
procesos permanecen oscuras. Además, en principio tal vez sea poco lo que se
puede decir, dado que las estructuras del ojo y de la mano no parecen estar
biológicamente adaptadas para el lenguaje escrito de la misma manera que los
órganos vocales lo están para el habla (aunque esto no es demasiado
sorprendente, dado el desarrollo relativamente reciente de la escritura) En
consecuencia, la mayor parte de las investigaciones las llevan a cabo psicólogos
que se preocupan menos por la estructura y el funcionamiento del ojo, y más por
encontrar modelos de la manera «profunda» en que trabaja el cerebro cuando
procesa el lenguaje escrito.
Movimientos del ojo
Pero hay un asunto fisiológico que
ha llamado considerablemente la atención: la naturaleza de los movimientos del
ojo. Se pueden emplear varias técnicas para registrar dichos movimientos, como
la de pegar un espejo a una lentilla situada sobre la córnea: luego se puede
filmar un rayo de luz reflejado por el espejo. Utilizando estos métodos, los
investigadores han demostrado que los ojos trabajan juntos, y que cuando buscan
un objeto se mueven con una serie de rápidos movimientos bruscos, denominados
saccades (del francés, «el flamear de una vela»). Entre dos movimientos hay un
periodo de relativa estabilidad, conocido como fijación. Durante la lectura, los
ojos no siguen las líneas impresas de una forma uniforme y lineal, sino que
proceden a base de saltos y fijaciones. Normalmente hacemos 3 o 4 fijaciones al
segundo, aunque el ritmo y la duración pueden verse afectados por el contenido
de lo que se lee, y hay algunas variaciones según las lenguas.
Lo que ocurre durante la fijación tiene especial importancia cuando se estudia
el proceso de la lectura. Las células nerviosas que convierten la luz en
impulsos nerviosos se encuentran en la retina, en el fondo del ojo. La región
central de la retina, donde se concentran apretadamente las células receptoras,
recibe el nombre de fóvea. Ocupa unos 2º de ángulo de visión, y es la zona que
ofrece una visión más detallada, como la que se necesita para identificar formas
gráficas. Cuanto más lejos está un estímulo de la fóvea, menor es nuestra
capacidad de discriminación. El área parafoveal rodea la fóvea, y está rodeado a
su vez por la periferia. Estas zonas no participan tanto en la acción de leer,
pero tienen cierta importancia en la detección de patrones visuales mayores en
un texto.
Una secuencia de movimientos
oculares
Las fijaciones aparecen como
círculos, y el orden de los movimientos queda representado por las flechas; no
se dice nada acerca de la duración de cada fijación. En las fijaciones de la
oración «El vehículo casi aplastó a un peatón», tal como aparecen aquí, el
lector dedica la mayor parte del tiempo al principio de la oración. Nótese (i)
que la palabra un no recibe una fijación independiente (y posiblemente el
tampoco): (ii) la primera parte de la oración es examinada tres veces. Esta
clase de efectos requiere una explicación compleja, en la que los rasgos físicos
del texto (como la longitud de las palabras) interactúen con sus propiedades
semánticas.
El vehículo casi
aplastó a un peatón
Espacio perceptivo
¿Cuánto material lingüístico se
puede ver en una fijación? La mayoría de la información sobre el espacio de
percepción visual nos la da el uso del taquistoscopio; la persona presencia una
breve ráfaga de imágenes de letras o palabras, y luego comprueba cuántas puede
recordar. En una sola exposición de 1/100 de segundo generalmente se pueden
recordar 3 o 4 letras aisladas o 2 o 4 palabras cortas. Hay varios factores que
afectan al resultado, como son la distancia entre los estímulos y los ojos, y si
las letras o palabras están lingüisticamente ligadas.
No obstante, este método no reproduce lo que ocurre realmente durante la
lectura, donde las personas hacen varias fijaciones por segundo y no tienen que
decir qué es lo que han visto. Por consiguiente, se han puesto a prueba otros
métodos para estudiar el espacio perceptivo. En un estudio muy sofisticado se
incluía el uso de tecnología informática (K. Rayner & G. W. McConkie, 1977). Un
monitor del movimiento de los ojos iluminaba el ojo con luz infrarroja
invisible, y medía la cantidad de luz reflejada por ciertas partes de la
superficie ocular. Luego, a este equipo se le conectaba una computadora
programada para controlar la posición del ojo 60 veces por segundo y registrar a
dónde estaba mirando la persona y cuánto duraba cada movimiento de fijación. El
texto que había que leer aparecía en una pantalla controlada también por la
computadora, lo que permitía a los investigadores introducir cambios en ella
durante un período de movimiento ocular.
En otro experimento, se «mutilaba» un fragmento de un texto reemplazando las
letras con una x. Cuando los sujetos miraban el texto, el ordenador reemplazaba
automáticamente por las letras originales las x de una zona determinada
alrededor del punto central de visión. Esto creaba una «ventana» de texto normal
en la zona foveal del sujeto durante esa fijación. Cuando los ojos del sujeto se
movían, la ventana se volvía a reemplazar con las x y se creaba una ventana
nueva. El tamaño de la ventana estaba bajo el control del investigador: en la
tabla mostramos una ventana de 17 caracteres. Los sujetos no tenían dificultades
para leer en estas condiciones, a menos que la ventana se volviera demasiado
pequeña.
Mediante la utilización de ventanas de distintos tamaños y distintas
mutilaciones del texto, se pudieron sacar varias conclusiones sobre el espacio
perceptivo. La reducción del tamaño de la ventana disminuía la velocidad de
lectura de los sujetos, pero no afectaba a su capacidad de comprensión del texto
(a pesar de que todo lo que el lector podía ver eran nueve letras, poco más que
una palabra a la vez). El estudio indicaba que la información sobre las letras
utilizada por los sujetos no iba más allá de 10 y 11 posiciones a partir del
centro de visión, aunque se podía obtener la información sobre longitud y forma
de las palabras de mucho más lejos. Un estudio detallado mostró también que esas
zonas no eran simétricas alrededor del centro de visión: en el lado izquierdo,
la zona empleada durante una fijación se limitaba a cuatro posiciones de letras.
Se puede concluir que, al mirar un texto de tamaño medio desde una distancia de
30 cm,. los lectores normalmente no identifican más de dos o tres palabras
cortas (unas 10 letras) en cada fijación. Las unidades mayores no se pueden ver
«de una vez».
Ventanas de fijación
Una línea de texto en cuatro
fijaciones sucesivas, usando la técnica de Rayner y McConkie. Cada ventana tiene
un tamaño equivalente a 17 letras, es decir, ocho posiciones de letra a la
izquierda de la fijación, y ocho a la derecha.
Número de
fijaciones.
Texto
1
Xxxxhology means perxxxxxxxxx xxxxxxxxx xxxx xxxx xxxxxxx Xxxx xx
x
2 Xxxxxxxxxxxxxxs personality diaxxxxxx xxxx xxxx xxxxxxx Xxxx xx x
3 Xxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxx xiagnosis. from hanx xxxxxxx Xxxx xx x
4 Xxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxx xxxxxxxx xxxm hand writing. Xxxx xx x
TEORÍAS SOBRE CÓMO LEEMOS
Tras una fijación durante la
lectura, un patrón visual de rasgos gráficos es trasmitido a la retina y después
a través del nervio óptico, para que el cerebro lo interprete. Las etapas de
este proceso no se conocen bien, y se han propuesto varias teorías para explicar
qué ocurre cuando un lector lee con fluidez. Una de las razones de que éste sea
un campo tan controvertido es que resulta enormemente difícil obtener
información precisa sobre los acontecimientos que se producen cuando una persona
lee. De hecho, parece que es muy poco lo que ocurre, exceptuando los movimientos
de los ojos, que no explican cómo consigue el lector sacar un significado de los
símbolos gráficos. De la misma manera, si ponemos a prueba a una persona después
de que haya leído algo, puede que descubramos algo sobre qué ha leído, pero no
cómo lo ha leído. Además las situaciones experimentales tampoco resultan
necesariamente convincentes, porque se pide a los lectores que hagan cosas
anormales, y al analizar el comportamiento de personas con problemas de lectura
se pueden obtener resultados que no son aplicables a los lectores sanos.
Considerando las dificultades, no parece que el campo de investigación de la
lectura sea especialmente prometedor o atractivo. No obstante, es un área que ha
atraído a muchos investigadores, en parte gracias a su misma complejidad, y en
parte porque cualquier solución al problema de cómo leemos tendría una
aplicación inmediata en asuntos de alto interés social. Numerosos niños tienen
grandes dificultades para aprender a leer, y muchos nunca llegan a leer bien.
Los cálculos indican que entre un 10% y un 20% de la población de los Estados
Unidos es funcionalmente analfabeta. Cifras como ésta infunden una sensación de
apremio a la investigación de la lectura.
Aquí «leer» no significa sencillamente «leer en voz alta», algo que podría hacer
una máquina automática apropiadamente equipada, que no supiera lo que está
diciendo. «Leer» comporta fundamentalmente apreciar el significado de lo que
está escrito: leemos por el significado. Es este vínculo, entre grafémica y
semántica, lo que tiene que explicar cualquier teoría de la lectura.
¿LEER CON LOS OJOS O CON LOS
OÍDOS?
La mayoría de la gente, durante su
infancia, se ha enfrentado a la dificultad que supone aprender a leer. Un rasgo
importante de esta labor es que las palabras «se hacen sonar». Es como si leer
fuera posible sólo si los símbolos se escuchan, leyendo «de oído». Por
consiguiente, una de las teorías sobre la lectura sostiene que el paso fónico o
fonológico es un elemento esencial del proceso: se trata de la teoría de la
«mediación fónica». Este punto de vista implica que leer es un proceso lineal o
en serie, que se verifica letra por letra, en el que las unidades mayores se
construyen gradualmente.
La teoría alternativa sostiene que existe una relación directa entre la
grafémica y la semántica, y que el puente fonológico es innecesario (aunque se
dispone de él cuando se lee en voz alta). Las palabras se leen enteras, sin
desmembrarlas en una secuencia lineal de letras ni hacerlas sonar, leyendo «con
los ojos». Los lectores utilizan su visión periférica para guiar el ojo hacia
las partes de la página que probablemente contienen más información. El
conocimiento de la lengua y la experiencia general les ayudan a identificar
letras o palabras críticas en una sección de texto. Este muestreo inicial les
permite imaginar de qué manera habría que leer el texto, y utilizar su
conocimiento general para «adivinar» el resto del texto y llenar los huecos.
Según este criterio, un texto es como un problema que hay que resolver empleando
hipótesis sobre su significado y estructura.
Lectura conjunta
Pérez ha aprendido por su cuenta a
leer las letras rusas, pero no ha tenido tiempo de aprender el idioma. A Bronski
le criaron hablando ruso, pero nunca aprendió a leerlo. Un día, Bronski recibe
una carta de un pariente. Como no la sabe leer, se la enseña a Pérez. Pérez no
puede entender lo que pone. Pero no hay problema. Pérez lee las palabras en
alto, y Bronski las reconoce y las interpreta. Está satisfecho. Pero ¿quién está
«leyendo»?
Los argumentos a favor y en contra
de estos dos puntos de vista son complejos y polifacéticos, al derivar de los
resultados de un gran número de experimentos sobre aspectos del comportamiento
en la lectura. Algunas de las cuestiones que han sido planteadas están resumidas
abajo.
A favor del oído
-
Asociar grafemas y fonemas es un proceso
natural que no se puede evitar cuando se aprende a leer.
-
Las letras se reconocen muy deprisa (unos
10/20 msec. por letra), lo que basta para dar razón de la velocidad media de
lectura (aproximadamente 250 palabras por minuto). Esta velocidad es similar
en la lectura silenciosa y en la oral (aunque la segunda es ligeramente más
lenta, presumiblemente por razones articulatorias), y se acerca a las normas
de habla espontánea.
-
Los estudios estadísticos de frecuencia de
palabras demuestran que la mayoría de las palabras de un texto tienen una
frecuencia muy baja, y algunas aparecen sólo una vez dentro de fragmentos
largos, mientras que otras podrían resultar completamente nuevas para un
lector. Por lo tanto los lectores no pueden construir demasiadas expectativas
sobre un material así, y tendrán que descodificarlo fonológicamente. Entra
dentro de la experiencia cotidiana el hecho de romper en fonemas o (más
habitualmente) en sílabas cualquier palabra nueva larga: basta con probar con
picomalesefeso para verificarlo.
-
Cuando una persona lee algo difícil, suele
mover los labios, como si la fonología fuera necesaria para facilitar la
comprensión. Puede que existan otros movimientos sub-vocales que hasta ahora
no han sido observados.
-
No es fácil ver de qué manera puede explicar
la teoría «del ojo» las numerosas variaciones de tipos de imprenta y de
caligrafía. No obstante somos capaces de leer estas variaciones con bastante
rapidez, incluso en situaciones experimentales(empleando formas como BoTe).
-
Leer con los ojos sería un asunto muy
complicado. Cada palabra tendría que tener una representación ortográfica
separada en el cerebro, junto con un proceso separado de recuperación. No
resulta una explicación muy parca.
A favor de los ojos
-
Las personas que leen con fluidez no se
confunden con homófonos como valla y vaya. La fonología no puede ayudar en
estos casos. Además, en palabras inglesas como tear no hay manera de decidir
cuál es la pronunciación apropiada hasta después de que el lector haya
seleccionado un significado (“llorar” o “desgarrar”).
-
En un tipo de desorden de lectura («dislexia
fonológica»), las personas pierden la capacidad de transformar letras aisladas
en sonidos; son incapaces incluso de pronunciar sencillas palabras sin sentido
(por ejemplo poz). Pero sí son capaces de leer palabras reales, lo que
demuestra que tiene que existir una vía no fonológica desde el texto impreso
al significado.
-
La teoría «del oído» no explica cómo pueden
leer algunas personas a velocidades muy altas, que pueden superar 500 palabras
por minuto. Los ojos sólo pueden abarcar un número determinado de letras cada
vez. La lectura rápida resulta menos problemática para la teoría «de los
ojos», puesto que sólo requiere que los lectores aumenten el muestreo a medida
que aumentan la velocidad.
-
En los experimentos de exposición breve, las
personas identifican más deprisa las palabras completas que las letras
aisladas. Por ejemplo, si se muestra BAR, BIS, A, I, IBS, etc. a los sujetos,
y se les pregunta si acaban de ver A o I, los resultados son mejores con las
palabras conocidas. Se trata del efecto de «superioridad de las palabras».
-
El hecho de que haya sonidos diferentes que se
escriben igual, y letras distintas que se pronuncian de forma idéntica,
complica el criterio fonológico. Además, algunas reglas ortográficas no
parecen guardar relación con la fonología: -skr, por ejemplo, es aceptable en
la pronunciación inglesa, pero no aparece en la escritura.
-
Se han observado varios efectos que indican
que en la lectura tiene que intervenir algún proceso de nivel más alto. Los
experimentos han demostrado que es más fácil reconocer las letras en palabras
reales que en palabras sin sentido. Los errores tipográficos a veces no se
perciben cuando se está leyendo un texto (es el problema de los correctores de
pruebas). Los errores que comete una persona que lee con fluidez el leer en
voz alta suelen ser sintáctica o semánticamente apropiados: se cometen pocos
errores inducidos fonológicamente.
¿Solución de compromiso?
Es evidente que ninguna de las
teorías explica todos los aspectos del comportamiento en la lectura: es probable
que las personas utilicen las dos estrategias en distintas etapas del
aprendizaje y en el manejo de distintas clases de problemas en la lectura.
Evidentemente, el planteamiento «auditivo» (denominado a veces teoría «de abajo
a arriba» o teoría «fenicia», por su relación con la unidades básicas que
constituyen las letras) es muy importante en las primeras etapas. Es posible que
tras varias exposiciones a una palabra llegue a establecerse una trayectoria
directa señal impresa-significado. Pero el planteamiento «ocular» (llamado veces
teoría «de arriba a abajo» o teoría «china», por su relación con la unidades que
constituyen las palabras completas) es necesaria sin duda para explicar la mayor
parte de lo que ocurre durante la lectura fluida de un adulto.
Habría que destacar que algunos de los argumentos que se nos vienen a la mente
en relación con este punto no apoyan claramente ninguna de las teorías. Por
ejemplo, se ha afirmado que las personas completamente sordas de nacimiento, que
han aprendido a leer posteriormente, constituyen claramente un elemento a favor
de la teoría «ocular»: en estos casos, no se puede disponer de un puente
fonológico. No obstante el hecho de que esas personas tengan grandes
dificultades para aprender a leer podría interpretarse, después de todo, como un
indicio de la importancia de la mediación fonológica. De igual forma, la
existencia del kanji chino y japonés, se ha puesto aveces como prueba de la fase
fonológica es innecesaria. Pero también en este caso las pruebas son ambiguas.
Parece que los sistemas logográficos son difíciles de aprender; de hecho, pocos
usuarios llegan a dominar 4.000 símbolos, de los aproximadamente 50.000 que
existen. Por otra parte, se sabe muy poco del tipo de dificultades que se
encuentran al aprender los símbolos kanji, y los grados de conocimiento que
existen en el uso de los sistemas logográficos.
UN MODELO COMBINADO
Incorpora algunos de los
descubrimientos del trabajo experimental del que se habla en esta sección. Se
basa en la teoría del psicólogo británico John Morton (1933- ), pero ignora
varios rasgos detallados de dicho modelo (especialmente en el lado de la
producción) y no utiliza su terminología distintiva, en que las unidades de
reconocimiento de las palabras reciben el nombre de logogenes.
1. Las palabras conocidas se analizan visualmente, se reconocen, y se
les asigna un significado. Su forma hablada puede recuperarse desde el sistema
de producción, que puede ser activado por el significado (comprendiendo lo que
se lee) o directamente por lo patrones visuales (sin comprender lo que se lee).
2. Las palabras desconocidas se analizan visualmente, y luego pueden ser
analizadas fonológicamente (conversión de letra a sonido). El patrón sonoro
resultante se puede volver a relacionar con el sistema de reconocimiento
auditivo de palabras, para ver si nos «suena».
Como sucede con la mayoría de las
oposiciones teóricas, hacen falta elementos de ambos planteamientos para
explicar los descubrimientos experimentales. Por consiguiente, se han creado
varios modelos «de compromiso», que integran todos los rasgos de la teoría
«auditiva» y de la «ocular». Algunos de estos modelos son extremadamente
complicados, y presentan numerosos componentes y trayectorias, pero eso era de
esperar. A pesar de las claras señales visuales que proporciona el lenguaje
escrito, aprender a leer es un proceso complicado, y sólo una teoría
convenientemente sofisticada podrá explicarlo.
¿Por qué es difícil?
¿Por qué leer y escribir resultan
cosas tan distintas? En parte se debe a que las habilidades activas o de
producción son más difíciles de adquirir que las pasivas o receptivas. Escribir
correctamente es un proceso consciente y deliberado, que requiere un
conocimiento de la estructura lingüística y una buena memoria visual, para
manejar las excepciones y las irregularidades de la escritura. Se puede leen
atendiendo de manera selectiva a los rasgos del texto, fijándose en unas pocas
letras e intuyendo el resto. No se puede escribir de este modo: el que escribe
debe reproducir todas las letras.
Naturalmente, la gravedad de los problemas relacionados con la ortografía es
directamente proporcional al grado de alejamiento que las convenciones gráficas
de una lengua muestren con respecto a su sistema fonológico. En ciertas lenguas
la situación es especialmente complicada: piénsese que, por ejemplo, en inglés,
una forma de sonido podría, en principio, representarse en la escritura de tres
formas diferentes: sheep, sheap y shepe.
En cualquier caso, las diferencias entre lectura y escritura no pueden
explicarse simplemente sosteniendo que la escritura es «más difícil», ya que
esto no daría cuenta de fenómenos como el de los niños que escriben mejor de lo
que leen. Las dos capacidades parecen más bien ir asociadas a estrategias de
aprendizaje diferentes. Mientras que le lectura implica el establecimiento de
lazos directos entre expresión gráfica y significado, la escritura contiene, al
parecer, un componente fonológico obligatorio. El estudio de los errores
ortográficos demuestra que aprendemos a escribir y deletrear estableciendo
asociaciones entre grafemas y fonemas, y no simplemente partiendo del aspecto
visual de las secuencias de grafemas. Las estrategias visuales pueden ser
importantes; por ejemplo, con las palabras de ortografía irregular, en las que
una estrategia fonológica no sirve, la gente suele probar varias formas
ortográficas diferentes para ver cuál tiene el «aspecto» correcto. Pero
normalmente son los signos de actividad fonológica los que destacan -como cuando
los niños trabajosamente escriben G - A - T - O y repiten los nombres de las
letras mientras las escriben, o cuando los adultos repiten en voz alta las
palabras (sobre todo las complicadas) al escribir.
¿Pro qué se da esta preferencia por la fonología? Quizá porque la escritura
implica una habilidad consciente para formar secuencias lineales de letras -una
habilidad que funciona habitualmente al procesar las sartas lineales de fonemas
del habla, pero que no está presente en el reconocimiento de patrones visuales
(requerido en la lectura de palabras enteras). Para escribir correctamente,
necesitamos al mismo tiempo esta conciencia fonológica (para manejar los
esquemas ortográficos regulares) y un buen conocimiento de tipo visual (para
tratar las excepciones). Los que escriben mal, al parecer, carecen de esta doble
destreza.
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