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LA ALTA EDAD MEDIA
por Malkom Parkes Guglielmo Cavallo, Roger Chartier en Historia de la Lectura en el mundo occidental La alta Edad Media heredó de la Antigüedad una tradición de lectura que abarcaba las cuatro funciones de los estudios gramaticales (grammaticae officia): lectio, emendatio, enarratio y iudicium. La lectio era el proceso por el cual el lector tenía que descifrar el texto (discretio) identificando sus elementos -letras, sílabas, palabras y oraciones- para poder leerlo en voz alta (pronuntiatio) de acuerdo con la acentuación que exigía el sentido. La emendatio -un proceso que surge como consecuencia de la transmisión de manuscritos- requería que el lector (o su maestro) corrigiera el texto sobre la copia, por lo que a veces sentía la tentación de «mejorarlo». La enarratio consistía en identificar (o comentar) las características del vocabulario, la forma retórica y literaria, y, sobre todo, en interpretar el contenido del texto (explanatio). El iudicium era el proceso consistente en valorar las cualidades estéticas o las virtudes morales o filosóficas del texto (bene dictorum conprobatio). El lector había heredado también de la Antigüedad tardía un corpus de conocimientos gramaticales que servían más para facilitar el proceso de leer que para despertar el interés en el propio lenguaje. La rigidez de esta aproximación al lenguaje se prolongó durante mucho tiempo a causa de la creencia de que el hombre debía ocuparse de la lengua en que estaba escrita la palabra de Dios, así como por la tendencia a aceptar la existencia de diferentes sistemas lingüísticos como una consecuencia inevitable de la Torre de Babel.. Las gramáticas tradicionales consideraban la palabra como un fenómeno lingüístico aislado, utilizando criterios morfológicos para establecer un conjunto de clases de palabras llamadas «partes de la oración». Estas gramáticas presentaban y analizaban los paradigmas de formas asociadas («declinaciones y conjugaciones») y las relaciones sintácticas superficiales entre las palabras en la construcción de oraciones («concordancia»). De este modo las gramáticas eran de gran ayuda para el lector, facilitándole el análisis del texto y la identificación de los elementos de la lengua latina, que proporciona una gran cantidad de información morfológica por medio de temas y flexiones. Dicha ayuda resultó valiosísima durante los primeros años de este periodo, cuando los manuscritos se copiaban todavía en scriptio continua, es decir, sin separación de palabras ni indicación de pausas dentro de los párrafos.
Los maestros y escritores
cristianos aplicaron esta tradición de la enseñanza gramatical a la
interpretación de las Escrituras y, como consecuencia de ello, la educación
religiosa y la literaria estuvieron íntimamente ligadas a todos los niveles.
Esta situación era distinta de la que se daba en la Antigüedad pagana, donde
los círculos culturales más elevados estaban reservados a una élite social. En
esta nueva situación se exhortaba a la lectura a todos los cristianos
alfabetizados, pero «a aquellos que aspirasen a llamarse monjes no se les podía
permitir que permaneciesen en la ignorancia de las letras». Como más tarde
señalaría Dhuoda, en un tratado escrito para su hijo, leyendo libros se aprende
a conocer a Dios. El estímulo para la lectura pasaba a ser entonces la salvación
del alma, y este poderoso aliciente se reflejaba en los textos que se leían. El
libro de lectura elemental, y el catón de los niños, pasó a ser el salterio
(cuyo conocimiento sirvió durante siglos para comprobar si alguien sabía leer y
escribir). Para aquellos que aprendían mejor de los ejemplos que de los
preceptos había vidas de santos que caracterizaban los ideales cristianos. Para
otros, un nuevo programa de textos conducía a los libros catholicos -el estudio
de la divinidad-, que ayudaban al lector a formular la correcta interpretación
de la palabra de Dios como alimento para su propia alma. «En los comentarios a
las Escrituras aprendemos cómo habría que adquirir y conservar la virtud, y en
los relatos de milagros vemos cómo se manifiesta aquello que se ha adquirido y
conservado. Los estudios gramaticales y otros textos estaban subordinados a este
propósito, y se utilizaban para perfeccionar el conocimiento de la latinidad.
San Isidoro observó que «las enseñanzas de los gramáticos pueden incluso
resultar provechosas para nuestra vida, siempre que se sepan usar para buenos
fines». DE LA LECTURA ORAL A LA LECTURA SILENCIOSA
Otra novedad fue el cambio de
actitud hacia el propio acto de leer. En la Antigüedad se insistía en la
expresión oral del texto -lectura en voz alta articulando correctamente el
sentido y los ritmos-, lo cual reflejaba el ideal del orador predominante en la
cultura antigua. La lectura en silencio tenía por objeto estudiar el texto de
antemano a fin de comprenderlo adecuadamente. El antiguo arte de leer en voz
alta sobrevivió en la liturgia. En el siglo VII san Isidoro estableció los
requisitos que debían cumplir quienes ocupasen el cargo de Lector en la iglesia:
Sin embargo, a partir del siglo VI observamos que se empieza a conceder más importancia a la lectura en silencio. En la Regla de San Benito encontramos referencias a la lectura individual y a la necesidad de leer para uno mismo con el fin de no molestar a los demás. Puesto que ese tipo de lectura debía ser supervisada para garantizar que el lector no se relajase ni se distrajera, de ello se deduce que la lectura en silencio no era infrecuente en esas circunstancias. Si bien san Isidoro había establecido los requisitos para la lectura en voz alta en la iglesia, también consideró la preparación para el oficio de lector como una etapa inicial de la educación eclesiástica. Él mismo prefería la lectura en silencio, que permitía una mejor comprensión del texto, porque (afirmaba) el lector aprende más cuando no escucha su voz. De este modo se podía leer sin esfuerzo físico, y al reflexionar sobre las cosas que se habían leído, éstas se caían de la memoria con menos facilidad.
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Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |