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EL LIBRO COMO
INDUSTRIA CULTURAL
Pensar en el libro desde el punto de vista de su inserción en el conjunto de las industrias culturales (1) supone confrontar dialécticamente los enfoques propios de la esfera industrial con los que se derivan del ámbito cultural (*). Se trata, por consiguiente, de poner cara a cara las eficiencias industriales/empresariales/económicas con las eficiencias culturales/sociales. De ese modo, el marco social e institucional en el que se inscriben las industrias culturales puede ser analizado y criticado con una mayor riqueza de matices, pudiéndose proponer políticas comprehensivas de toda la gama de ámbitos en los que tienen influencia las industrias culturales. En las siguientes páginas se trata de mostrar cómo, en esa intersección de lo industrial/económico con lo cultural/social, propia de las industrias culturales, el libro presenta peculiaridades dignas de ser resaltadas; peculiaridades cuyo análisis puede servir de guía para la proposición de modificaciones del marco social e institucional en el que se inscriben las industrias culturales. EL ESPACIO ECONOMICO DEL LIBRO EN LAS INDUSTRIAS CULTURALES El libro no representa una porción marginal del volumen de negocios total de las industrias culturales. Por el contrario, como se puede comprobar en la tabla 1, las cifras de negocio del libro alcanzan prácticamente una cuarta parte de lo que suman todas las industrias culturales, cifra que a su vez representa un 2,2 por ciento del PIB en 1991 (57,7 billones de pesetas).De ese modo, los ingresos de las industrias culturales construidas alrededor de la lectoescritura suman casi dos terceras partes del total de ingresos de las industrias culturales, lo que sirve para cuestionar la visión crepuscular de la galaxia Gutemberg.
En la tabla 4 se puede observar la importancia que para la industria audiovisual representan los gastos indirectos -publicidad y las subvenciones-, mientras que la del libro se apoya fundamentalmente en el gasto directo de los consumidores. De hecho, casi la mitad del gasto cultural directo de cada español se realiza en la industria del libro. De las 16.181 pts./persona gastadas directamente en 1991, 13.036 lo fueron en el soporte papel, privilegio de la lectoescritura. De cada 100 pesetas invertidas por los españoles directamente en las industrias culturales, 78 lo fueron en escritura sobre papel; incluso si se le añaden los gastos ocasionados por la compra de equipos audiovisuales, el gasto en papel sigue siendo mayoritario sobre el realizado en otros soportes en una proporción 57/43.
EL ESPACIO SOCIAL DEL LIBRO ENTRE LAS INDUSTRIAS CULTURALES
En la esfera de lo social el libro se encuentra en una posición
paradójica dentro de las industrias culturales. Por un lado, sigue siendo la
industria cultural con una mayor respetabilidad, la que ofrece las mayores
garantías de veracidad, profundidad y capacidad de archivo y sedimentación.
Pero, al mismo tiempo, es la que atrae una menor atención por parte del conjunto
de los consumidores.
A pesar de que las metodologías de obtención de datos en cada industria y cada país son algo diferentes, es destacable la similitud de los órdenes de magnitud en las cifras globales. A la vista de las mencionadas cifras no es de extrañar que se haya calificado al audiovisual y, en particular, a la televisión como el corazón del modo de vida de la sociedad industrial. Las 3 horas y 38 minutos que dedicó el español medio a la televisión diariamente durante 1991 sitúan a esta actividad por encima de cualquier otra salvo el sueño. Muy por encima incluso de las horas dedicadas al trabajo remunerado, unas 1.800 por trabajador al año, en el caso de que se repartan entre toda la población a efectos de hallar la media. Claro está que la tabla anterior ha de ser matizada cualitativamente. Primero, por las exigencias diferenciales de cada modalidad del uso y consumo cultural; segundo, porque no se debe traducir homogéneamente el tiempo dedicado a cada industria con la cantidad asimilada de información y conocimientos; y, tercero, porque cada actividad cultural tiene un significado distinto para el pensamiento humano y el proceso de reflexión. Para acabar de situar al libro en el panorama social de las industrias culturales es conveniente ofrecer los datos de las audiencias que tiene cada una de ellas, entendiendo por audiencia, como extensión del término utilizado en los medios de comunicación audiovisual, los volúmenes de población que utilizan consumen cada producto de la industria cultural.
Fuente: Encuestas del Estudio General de Medios para los seis primeros grupos y estimación propia para el libro a partir de la población que se declaraba lectora en la Encuesta de equipamientos, prácticas y consumos culturales de los españoles. 1990 del Ministerio de Cultura. Hay que hacer la advertencia de que las preguntas de ambos cuestionarios no son homogéneas y sus comparaciones han de aceptarse con prudencia. En consecuencia, se puede formular la paradoja de la universalidad de las industrias culturales de la siguiente manera: la lectura, que es en teoría casi universal por el grado de alfabetización alcanzado en la sociedad española, es hoy una actividad relativamente minoritaria, mientras que la práctica cultural que requiere un equipo más voluminoso y costoso, la televisión, se ha convertido en universal. De la Encuesta de equipamientos, prácticas y consumos culturales de los españoles. 1990 (Ministerio de Cultura, 1991) se deduce que el 98,7 por ciento de los hogares españoles contaban con receptor de televisión, mientras que el 14,5 por ciento no tenían ni un solo libro. LAS PECULIARIDADES INDUSTRIALES/ECONOMICAS DEL LIBRO Las barreras de entrada: el libro abierto
La primera característica diferencial del libro en relación a las
demás industrias culturales es lo relativamente bajas que son las barreras para
la entrada de nuevos actores en su fase de fabricación o edición. Claro está que no basta con entrar al negocio fabricando un libro, sino que hace falta distribuirlo y venderlo, y es precisamente en estas fases en donde se produce un nuevo filtrado de actores que complementa las barreras establecidas para la edición. Como muestra del diferencial del libro respecto a las demás industrias culturales en cuanto a las barreras de entrada, conviene repasar las grandes cifras de la oferta y la demanda de mercancías culturales que se ofrece en la siguiente tabla.
Entre las consecuencias de esa relativa facilidad de entrada que
ofrece el sector destacan la proliferación de nacimientos y defunciones de
editoriales y, parcialmente, el número de títulos nuevos que entran cada año al
mercado, con el consiguiente incremento en la complejidad del tratamiento de la
oferta en la distribución y en la comercialización de libros. Como consecuencia
complementaria a lo anterior, la concentración de la demanda del libro resulta
ser mucho mayor que la del resto de las industrias culturales. "Como las industrias del cine y de la televisión por cable, la edición es un campo en donde los costes fijos son elevados y superan ampliamente a los costes variables. (...) los costes fijos alcanzan el 89 por ciento del total de costes en las ediciones de bolsillo de los Estados Unidos. Los costes unitarios de los libros de bolsillo son bajos y necesitan cifras de venta importantes para amortizar los elevados gastos de distribución y promoción. Por tanto,un éxito de librería se traduce de manera espectacular en los resultados económicos; en el momento en que sus costes fijos están cubiertos, cada ejemplar vendido es una ganancia neta para el editor". "Para encarar la importancia de estos costes fijos y, también, los riesgos elevados que hoy presiden generalmente el lanzamiento de un producto cultural, los editores multiplican las fórmulas para garantizar la aparición de best-sellers, recurren a la utilización de instrumentos de estudio del mercado y, sobre todo, lanzan un número creciente de títulos al mercado. Esta multiplicación de lanzamientos trata de descubrir la pepita rara que, por sí misma, permita ocultar los fracasos anteriores". No acaban con lo dicho hasta ahora las peculiaridades estructurales del sector del libro respecto al resto de las industrias culturales. Se da, por ejemplo, un mayor peso económico de los catálogos de las editoriales en relación al peso de los catálogos de otras industrias culturales. La imagen de las editoriales es un activo esencial en esta industria que resulta válida para todos sus segmentos, desde los fascículos hasta las colecciones de literatura o las series de especialización científica.
Otro elemento de diferenciación es el de lo que se puede denominar caducidad del producto. Frente al audiovisual, con su secuencia de comercialización de una película (Salas de cine-vídeo-canales de pago-televisión libre), el libro y también el disco carecen casi por completo de mercados secundarios que contribuyan a una comercialización más ajustada a la producción. Además, la avalancha de títulos, que las librerías en su organización actual no pueden digerir, contribuye a la caducidad acelerada de los libros, cuya presencia en las librerías se va acortando. El ciclo de rotación de novedades se reduce ya a unas pocas semanas y los títulos vivos en catálogo corresponden a la producción de sólo cinco años. De ese modo, el diferencial de caducidad del libro respecto al resto de industrias culturales disminuye. Todas estas variaciones en el interior de las industrias culturales entroncan con la distinción entre mercancías y flujos culturales. En la discusión planteada teóricamente sobre la existencia de varios modelos explicativos de las industrias culturales, se acepta aquí que existe una línea divisoria entre lo que son mercancías culturales propiamente dichas (libros, discos, vídeos, películas) y lo que son flujos informativos/culturales (medios de comunicación), pues de ese modo cabe desmenuzar algunas de las características diferenciales del libro. Reelaborando el esquema propuesto por Bernard Miège (3), los rasgos de esas dos grandes categorías son:
En ese modelo lo importante no es establecer la división entre
unas industrias culturales y otras, sino comprender el gradiente de la
transición entre los rasgos de una categoría y los de la otra. El libro puede
situarse cómodamente en la posición más alejada de la categoría de flujos
culturales, y la televisión puede hacer lo mismo en el polo opuesto a la
categoría de mercancías culturales. La independencia publicitaria del libro De todo ese esquema de características en gradiente, el peso de la financiación publicitaria en los ingresos de las distintas industrias culturales es muy revelador de la posición peculiar en la que se sitúa el libro y que, como se comentará luego, tiene significativas repercusiones no sólo económicas, sino también culturales.
Es frecuente considerar a la publicidad como una de las
industrias culturales, pues efectivamente coincide con éstas en la naturaleza
creativa de parte del trabajo que absorbe y en la producción de prototipos. Sin
embargo existen otras razones para analizar la publicidad al margen de las
industrias culturales, como una rama de los servicios que, eso sí, permite la
financiación de los medios de comunicación y modifica las condiciones de
competitividad de los productos y servicios generados en el resto de las
actividades económicas.
La tabla anterior no deja lugar a dudas sobre la singular independencia del libro respecto a la financiación publicitaria en el panorama de las industrias culturales. Además permite establecer un marco de referencia para encuadrar la importancia de las subvenciones en cada una de dichas industrias, terreno en el que no se pretende incidir en este artículo. Entre las consecuencias de tipo económico que se deducen de dichas cifras es destacable la mayor estabilidad que presenta un sector, como es el del libro, no sujeto a los ciclos y a las peculiaridades del desarrollo de un agente financiador externo, sino únicamente a la evolución de las condiciones sociales y económicas del país. El libro como excepción en el balance exterior Una última singularidad económica que presenta el libro en España respecto al conjunto de las industrias culturales es la de que arroja cifras positivas en el balance exterior, aunque no de la magnitud suficiente para compensar el déficit acarreado por el audiovisual. En efecto, la industria audiovisual tuvo en 1990 un balance exterior negativo cercano a los 24.000 millones de pesetas, cifra que viene creciendo inexorablemente a lo largo de toda la década. A esa cantidad se podría sumar los 51.000 millones de pesetas adicionales que supuso la diferencia entre la venta y la compra de equipos audiovisuales en el extranjero durante el mismo periodo, lo que elevaría a 75.000 millones de pesetas el déficit comercial sólo en la industria audiovisual. Frente a esas enormes cifras negativas, el libro mantiene tradicionalmente un balance positivo aunque decreciente que ascendió, en ese mismo año de 1990, a 11.000 millones de pesetas. Estas últimas cifras no incluyen los ingresos del sector percibidos como derechos de autor o de edición, que seguramente incrementarían el balance positivamente, a pesar de que de los títulos editados, por ejemplo en 1991, un 24 por ciento corresponda a traducciones. La falta de los mencionados ingresos hace muy difícil realizar una valoración de las tendencias, sobre todo en la segunda parte de los ochenta, de debilitamiento de las exportaciones y de fortalecimiento de las importaciones, que quedan reflejadas en la siguiente tabla.
La importancia de esta singularidad del balance exterior va más allá de su valor cultural y directamente económico, pues el libro es también embajador de servicios y productos de otras actividades económicas que resultan sinérgicas con él. En el plano internacional también es significativo que, frente al dominio estadounidense en la industria audiovisual, el poder en la industria del libro se encuentra más repartido entre aquel país y Europa. El fuerte mercado interior europeo, a pesar de sus diferencias lingüísticas, ha servido de plataforma suficiente de lanzamiento que ha aprovechado coyunturas favorables como la de la bajada del dólar para el establecimiento de los grupos editoriales europeos al otro lado del Atlántico. LAS PECULIARIDADES SOCIALES/CULTURALES DEL LIBRO (1) Concentración e individualidad: las exigencias diferenciales del libro
La televisión, la radio y la música grabada se han convertido en
muchos lugares en una presencia permanente, constituyendo en buena medida un
ruido de fondo que acompaña y se solapa con todo tipo de actividades humanas.
Muestran con ello que admiten dos tipos extremos de relación con sus lectores:
la de comunicación y atención intensas, concentradas, y la de disolución
comunicativa en un entorno de amplios estímulos. Estas dos exigencias del libro -la concentración y la individualidad-, diferenciales respecto a las demás industrias culturales han sido sintetizadas por José Avello Flórez (4): - Individualidad: "la lectura del libro no puede ser grupal, como la recepción de radio o televisión. Es una actividad personal que no se puede compartir, sino sólo repetir; separa e individualiza a los receptores que reconstruyen representaciones de lo leído (...)". - - Concentración: "la lectura de libros exige concentración y exclusividad en la acción. Requiere una atención exclusiva y continuada; no admite la atención fragmentada de los otros medios, ni permite hacer simultáneamente otra cosa. Exige, por tanto, tiempo disponible, dedicación." Estas necesidades de concentración e individualidad son en realidad armas de doble filo para el libro: le abren caminos exclusivos de conocimiento pero le cierran posibilidades concretas de expansión .Paradójicamente, en unas sociedades en las que en teoría ha venido aumentando el tiempo disponible para las actividades culturales y en donde se ha exacerbado el consumo individualizado, las exigencias de concentración e individualidad del libro le han situado en inferioridad de condiciones respecto a industrias culturales más adaptadas a los valores sociales dominantes: competencia, velocidad, consumo, etc. En cualquier caso, los hechos parecen mostrar que los bienes ofrecidos por las industrias culturales no son percibidos como alternativos entre sí. En la más sólida encuesta británica sobre hábitos de consumo de libros, Books and the Consumer. 1991 (Book Marketing Limited/British Market Research Bureau), se mencionan los siguientes datos: "Se ha encontrado una fuerte correlación entre la compra de libros y la de videogramas (una correlación similar se ha encontrado entre compradores de videogramas y espectadores cinematográficos). La encuesta refleja que el 31 por ciento de los compradores de libros también compran vídeos -una proporción superior a la de la población en su conjunto- y que el 90 por ciento de los compradores de vídeos también lo son de libros" (5).
Lo mismo se podría decir de otras ofertas ajenas a las industrias
culturales que compiten con el libro. La faceta recreativa del libro, sobre todo
los segmentos del libro más directamente relacionados con el disfrute de la
lectura y menos con el acopio de información, concurre con una inmensa relación
de posibilidades de educación y entretenimiento tanto en el hogar como en
lugares públicos. Sin embargo, no se trata tanto de que unas actividades sustituyan a otra, pues no son sustituibles por ser diferentes, sino de que unas actividades encajan mejor en los parámetros sociales dominantes. En un entorno en el que el consumo y la satisfacción inmediata están a la orden del día, la lectura tiene un inconveniente de partida: la práctica y la disciplina que requiere para alcanzar un nivel adecuado de disfrute. Si, como se ha mostrado antes, la lectoescritura tiene unas exigencias particulares en relación a otras industrias culturales, es la atención y el apoyo social a la verificación de las mismas lo que puede generar un fortalecimiento del espacio propio del libro. Además de dignificar socialmente, la lectura no es sustituible, ofrece un entretenimiento o modelos de reflexión y asociación distintos. Pero todo ello puede ser un esfuerzo baldío si no se procura la modificación de los parámetros sociales dominantes en los que fricciona el libro. Para finalizar este discurso sobre las exigencias diferenciales del libro en relación a las industrias culturales, cabe mencionar una falta de exigencia: la de no requerir la intermediación de un equipo de reproducción de los contenidos, al menos en lo que se refiere al libro impreso. Este hecho confiere al libro valores singulares en la esfera de lo social como son la autonomía y la versatilidad tanto en las circunstancias de uso (tiempo y lugar), como en los modos de utilización (inmediatez, selección, velocidad, vuelta atrás, hojeo) y en las tipologías de publicación (calidades, formatos, ilustraciones). Autonomía y versatilidad que deben ser tenidas en cuenta a la hora de plantear políticas y objetivos sociales relativos a las industrias culturales. Consecuencias culturales de la economía del libro
El primer rasgo singular de la economía del libro, la facilidad
de entrada a la edición, tiene evidentes consecuencias culturales en la medida
en que el libro se convierte con ello en expresión de la riqueza cultural, de la
apertura social a nuevas ideas; en registro de valores y conocimientos que no
tienen cabida en otras industrias culturales. Si las barreras de entrada se
hicieran más rígidas el libro dejaría de reflejar y propiciar algunas parcelas
de la diversidad cultural. "Casi inevitablemente, el proceso de creación de cultura adoptaba cada vez más los métodos de mercado y las características estructurales de organización del resto de la producción capitalista". De ese modo, el carácter diferencial del libro en el proceso de mercantilización de las industrias culturales se deriva de la falta de ataduras que tiene respecto a ese segundo nivel de mercantilización que representa el dominio publicitario. El resultado es que el libro presenta unas condiciones de mayor apertura que las industrias culturales dominadas por la publicidad, en donde se dobla el filtro mercantil de los contenidos y se mezclan éstos con las puras llamadas del mercado. Las dos facetas diferenciales señaladas, las débiles barreras de entrada y la independencia publicitaria, dan al libro un papel singular en la configuración ideológica de la sociedad, configuración a la que contribuyen las industrias culturales. Como dice Ramón Zallo (8), "la comunicación y la cultura constituyen un campo peculiar de producción, dada la naturaleza del trabajo que requiere y los procesos de trabajo necesarios para la producción de prototipos reproducibles o difundibles, en permanente renovación, de demanda aleatoria y con una eficacia social que va más allá del mero consumo, para ser parte de los valores que cohesionan el tejido social". O dicho de otra manera, en el conjunto de mecanismos que permiten la identificación con el modo de vida y las estructuras de poder vigentes, las industrias culturales cumplen el papel esencial de generar y simular -siguiendo a Baudrillard- una particular imagen o visión del mundo. Las industrias culturales son así partícipes y artífices de lo que Antonio Esteban ha llamado el Estado de la Simulación del Bienestar (9) como traducción política de la simulación de la utopía. Ello no quiere decir que las industrias culturales y, en particular los medios de comunicación de masas, como principales cimientos de la simulación, no escapen a la ambivalencia, puesto que a la vez que reflejan el dramatismo y la conflictividad de la vida cotidiana en el planeta, contribuyen a la conversión de ese lado oscuro en espectáculo y a la alimentación del optimismo sobre el modelo y su futuro.
Esta faceta simuladora de las industrias culturales también
adquiere formas particulares en el libro gracias a las características
singulares señaladas más arriba. El libro es así una industria cultural más
abierta, de mayor diversidad, con mayor peso de lo autóctono frente a la
homogeneidad universal, con menores dosis de mercantilización y con una mayor
resistencia a la simulación. Se puede cerrar así el círculo del discurso que iniciaba este artículo puesto que de lo anterior se derivan y confrontan dos líneas divergentes para la política del libro. Una es la que considera que en la industria del libro tiene como prioridad el incremento de la eficacia empresarial, lo que en estos momentos supone amplificar el campo de los grandes grupos, restar barreras al libre mercado y abrirse a mayores cotas de transnacionalización. La otra es la que considera que la prioridad de la industria del libro reside en la conservación de la diversidad cultural, lo que significa en estos momentos el mantenimiento y el afloramiento de estructuras empresariales quizás no eficientes en los puros términos de la economía convencional, pero sí desde el punto de vista social y cultural. (*) Este artículo reelabora uno de los capítulos de la monografía El entorno cambiante del libro. El libro, las industrias culturales y los grupos multimedia, integrada en el Estudio del estado actual y vectores estratégicos del cambio en el sector del libro. FUINCA. Ministerio de Cultura, 1993. Las fuentes de datos empleadas en las tablas se detallan en la mencionada monografía y por ser excesivamente prolijas han sido suprimidas aquí.
(1) Industria cultural se define aquí como aquella industria cuya
producción está constituida por bienes y servicios de consumo cultural como el
cine, el vídeo, el disco o, incluso, en una concepción amplia del término, las
mercancías y servicios ofrecidos por los medios de comunicación -la prensa, la
radio o la televisión-. -
Audiovisual: televisión en sus distintos sistemas, vídeo, cine. (2)Bernard Guillou y Laurent Maruani. "Les stratégies des grands groupes d'édition. Analyse et perspectives". Número 1 de Cahiers de l'économie du livre. Ministère de la Culture/Cercle de la librairie. 1991 (3)Bernard Miège. "Las industrias de la cultura y de la información". En Telos, número 29. Fundesco, marzo-mayo de 1992. (**) Las peculiaridades del libro en relación a la concentración, transnacionalización y multimediación de las industrias culturales son tratadas pormenorizadamente en otro de los capítulos de la mencionada monografía. (4) José Avello Flórez. "El consumo cultural de la escritura o el prestigio de la nostalgia", en el número 30 de la revista Análisis e investigaciones culturales. Ministerio de Cultura, enero-marzo de 1987. (5) Andrew Feist y Jeremy Eckstein. Cultural Trends. Issue 10, 1991. Books, Libraries and Reading. Cinema, Film and Home Video. Policy Studies Institute. Londres. (6) Armand Mattelart. L'internationale publicitaire. París. La Découverte. 1989. (Fundesco, Madrid, 1992) (7) Herbert I. Schiller. Información y economía en tiempo de crisis. Fundesco. Tecnos. Madrid, 1986. (8) Ramón Zallo. "La economía de la comunicación y la cultura". En La economía de las telecomunicaciones, la información y los medios de comunicación. Edición de A. Castilla, D. Bader y F. J. Rodilla. Fundesco, 1989. (9) Antonio Estevan. "La sociedad al servicio de las nuevas tecnologías". Alfoz, número 89. Madrid, 1992.
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Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |