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MIS DIEZ MANDAMIENTOS DE LA EDICIÓN LITERARIA
JacoboDeza en La Senda de los Libros
Más allá del catálogo de una
editorial (esto es, de la calidad específica de las obras que ofrece), el oficio
de editor es un trabajo que requiere de unos principios escrupulosos para que la
bondad de los textos se acompañe también del buen hacer en la composición de los
libros. Los lectores impenitentes también somos exigentes en ese sentido, y
estos son mis diez mandamientos esenciales para todo volumen de creación
literaria:
1. No harás portadas grandilocuentes.
Por la tapa se sabe lo que hay detrás: a más color y tipografías más grandes,
contenidos menos sustanciales. Una portada debe identificar de manera inmediata
la editorial a partir de un diseño reconocible. Hay clásicos rotundos en este
sentido (Anagrama, El Acantilado, Tusquets, algo menos Alfaguara) y nuevos que
recogen el mismo espíritu (Libros del Asteroide). Pero muchas editoriales
jóvenes, para romper esquemas, utilizan gráficos pretendidamente modernos que
sólo despistan al lector y jamás logran identificarse como sello.
2. No se deshojarán las páginas en tus
manos. Es una vieja acusación contra Anagrama, totalmente
infundada. Jamás me ha ocurrido nada parecido, pero veo en el metro a lectores
que doblan los libros de tal manera que no me extraña que lleguen a los últimos
capítulos con varios fascículos en las manos. Sí me ocurrió alguna vez con
Lumen, pero sólo al cabo de dos relecturas. Ciertamente, el hilo cosido ya es
casi un anacronismo y casi todos acuden a la socorrida cola de pegar.
3. Harás solapas con información del
autor. Y si es posible, con foto. Nada peor que iniciar un libro
y no encontrarse con una pequeña biografía y la lista de obras imprescindibles
del autor. Es un detalle para el lector, un guiño necesario para decirle que lo
suyo no es cosa de un día y que después de ese volumen hay más vida. Es la gran
pérdida de todo libro de bolsillo, pero hay un uso muy extendido de la solapa en
toda buena colección en rústica.
4. Los libros tendrán tamaños manejables.
Otros prefieren tipografías de tipo 12 o 13, con lo cual toda novela extensa se
convierte en un inmanejable mamotreto. Siempre preferiré una letra pequeña y un
tamaño que se adapte a mis manos y que no me obligue a apoyar el libro en alguna
parte para descansar. Hay casos curiosos de crecimiento sostenido, como Planeta:
es muy gráfico comparar el tamaño de sus premios desde Terenci Moix hasta
nuestros días: cada tres o cuatro años los libros crecían unos centímetros, al
mismo tiempo que iba creciendo la insulsez de los textos que contenían.
5. No pondrás los índices al principio.
Uno de los mandamientos más vulnerados: hay un contagio extendido entre las
editoriales por insertarlos al principio, cuando deben ir irrevocablemente al
final. Es un contagio, a su vez, de las revistas de quiosco, que en su caso sí
es lógico que mantengan ese orden. Pero un libro no es el Muy Interesante: el
lector debe entrar en la obra sin muletas, con el cuerpo liberado y la mente en
blanco, sin saber que hay capítulos, partes u otras divisiones, sin conocer la
extensión de las mismas, sin intuir el orden impreso por el autor: hay que
caminar a ciegas hasta donde nos quieran llevar. Anagrama se mantiene como un
mohicano solitario frente al magma invasor.
6. No pondrás las notas al final.
Al revés que en el mandamiento anterior, las notas deben ser sacadas de su
oscura discriminación en las últimas páginas e incorporadas a pie de página,
para que puedan ser leídas (o no) al ritmo de la lectura. Nada hay más engorroso
que ir pasando páginas atrás y adelante para recibir más información sobre lo
que uno lee. El Reino de Redonda ha caído en este error. [Mención aparte merecen
los ensayos, que no se incluyen en estos mandamientos literarios].
7. Dejarás los márgenes superiores
limpios. Los márgenes deben resplandecer en su blancura, ya que
para eso fueron creados. Varias editoriales inscriben en cada página el título
del libro (¡como si no supiéramos a cada rato lo que estamos leyendo!) o el
nombre del autor. El Acantilado persiste en este vacuo empeño. Lo único que debe
contener un margen es el número de página, preferiblemente en la parte inferior,
y nada más.
8. Comenzarás cada capítulo en página
impar. Cada capítulo, porque así lo ha decidido el autor, es un
alto en el camino, y el editor debe respetar esa banca, esa hamaca colgada entre
los árboles, haciendo su trabajo: dando un respiro al libro y dejando (si hace
falta) una página par en blanco. No hacerlo también induce a pensar en la
tacañería del jefe, que quiere ahorrarse papel.
9. Redactarás con esmero el resumen de
contraportada. El clásico en esta línea es Roberto Calasso,
creando pequeñas piezas maestras de concisión para resumir el contenido del
libro. La información debe ser la necesaria para dotar de una atmósfera
apetecible su lectura, apoyándose en la medida de lo posible en la literatura
comparada, creando redes con otras obras y añadiendo algunas frases de críticos
que ya hayan opinado sobre ella. De todas formas, un mandamiento del lector
debería ser no leer jamás una contraportada hasta el final, y comparar así su
punto de vista con el expresado en ese texto: un ejercicio muy recomendable.
10. Te mantendrás fiel a tus principios.
Cuando una editorial cambia de diseño cada pocos años le está diciendo al lector
que su producto sigue las modas y no unos principios creativos establecidos
desde el día de su fundación. A lo peor, es una muestra de que el diseño era
claramente equivocado. Y nada debe haber más estimulante para un editor que
llegar a una biblioteca doméstica y reconocer a simple vista el fruto de su
trabajo en las estanterías, por los lomos: prueba fehaciente de que el lector
también se habrá mantenido fiel a un catálogo determinado y a una manera
agradable de leer.
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