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MANUSCRITO HALLADO EN UNA BOTELLA Edgar Allan Poe
Es una historia de terror y suspense, donde un joven sorteará toda suerte de dificultades, en una travesía sobre los mares asiáticos que le depararán primero, una terrible tempestad, donde salva su vida de milagro.
El relato
Qui n'a plus qu'un moment à vivre N'a plus rien à dissimuler. Auinault - Atys Sobre mi país y mi familia tengo poco que decir. Un trato injusto y el paso de los años me han alejado de uno y malquistado con la otra. Mi patrimonio me permitió recibir una educación poco común y una inclinación contemplativa permitió que convirtiera en metódicos los conocimientos diligentemente adquiridos en tempranos estudios. Pero por sobre todas las cosas me proporcionaba gran placer el estudio de los moralistas alemanes; no por una desatinada admiración a su elocuente locura, sino por la facilidad con que mis rígidos hábitos mentales me permitían detectar sus falsedades. A menudo se me ha reprochado la aridez de mi talento; la falta de imaginación se me ha imputado como un crimen; y el escepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio en todo momento. En realidad, temo que una fuerte inclinación por la filosofía física haya teñido mi mente con un error muy común en esta época: hablo de la costumbre de referir sucesos, aun los menos susceptibles de dicha referencia, a los principios de esa disciplina. En definitiva, no creo que nadie haya menos propenso que yo a alejarse de los severos límites de la verdad, dejándose llevar por el ignes fatui de la superstición. Me ha parecido conveniente sentar esta premisa, para que la historia increíble que debo narrar no sea considerada el desvarío de una imaginación desbocada, sino la experiencia auténtica de una mente para quien los ensueños de la fantasía han sido letra muerta y nulidad. Después de muchos años de viajar por el extranjero, en el año 18... me embarqué en el puerto de Batavia, en la próspera y populosa isla de Java, en un crucero por el archipiélago de las islas Sonda. Iba en calidad de pasajero, sólo inducido por una especie de nerviosa inquietud que me acosaba como un espíritu malévolo. Nuestro hermoso navío, de unas cuatrocientas toneladas, había sido construido en Bombay en madera de teca de Malabar con remaches de cobre. Transportaba una carga de algodón en rama y aceite, de las islas Laquevidas. También llevábamos a bordo fibra de corteza de coco, azúcar morena de las Islas Orientales, manteca clarificada de leche de búfalo, granos de cacao y algunos cajones de opio. La carga había sido mal estibada y el barco escoraba. Zarpamos apenas impulsados por una leve brisa, y durante muchos días permanecimos cerca de la costa oriental de Java, sin otro incidente que quebrara la monotonía de nuestro curso que el ocasional encuentro con los pequeños barquitos de dos mástiles del archipiélago al que nos dirigíamos. Una tarde, apoyado sobre el pasamanos de la borda de popa, vi hacia el noroeste una nube muy singular y aislada. Era notable, no sólo por su color, sino por ser la primera que veíamos desde nuestra partida de Batavia. La observé con atención hasta la puesta del sol, cuando de repente se extendió hacia este y oeste, ciñendo el horizonte con una angosta franja de vapor y adquiriendo la forma de una larga línea de playa. Pronto atrajo mi atención la coloración de un tono rojo oscuro de la luna, y la extraña apariencia del mar. Éste sufría una rápida transformación y el agua parecía más transparente que de costumbre. Pese a que alcanzaba a ver claramente el fondo, al echar la sonda comprobé que el barco navegaba a quince brazas de profundidad. Entonces el aire se puso intolerablemente caluroso y cargado de exhalaciones en espiral, similares a las que surgen del hierro al rojo. A medida que fue cayendo la noche, desapareció todo vestigio de brisa y resultaba imposible concebir una calma mayor. Sobre la toldilla ardía la llama de una vela sin el más imperceptible movimiento, y un largo cabello, sostenido entre dos dedos, colgaba sin que se advirtiera la menor vibración. Sin embargo, el capitán dijo que no percibía indicación alguna de peligro, pero como navegábamos a la deriva en dirección a la costa, ordenó arriar las velas y echar el ancla. No apostó vigías y la tripulación, compuesta en su mayoría por malayos, se tendió deliberadamente sobre cubierta. Yo bajé... sobrecogido por un mal presentimiento. En verdad, todas las apariencias me advertían la inminencia de un simún. Transmití mis temores al capitán, pero él no prestó atención a mis palabras y se alejó sin dignarse a responderme. Sin embargo, mi inquietud me impedía dormir y alrededor de medianoche subí a cubierta. Al apoyar el pie sobre el último peldaño de la escalera de cámara me sobresaltó un ruido fuerte e intenso, semejante al producido por el giro veloz de la rueda de un molino, y antes de que pudiera averiguar su significado, percibí una vibración en el centro del barco. Instantes después se desplomó sobre nosotros un furioso mar de espuma que, pasando por sobre el puente, barrió la cubierta de proa a popa. La extrema violencia de la ráfaga fue, en gran medida, la salvación del barco. Aunque totalmente cubierto por el agua, como sus mástiles habían volado por la borda, después de un minuto se enderezó pesadamente, salió a la superficie, y luego de vacilar algunos instantes bajo la presión de la tempestad, se enderezó por fin. Me resultaría imposible explicar qué milagro me salvó de la destrucción. Aturdido por el choque del agua, al volver en mí me encontré estrujado entre el mástil de popa y el timón. Me puse de pie con gran dificultad y, al mirar, mareado, a mi alrededor, mi primera impresión fue que nos encontrábamos entre arrecifes, tan tremendo e inimaginable era el remolino de olas enormes y llenas de espuma en que estábamos sumidos. Instantes después oí la voz de un anciano sueco que había embarcado poco antes de que el barco zarpara. Lo llamé con todas mis fuerzas y al rato se me acercó tambaleante. No tardamos en descubrir que éramos los únicos sobrevivientes. Con excepción de nosotros, las olas acababan de barrer con todo lo que se hallaba en cubierta; el capitán y los oficiales debían haber muerto mientras dormían, porque los camarotes estaban totalmente anegados. Sin ayuda era poco lo que podíamos hacer por la seguridad del barco y nos paralizó la convicción de que no tardaríamos en zozobrar. Por cierto que el primer embate del huracán destrozó el cable del ancla, porque de no ser así nos habríamos hundido instantáneamente. Navegábamos a una velocidad tremenda, y las olas rompían sobre nosotros. El maderamen de popa estaba hecho añicos y todo el barco había sufrido gravísimas averías; pero comprobamos con júbilo que las bombas no estaban atascadas y que el lastre no parecía haberse descentrado. La primera ráfaga había amainado, y la violencia del viento ya no entrañaba gran peligro; pero la posibilidad de que cesara por completo nos aterrorizaba, convencidos de que, en medio del oleaje siguiente, sin duda, moriríamos. Pero no parecía probable que el justificado temor se convirtiera en una pronta realidad. Durante cinco días y noches completos -en los cuales nuestro único alimento consistió en una pequeña cantidad de melaza que trabajosamente logramos procurarnos en el castillo de proa- la carcasa del barco avanzó a una velocidad imposible de calcular, impulsada por sucesivas ráfagas que, sin igualar la violencia del primitivo Simún, eran más aterrorizantes que cualquier otra tempestad vivida por mí en el pasado. Con pequeñas variantes, durante los primeros cuatro días nuestro curso fue sudeste, y debimos haber costeado Nueva Holanda. Al quinto día el frío era intenso, pese a que el viento había girado un punto hacia el norte. El sol nacía con una enfermiza coloración amarillenta y trepaba apenas unos grados sobre el horizonte, sin irradiar una decidida luminosidad. No había nubes a la vista, y sin embargo el viento arreciaba y soplaba con furia despareja e irregular. Alrededor de mediodía -aproximadamente, porque sólo podíamos adivinar la hora- volvió a llamarnos la atención la apariencia del sol. No irradiaba lo que con propiedad podríamos llamar luz, sino un resplandor opaco y lúgubre, sin reflejos, como si todos sus rayos estuvieran polarizados. Justo antes de hundirse en el mar turgente su fuego central se apagó de modo abrupto, como por obra de un poder inexplicable. Quedó sólo reducido a un aro plateado y pálido que se sumergía de prisa en el mar insondable. Esperamos en vano la llegada del sexto día -ese día que para mí no ha llegado y que para el sueco no llegó nunca. A partir de aquel momento quedamos sumidos en una profunda oscuridad, a tal punto que no hubiéramos podido ver un objeto a veinte pasos del barco. La noche eterna continuó envolviéndonos, ni siquiera atenuada por la fosforescencia brillante del mar a la que nos habíamos acostumbrado en los trópicos. También observamos que, aunque la tempestad continuaba rugiendo con interminable violencia, ya no conservaba su apariencia habitual de olas ni de espuma con las que antes nos envolvía. A nuestro alrededor todo era espanto, profunda oscuridad y un negro y sofocante desierto de ébano. Un terror supersticioso fue creciendo en el espíritu del viejo sueco, y mi propia alma estaba envuelta en un silencioso asombro. Abandonarnos todo intento de atender el barco, por considerarlo inútil, y nos aseguramos lo mejor posible a la base del palo de mesana, clavando con amargura la mirada en el océano inmenso. No habría manera de calcular el tiempo ni de prever nuestra posición. Sin embargo teníamos plena conciencia de haber avanzado más hacia el sur que cualquier otro navegante anterior y nos asombró no encontrar los habituales impedimentos de hielo. Mientras tanto, cada instante amenazaba con ser el último de nuestras vidas... olas enormes, como montañas se precipitaban para abatirnos. El oleaje sobrepasaba todo lo que yo hubiera imaginado, y fue un milagro que no zozobráramos instantáneamente. Mi acompañante hablaba de la liviandad de nuestro cargamento y me recordaba las excelentes cualidades de nuestro barco; pero yo no podía menos que sentir la absoluta inutilidad de la esperanza misma, y me preparaba melancólicamente para una muerte que, en mi opinión, nada podía demorar ya más de una hora, porque con cada nudo que el barco recorría el mar negro y tenebroso adquiría más violencia. Por momentos jadeábamos para respirar, elevados a una altura superior a la del albatros... y otras veces nos mareaba la velocidad de nuestro descenso a un infierno acuoso donde el aire se estancaba y ningún sonido turbaba el sopor del "kraken". Nos encontrábamos en el fondo de uno de esos abismos, cuando un repentino grito de mi compañero resonó horriblemente en la noche. "¡Mire, mire!" exclamó, chillando junto a mi oído, "¡Dios Todopoderoso! ¡Mire! ¡Mire!". Mientras hablaba percibí el resplandor de una luz mortecina y rojiza que recorría los costados del inmenso abismo en que nos encontrábamos, arrojando cierto brillo sobre nuestra cubierta. Al levantar la mirada, contemplé un espectáculo que me heló la sangre. A una altura tremenda, directamente encima de nosotros y al borde mismo del precipicio líquido, flotaba un gigantesco navío, de quizás cuatro mil toneladas. Pese a estar en la cresta de una ola que lo sobrepasaba más de cien veces en altura, su tamaño excedía el de cualquier barco de línea o de la compañía de Islas Orientales. Su enorme casco era de un negro profundo y sucio y no lo adornaban los acostumbrados mascarones de los navíos. Una sola hilera de cañones de bronce asomaba por los portañolas abiertas, y sus relucientes superficies reflejaban las luces de innumerables linternas de combate que se balanceaban de un lado al otro en las jarcias. Pero lo que más asombro y estupefacción nos provocó fue que en medio de ese mar sobrenatural y de ese huracán ingobernable, navegara con todas las velas desplegadas. Al verlo por primera vez sólo distinguimos su proa y poco a poco fue alzándose sobre el sombrío y horrible torbellino. Durante un momento de intenso terror se detuvo sobre el vertiginoso pináculo, como si contemplara su propia sublimidad, después se estremeció, vaciló y... se precipitó sobre nosotros. En ese instante no sé qué repentino dominio de mí mismo surgió de mi espíritu. A los tropezones, retrocedí todo lo que pude hacia popa y allí esperé sin temor la catástrofe. Nuestro propio barco había abandonado por fin la lucha y se hundía de proa en el mar. En consecuencia, recibió el impacto de la masa descendente en la parte ya sumergida de su estructura y el resultado inevitable fue que me vi lanzado con violencia irresistible contra los obenques del barco desconocido. En el momento en que caí, la nave viró y se escoró, y supuse que la consiguiente confusión había impedido que la tripulación reparara en mi presencia. Me dirigí sin dificultad y sin ser visto hasta la escotilla principal, que se encontraba parcialmente abierta, y pronto encontré la oportunidad de ocultarme en la bodega. No podría explicar por qué lo hice. Tal vez el principal motivo haya sido la indefinible sensación de temor que, desde el primer instante, me provocaron los tripulantes de ese navío. No estaba dispuesto a confiarme a personas que a primera vista me producían una vaga extrañeza, duda y aprensión. Por lo tanto consideré conveniente encontrar un escondite en la bodega. Lo logré moviendo una pequeña porción de la armazón, y así me aseguré un refugio conveniente entre las enormes cuadernas del buque. Apenas había completado mi trabajo cuando el sonido de pasos en la bodega me obligó a hacer uso de él. Junto a mí escondite pasó un hombre que avanzaba con pasos débiles y andar inseguro. No alcancé a verle el rostro, pero tuve oportunidad de observar su apariencia general. Todo en él denotaba poca firmeza y una avanzada edad. Bajo el peso de los años le temblaban las rodillas, y su cuerpo parecía agobiado por una gran carga. Murmuraba en voz baja como hablando consigo mismo, pronunciaba palabras entrecortadas en un idioma que yo no comprendía y empezó a tantear una pila de instrumentos de aspecto singular y de viejas cartas de navegación que había en un rincón. Su actitud era una extraña mezcla de la terquedad de la segunda infancia y la solemne dignidad de un Dios. Por fin subió nuevamente a cubierta y no lo volví a ver. * * * Un sentimiento que no puedo definir se ha posesionado de mi alma; es una sensación que no admite análisis, frente a la cual las experiencias de épocas pasadas resultan inadecuadas y cuya clave, me temo, no me será ofrecida por el futuro. Para una mente como la mía, esta última consideración es una tortura. Sé que nunca, nunca, me daré por satisfecho con respecto a la naturaleza de mis conceptos. Y sin embargo no debe asombrarme que esos conceptos sean indefinidos, puesto que tienen su origen en fuentes totalmente nuevas. Un nuevo sentido... una nueva entidad se incorpora a mi alma. * * * Hace ya mucho tiempo que recorrí la cubierta de este barco terrible, y creo que los rayos de mi destino se están concentrando en un foco. ¡Qué hombres incomprensibles! Envueltos en meditaciones cuya especie no alcanzo a adivinar, pasan a mi lado sin percibir mi presencia. Ocultarme sería una locura, porque esta gente no quiere ver. Hace pocos minutos pasé directamente frente a los ojos del segundo oficial; no hace mucho que me aventuré a entrar a la cabina privada del capitán, donde tomé los elementos con que ahora escribo y he escrito lo anterior. De vez en cuando continuaré escribiendo este diario. Es posible que no pueda encontrar la oportunidad de darlo a conocer al mundo, pero trataré de lograrlo. A último momento, introduciré el mensaje en una botella y la arrojaré al mar. * * * Ha ocurrido un incidente que me proporciona nuevos motivos de meditación. ¿Ocurren estas cosas por fuerza de un azar sin gobierno? Me había aventurado a cubierta donde estaba tendido, sin llamar la atención, entre una pila de flechaduras y viejas velas, en el fondo de una balandra. Mientras meditaba en lo singular de mi destino, inadvertidamente tomé un pincel mojado en brea y pinté los bordes de una vela arrastradera cuidadosamente doblada sobre un barril, a mi lado. La vela ha sido izada y las marcas irreflexivas que hice con el pincel se despliegan formando la palabra descubrimiento. Últimamente he hecho muchas observaciones sobre la estructura del navío. Aunque bien armado, no creo que sea un barco de guerra. Sus jarcias, construcción y equipo en general, contradicen una suposición semejante. Alcanzo a percibir con facilidad lo que el navío no es, pero me temo no poder afirmar lo que es. Ignoro por qué, pero al observar su extraño modelo y la forma singular de sus mástiles, su enorme tamaño y su excesivo velamen, su proa severamente sencilla y su popa anticuada, de repente cruza por mi mente una sensación de cosas familiares y con esas sombras imprecisas del recuerdo siempre se mezcla la memoria de viejas crónicas extranjeras y de épocas remotas. He estado estudiando el maderamen de la nave. Ha sido construida con un material que me resulta desconocido. Las características peculiares de la madera me dan la impresión de que no es apropiada para el propósito al que se la aplicara. Me refiero a su extrema porosidad, independientemente considerada de los daños ocasionados por los gusanos, que son una consecuencia de navegar por estos mares, y de la podredumbre provocada por los años. Tal vez la mía parezca una observación excesivamente insólita, pero esta madera posee todas las características del roble español, en el caso de que el roble español fuera dilatado por medios artificiales. Al leer la frase anterior, viene a mi memoria el apotegma que un viejo lobo de mar holandés repetía siempre que alguien ponía en duda su veracidad. «Tan seguro es, como que hay un mar donde el barco mismo crece en tamaño, como el cuerpo viviente del marino." Hace una hora tuve la osadía de mezclarme con un grupo de tripulantes. No me prestaron la menor atención y, aunque estaba parado en medio de todos ellos, parecían absolutamente ignorantes de mi presencia. Lo mismo que el primero que vi en la bodega, todos daban señales de tener una edad avanzada. Les temblaban las rodillas achacosas; la decrepitud les inclinaba los hombros; el viento estremecía sus pieles arrugadas; sus voces eran bajas, trémulas y quebradas; en sus ojos brillaba el lagrimeo de la vejez y la tempestad agitaba terriblemente sus cabellos grises. Alrededor de ellos, por toda la cubierta, yacían desparramados instrumentos matemáticos de la más pintoresca y anticuada construcción. Hace un tiempo mencioné que había sido izada un ala del trinquete. Desde entonces, desbocado por el viento, el barco ha continuado su aterradora carrera hacia el sur, con todas las velas desplegadas desde la punta de los mástiles hasta los botalones inferiores, hundiendo a cada instante sus penoles en el más espantoso infierno de agua que pueda concebir la mente de un hombre. Acabo de abandonar la cubierta, donde me resulta imposible mantenerme en pie, pese a que la tripulación parece experimentar pocos inconvenientes. Se me antoja un milagro de milagros que nuestra enorme masa no sea definitivamente devorada por el mar. Sin duda estamos condenados a flotar indefinidamente al borde de la eternidad sin precipitamos por fin en el abismo. Remontamos olas mil veces más gigantescas que las que he visto en mi vida, por las que nos deslizamos con la facilidad de una gaviota; y las aguas colosales alzan su cabeza por sobre nosotros como demonios de las profundidades, pero como demonios limitados a la simple amenaza y a quienes les está prohibido destruir. Todo me lleva a atribuir esta continua huida del desastre a la única causa natural que puede producir ese efecto. Debo suponer que el barco navega dentro de la influencia de una corriente poderosa, o de un impetuoso mar de fondo. He visto al capitán cara a cara, en su propia cabina, pero, tal como esperaba, no me prestó la menor atención. Aunque para un observador casual no haya en su apariencia nada que puede diferenciarlo, en más o en menos, de un hombre común, al asombro con que lo contemplé se mezcló un sentimiento de incontenible reverencia y de respeto. Tiene aproximadamente mi estatura, es decir cinco pies y ocho pulgadas. Su cuerpo es sólido y bien proporcionado, ni robusto ni particularmente notable en ningún sentido. Pero es la singularidad de la expresión que reina en su rostro... es la intensa, la maravillosa, la emocionada evidencia de una vejez tan absoluta, tan extrema, lo que excita en mi espíritu una sensación... un sentimiento inefable. Su frente, aunque poco arrugada, parece soportar el sello de una miríada de años. Sus cabellos grises son una historia del pasado, y sus ojos, aún más grises, son sibilas del futuro. El piso de la cabina estaba cubierto de extraños pliegos de papel unidos entre sí por broches de hierro y de arruinados instrumentos científicos y obsoletas cartas de navegación en desuso. Con la cabeza apoyada en las manos, el capitán contemplaba con mirada inquieta un papel que supuse sería una concesión y que, en todo caso, llevaba la firma de un monarca. Murmuraba para sí, igual que el primer tripulante a quien vi en la bodega, sílabas obstinadas de un idioma extranjero, y aunque se encontraba muy cerca de mí, su voz parecía llegar a mis oídos desde una milla de distancia. El barco y todo su contenido está impregnado por el espíritu de la Vejez. Los tripulantes se deslizan de aquí para allá como fantasmas de siglos ya enterrados; sus miradas reflejan inquietud y ansiedad, y cuando el extraño resplandor de las linternas de combate ilumina sus dedos, siento lo que no he sentido nunca, pese a haber comerciado la vida entera en antigüedades y absorbido las sombras de columnas caídas en Baalbek, en Tadmor y en Persépolis, hasta que mi propia alma se convirtió en una ruina. Al mirar a mi alrededor, me avergüenzan mis anteriores aprensiones. Si temblé ante la ráfaga que nos ha perseguido hasta ahora, ¿cómo no horrorizarme ante un asalto de viento y mar para definir los cuales las palabras tornado y simún resultan triviales e ineficaces? En la vecindad inmediata del navío reina la negrura de la noche eterna y un caos de agua sin espuma; pero aproximadamente a una legua a cada lado de nosotros alcanzan a verse, oscuramente y a intervalos, imponentes murallas de hielo que se alzan hacia el cielo desolado y que parecen las paredes del universo. Como imaginaba, el barco sin duda está en una corriente; si así se puede llamar con propiedad a una marea que aullando y chillando entre las blancas paredes de hielo se precipita hacia el sur con la velocidad con que cae una catarata. Presumo que es absolutamente imposible concebir el horror de mis sensaciones; sin embargo la curiosidad por penetrar en los misterios de estas regiones horribles predomina sobre mi desesperación y me reconciliará con las más odiosa apariencia de la muerte. Es evidente que nos precipitamos hacia algún conocimiento apasionante, un secreto imposible de compartir, cuyo descubrimiento lleva en sí la destrucción. Tal vez esta corriente nos conduzca hacia el mismo polo sur. Debo confesar que una suposición en apariencia tan extravagante tiene todas las probabilidades a su favor. La tripulación recorre la cubierta con pasos inquietos y trémulos; pero en sus semblantes la ansiedad de la esperanza supera a la apatía de la desesperación. Mientras tanto, seguimos navegando con viento de popa y como llevamos todas las velas desplegadas, por momentos el barco se eleva por sobre el mar. ¡Oh, horror de horrores! De repente el hielo se abre a derecha e izquierda y giramos vertiginosamente en inmensos círculos concéntricos, rodeando una y otra vez los bordes de un gigantesco anfiteatro, el ápice de cuyas paredes se pierde en la oscuridad y la distancia. ¡Pero me queda poco tiempo para meditar en mi destino! Los círculos se estrechan con rapidez... nos precipitamos furiosamente en la vorágine... y entre el rugir, el aullar y el atronar del océano y de la tempestad el barco trepida... ¡oh, Dios!... ¡y se hunde ...! El autor
Edgar Allan Poe (19 de enero de 1809 - 7 de octubre de 1849), escritor romántico estadounidense, cuentista, poeta, crítico y editor, unánimemente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto. Es considerado el padre del cuento de terror psicológico y del short story (relato corto) en su país. Fue precursor asimismo del relato detectivesco y de la literatura de ciencia ficción, y renovador de la llamada novela gótica. Ejerció gran influencia en la literatura simbolista francesa, pero su importancia alcanza mucho más lejos: son deudores suyos toda la literatura de fantasmas victoriana, y, en mayor o menor medida, autores como Kafka, Lovecraft, Borges, etc. Su obra poética magistral El cuervo, es traducida por primera vez al español en el año 1887, por el poeta venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde. En una de sus cartas, dejó escrito: Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; es un honesto deseo de futuro. BiografíaNacido en Boston, Massachussets, en 1809, era el segundo de los tres hijos de un humilde matrimonio de actores, David Poe y Elisabeth Arnold, de ascendencia irlandesa e inglesa respectivamente. Fue abandonado a los nueve meses por su padre y a los tres años quedó huérfano de madre, siendo entonces acogido por el matrimonio formado por Frances y John Allan, de Richmond (Virginia). Su padrastro, del cual Edgar tomaría el apellido, fue un acaudalado hombre de negocios de ascendencia escocesa; hombre colérico e intransigente, jugó un papel destacado —negativamente hablando— en la vida del escritor; tenía tres hijos ilegítimos a los cuales trataba mejor. Mientras su madrastra, lo mimó siempre y le consentía todo y las palabras del pequeño Edgar "eran ley en la casa", según dejó escrito. Tuvo una educación sureña, plagada de leyendas que nutrieron al joven Poe, al igual que los capitanes de veleros que se acercaban a Richmond, que le inspiraron para su posterior obra de las Aventuras de Arthur Gordon Pymm.
De nuevo en Estados Unidos, con 11 años, siente complejo de inferioridad lo que le empuja a llamar la atención, como por ejemplo realizar fugas misteriosas. Empieza a escribir poemas inspirándose en Byron y se enamora con 15 años de la madre de un compañero de colegio, la cual murió inmersa en un delirio alocado, lo que reflejará en las heroínas de sus relatos y a la cual dedicó el poema Helen. Más tarde tendría una relación con Sarah Elmira Royster (ya de su edad), que sin embargo fue rechazada por el padrastro de Edgar. Años más tarde, en 1826, comenzó los estudios universitarios en la Universidad de Virginia, en la ciudad de Charlotesville, donde se distinguió en las asignaturas de latín y francés, además de estudiar italiano y español. Se cultivó mucho en esta época ya que leía todo libro que caía en sus manos. Sin embargo, no terminó el primer curso académico, al serle retirada la ayuda paterna debido a sus deudas de juego y sus problemas con el alcohol y el láudano; antes de irse quemó su habitación con todos sus muebles. En 1827, y bajo el nombre de Edgar A. Perry, se alista en el Ejército, en el que permaneció dos años y fue ascendido a sargento mayor. Entre 1827 y 1829 publica en Boston, gracias al editor Calvin Thomas, sus dos primeros libros de poesía: Tamerlán y otros poemas y Al Aaraaf, Tamerlán y poemas menores. Entre ese tiempo murió su querida madrastra Frances, sumiéndole en una gran melancolía, algo constante en su vida. A raíz de una breve reconciliación con su padrastro, en mayo de 1830, solicitó una plaza en la academia militar de West Point, carrera que también abandonó a causa de nuevas desavenencias con Allan y de la retirada de su apoyo, aunque conservaría el capote de cadete durante toda su vida. Su tía Clemm lo acogió junto a su hermano William Henry y su prima Virginia en la ciudad de Baltimore, convirtiéndose en su nueva familia. Se enamoró de una vecina de su tía, una tal Mary Deveraux, con la que se hace novio durante un año, al terminarse la relación por las continuas escenas de celos de Edgar y el descontento del padre de ella, el cual le llegó a pegar una paliza. En 1832 consigue publicar cinco relatos en el periódico Saturday courier, de Filadelfia. Dedicado al periodismo, a lo largo de los años fue redactor, redactor jefe y editor en periódicos y revistas como "Southern Literary Messenger", "Burton's Gentleman's Magazine" y "Graham's Magazine" entre otros, desplazándose continuamente entre Boston, Baltimore y Nueva York, pues se mostró incapaz de asentarse en un trabajo fijo, debido a su mala salud, el alcohol y las deudas. En 1833 obtuvo el primer premio en el concurso literario organizado por The Baltimore Saturday Visitor con su relato Manuscrito hallado en una botella. En 1834 murió su padrasto sin dejarle herencia, cosa que le afectó. En 1836 se casa con su prima Virginia de 13 años, a la que llegó a querer hasta la locura y era la que lo unía al mundo real. Le dedicó un poema, Anabel Lee. Como en estos años no tuvo trabajo fijo, se dedicó con entusiasmo a escribir relatos, creando los mejores de su obra. Fue asesor editorial del Burton's Gentelman's Magazine, el cual gracias a él elevó su tirada. Luego lo abandonó por causas no conocidas. Fue director de editorial del Graham's Magazine, el cual debe abandonar por sus frecuentes borracheras, pero aumentó el número de subcriptores en 35.000. En 1845 llegó a convertirse en propietario del "Broadway Journal", de Nueva York, que sin embargo cerró al año siguiente por problemas económicos. Su estilo agudo y en ocasiones cruel, especialmente tratándose de crítica literaria, le granjeó cierta notoriedad en la costa Este. Compaginaba su actividad periodística con la publicación de sus escritos.
En 1840, en la ciudad de Filadelfia, (Pensilvania) logró publicar, en dos volúmenes, una recopilación de sus relatos aparecidos en prensa: Tales of the Grotesque and Arabesque (Cuentos de lo grotesco y arabesco), que contenía algunas de sus obras más importantes (La caída de la Casa Usher, Ligeia, Manuscrito hallado en una botella) y hoy es considerado uno de los hitos más importantes en la historia de la literatura fantástica de todos los tiempos. Además con El escarabajo de oro consiguió ganar de nuevo otro concurso literario. Durante esta época sus cuentos se valoran y obtiene una gran reputación. Sin embargo, fue uno de sus poemas, El cuervo, el que por fin le dio fama nacional y aclamación por todos al ser publicado en el periódico Evening Mirror el 29 de enero de 1845. Cubierto de gloria, realiza en esta época una gira por el país recitando poemas y relatos gracias a su magnífica y embrujadora elocuencia. Pero el éxito y la alegría acabó pronto ya que en 1846 quiebra su publicación y por si fuera poco su amada Virginia muere por tuberculosis el 30 de enero de 1847. La desesperación y la depresión llaman de nuevo a su puerta y se entrega de nuevo al alcohol y a vagabundear por las calles. Lo que siguió fueron meses de desvarío y excesos, aunque surgen poemas como Ulalume y el ensayo cosmogónico Eureka.
Según se aprecia en su correspondencia, Poe sufrió durante toda su vida fuertes depresiones nerviosas, de las que se defendía, como se ha visto, por medio del láudano y el alcohol. Fue además continuamente asediado por problemas económicos, muchas veces derivados de dichas aficiones. La enfermedad y posterior muerte de su mujer por tuberculosis (al igual que su madre biológica) en 1847, y varios fracasos posteriores (ya al final de su vida) en sus relaciones amorosas, agravaron su alcoholismo. Buscó la compañía de mujeres como Marie Louise Shew, Annie Richmont o Sarah Helen Whitman. Hay propuestas de matrimonio pero Poe ya no tenía ilusión por nada, aunque el reencuentro con un antiguo amor de juventud, Elmira, lo animó a contraer matrimonio con ella, con la condición de que dejara el alcohol y las drogas. La fecha de la boda estaba concertada para el 17 de octubre, se le vio en Richmond entusiasmado e incluso feliz, pero cuando el poeta se dirige a Baltimore con el propósito de visitar a unos amigos, se le pierde la pista. El 3 de octubre de 1849 fue encontrado en estado de desvarío y con ropas que no le correspondía frente a una taberna en la ciudad de Baltimore, Maryland. Probablemente afectado de delirium tremens, fue trasladado al Washington College Hospital, donde fue atendido por el doctor James E. Snodgrass. Sufrió alucinaciones, delirios y extravíos, y opuso resistencia a los enfermeros, alternado esto con lucidez. Al final murió en la madrugada del 7 de octubre. La leyenda, recogida por Julio Cortázar en el prólogo a sus traducciones de Poe, cuenta que en sus últimos momentos invocaba obsesivamente a un explorador polar, llamado Reynolds, que había servido de referente para su novela de aventuras fantásticas La narración de Arthur Gordon Pym, y que al expirar pronunció estas palabras: "¡Que Dios se apiade de mi pobre alma!".
La causa precisa de su muerte es aún hoy controvertida, habiéndose señalado la posibilidad de que sufriera diabetes, varios tipos de deficiencias enzimáticas, e incluso rabia. El doctor James E. Snodgrass escribiría después de la muerte de Poe sobre las circunstancias en que se lo encontró y sus últimas horas. La obra epistolar de Poe fue intensa durante toda su vida y es sobrecogedor leer las cartas de sus últimos meses en los que incluso pedía a su tía que muriera junto a él. ObraA parte de las influencias de Walter Scott y Byron, estuvo muy versado por su trabajo en toda la literatura contemporánea, y, por su tendencia natural, en la novela gótica anterior, así como en los románticos ingleses y alemanes, Poe cultivó tanto la narrativa como la poesía y el ensayo, realizando aportaciones originales (lo cual suponía una ley para él) en estos campos. Se le considera una gran influencia en el Simbolismo, dentro del género poético, y especialmente sobre su traductor al francés, el poeta Charles Baudelaire, creador de esta escuela en Francia, aunque no está de más aclarar que esta influencia fue estrictamente temática y no formal. Se inspiró en escritores góticos como Nathaniel Hawthorne, Ann Radcliffe, William Godwin y E.T.A. Hoffmann y reformó la novela gótica al aportarle un modo más terrible a sus narraciones y la mejor forma de transmitir esto a sus lectores era la representación del horror.
CuentosSu contribución más importante a la historia de la literatura la constituyen los relatos cortos de todo género. Es de destacar en los mismos su factura equilibrada y el elevado nivel artístico. Dotado de una gran inteligencia y una poderosa imaginación, Poe era maestro absoluto en el campo del misterio, así como en la recreación de atmósferas preñadas de efluvios malsanos y fantasmales, mientras que, en el terreno técnico, su dominio del tempo o ritmo narrativo no tenía igual. Julio Cortázar, gran admirador suyo, hacía hincapié en la gran parquedad o «economía de medios» de que hacía gala para lograr sus propósitos (véase El barril de amontillado). Para transmitir la sensación de inquietud y terror la acción transcurría en un solo lugar, en donde todos los detalles estaban subordinados al conjunto y cualquier detalle de poco interés sobraba. La sensación de horror la transmitió de manera directa y en una determinada longitud, la brevedad. El mejor ejemplo que demuestra la esencia clara del relato corto de terror de Poe fue su primer cuento publicado Metzengerstein, en el cual tiene circunstancias románticas como la ruina de una familia ilustre, un viejo castillo, un barón disoluto..., pero no nos relata la historia de la familia, ni una historia de amor, sino que desde el comienzo hasta el final se trata de un relato de horror y fatalidad. El pozo y el péndulo comienza de forma abrupta, El corazón delator empieza describiendo la locura del protagonista y en El barril de amontillado nada se sabe de humillación que sufrió el vengador. La escena y la acción no son elementos necesarios de la narración consiguiendo un goticismo más efectivo. En todos sus relatos la tortura, la desesperación, la depresión, los crímenes, las venganzas, la agonía, la locura, se muestran libres y desnudos como el terror y la muerte. Sus cuentos más importantes pertenecen al género fantástico y de terror: Manuscrito hallado en una botella (por el que recibió su primer premio literario), El gato negro, El pozo y el péndulo, El corazón delator, La caída de la Casa Usher, La verdad sobre el caso del señor Valdemar, El entierro prematuro, Ligeia, etc. Estos escalofriantes relatos han fascinado a generaciones enteras de lectores y cuentistas del género macabro, y sobre el oscuro simbolismo a ellos inherente han corrido ríos de tinta. Ya no se advirtieron más señales de vida en Valdemar y, opinando que había fallecido, lo confiamos al cuidado de los enfermeros. En ese momento observamos un intenso movimiento vibratorio en la lengua. El hecho continuó por espacio quizá de un minuto. Al terminar este periodo, brotó de las distendidas e inmóviles mandíbulas una voz, una voz que sería una locura intentar describir. (De «La verdad sobre el caso del señor Valdemar», 1845)
Como se ha dicho, Poe —junto con Mary Shelley y su Frankenstein— igualmente anticipó la narrativa de ciencia ficción (o ficción científica) como lo prueban las siguientes obras: La incomparable aventura de un tal Hans Pfaal (También conocida como: La aventura sin par de un tal Hans Pfaal), El poder de las palabras, Revelación mesmérica, La verdad sobre el caso del señor Valdemar, Un descenso al Maelström, Von Kempelen y su descubrimiento, etc. El mesmerismo muy en boga en aquella época influenció en varios relatos de Poe, que aunque no creería intensamente si le interesó. Añadido a esto, fue precursor de la novela policíaca a través de historias, como El escarabajo de oro, en las que se resuelven analítica y lógicamente problemas de gran complejidad. Son de importancia en este sentido las narraciones detectivescas que tienen como protagonista al caballero Auguste Dupin: Los crímenes de la calle Morgue, La carta robada y El misterio de Marie Rogêt. En dicho personaje se inspiró probablemente Arthur Conan Doyle para desarrollar su Sherlock Holmes. En el lugar más recóndito de esa maleza, no lejos del extremo oriental de la isla, es decir, del más distante, Legrand se había construido él mismo una pequeña cabaña, que ocupaba cuando por primera vez, y de un modo simplemente casual, hice su conocimiento. Éste pronto acabó en amistad, pues se daban en el recluso muchas cualidades que atraían el interés y la estima. Le encontré bien educado, de una singular inteligencia, aunque infestado de misantropía y sujeto a perversas alternativas de entusiasmo y de melancolía. (De «El escarabajo de oro», 1843) Menos conocidos son sus cuentos «grotescos», en los que, para algunos, exhibía un muy discutible sentido del humor: Bon-bon, El aliento perdido, El Rey Peste, Los anteojos, El sistema del doctor Tarr y el profesor Fether, etc. Robert Louis Stevenson, en un conocido ensayo sobre Poe, llegó a afirmar: «El hombre capaz de escribir El Rey Peste había dejado de ser humano». Estas narraciones, sin embargo, debido a su extravagancia, fueron muy apreciadas por los poetas surrealistas. Mención aparte merecen sus relatos de corte poético y metafísico, muchos de ellos auténticos poemas en prosa, de acendradas virtudes estéticas: La conversación de Eiros y Charmion, El coloquio de Monos y Una, El alce, La isla del hada, Silencio, Sombra, etc. «Escucha», dijo el Demonio, imponiendo la mano sobre mi cabeza. «La tierra de que te hablo es una región sombría en Libia, a orillas del río Zaire. Y no hay tranquilidad allí, ni silencio. «Las aguas del río son de un tono azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan eternamente bajo el ojo bermejo del sol, con agitación tumultuosa y convulsa». (De «Silencio (una fábula)», 1839)
Entre sus relatos más populares, se cuentan:
NovelasPoe es autor de una única novela corta: La narración de Arthur Gordon Pym (The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket) (1838). Se trata de un relato de aventuras marineras de tipo episódico, centrado en su intrépido protagonista, quien encontraría eco posteriormente en las obras de Stevenson. Debido a la abundancia de detalles macabros que contiene y a su indescifrable desenlace, la obra ha estado siempre rodeada de polémica. PoemasPoe definió la poesía como "creación rítmica de la belleza". En su género más controvertido, le debemos composiciones de extraordinaria musicalidad, como Las campanas y Annabel Lee, las cuales, debido a sus complicaciones estructurales, hicieron casi imposible su traducción a otros idiomas, a no ser en prosa. El más popular de todos sus poemas es El cuervo, un canto narrativo de corte romántico en el que se cuenta la llegada de una de estas aves a la estancia de un hombre solitario, en una noche de tormenta. A las atribuladas preguntas del personaje sobre el destino y sobre su amada muerta, "Leonore", el siniestro pájaro responde invariablemente con el latiguillo "nevermore" ("nunca más"). Entre sus principales poemas cabe destacar:
EnsayosPoe ejerció asimismo con acierto el ensayo sobre los temas más variados (la larga meditación cosmológica Eureka, Marginalia, Criptografía, Filosofía del mobiliario, entre otros), así como la crítica literaria (a destacar sus reseñas sobre Longfellow, Dickens y Hawthorne), en la que se mostró enemigo del "aldeanismo" estadounidense y partidario más bien de una creación de índole independiente y cosmopolita. Por último, indagó —muy técnicamente para tratarse de un autor romántico, y a veces quizá algo irónicamente—, sobre los misterios y técnicas de la composición literaria: El principio poético, así como su famosa Filosofía de la composición que versa sobre su pieza poética más conocida, El cuervo. En esta obra afirma que "la brevedad debe hallarse en razón directa de la intensidad del efecto buscado".
RepercusiónEn la literaturaEl alcance de la influencia de Poe es inabarcable,. En los mismos Estados Unidos inspiró a escritores como Mark Twain, Herman Melville, Ambrose Bierce, gran especialista de lo macabro, Ray Bradbury, y sobre todo por su tenebrismo a Howard Phillips Lovecraft. La Mystery Writers of America es una organización que premia a mejor escritor de misterio cuyos galardones son llamados "Edgars". La otra gran influencia fue hacia los simbolistas franceses, encabezados por Charles Baudelaire, el cual tradujo cinco volúmenes suyos, Victor Hugo, Lautréamont, Verlaine, Rimbaud, Valéry, Mallarmé, el cual le dedicó poemas, y Proust. Además de Guy de Maupassant, gran especialista también del relato corto e intenso y el gran autor de la ciencia ficción Julio Verne, gran admirador de Poe. En cuanto a los victorianos, en este punto cabría destacar a los grandes especialistas del género macabro como el ya mencionado Robert Louis Stevenson tanto que fue fuente de inspiración de "El extraño caso del doctor Jekyll y mr. Hyde", Montague Rhodes James, Arthur Machen, Oscar Wilde en su novela El retrato de Dorian Gray y al autor de ciencia ficción Herbert George Wells. Además su personaje de Auguste Dupin, el detective ficticio de Poe en Los crímenes de la calle Morgue, sirvió de inspiración a Arthur Conan Doyle para su Sherlock Holmes. En España influyó mucho a Pío Baroja y a Blasco Ibáñez. En la literatura latinoamericana, contó con la admiración de algunos de los autores modernistas. Rubén Darío le dedicó uno de los artículos de su libro Los raros y fue modelo a imitar para el cuentista uruguayo Horacio Quiroga. También los escritores argentinos le admiraron: Julio Cortázar tradujo su prosa completa magistralmente y, Jorge Luis Borges le consagró algún cuento y varios ensayos. El escritor colombiano Andrés Caicedo se declaraba fuertemente influenciado por Poe y le dedicó varios relatos, entre ellos una versión moderna de Berenice.
En Rusia su obra fue traducida por el simbolista Konstantin Balmont e influenció a Nabokov ya que realizó varias referencias a Poe en su famosa novela Lolita. Fyodor Dostoevsky dijo sobre él que poseía un talento enorme como escritor e hizo una breve referencia a su poema El cuervo en Los hermanos Karamazov. Además en Crimen y castigo el protagonista Raskolnikov estuvo inspirado en parte en Montresor de El barril del amontillado. En Suecia Viktor Rydberg tradujo bastante de la obra de Poe al sueco. El escritor alemán Thomas Mann escribió muchos relatos cortos basados en los de Poe. Además Friedrich Nietzsche se vio influenciado en los ensayos de Poe para realizar su excéntrica filosofía y en Japón un escritor se puso el pseudónimo de Poe en su idioma, pasando a denominarse Edogawa Rampo. En Grecia, Filemón de Sausage publicó la primera traducción de sus cuentos completos y le dedicó una sección de sus Meditaciones. En la pinturaGustave Doré, Edouard Manet En la músicaInspiró a músicos como Ravel, Rachmáninov, quien hizo una coral del poema Las campanas, y Debussy, que compuso un drama lírico sobre La caída de la Casa Usher. Su compañero André Caplet también compuso un tema musicando del relato La máscara de la muerte roja. El compositor inglés Joseph Holbrooke compuso una sinfonía a El cuervo en 1900, y tres años más tarde realizó algo similar con el poema Las campanas. Además hizo un ballet sobre La máscara de la muerte roja, a parte de otros trabajos inspirados en Poe. Peter Hammil, líder del grupo Van Der Graaf Generator compuso una siniestra ópera sobre el tema de la casa de Usher. La canción de Bob Dylan Just Like Tom Thumb's Blues está basada en la calle Morgue. En la portada del disco Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de The Beatles, uno de los personajes admirados por ellos y allí reflejado es Poe, que aparece mencionado igualmente en la canción I'm the Walrus. La canción del grupo The Cure Just Like Heaven está basada en el poema Anabel Lee. En la canción compuesta e interpretada por Neil Diamond, Done Too Soon se menciona a Poe junto con muchas otras personalidades que murieron prematuramente. El grupo Alan Parsons Project realizó canciones dedicadas a Poe en su disco Tales of Mystery and Imagination, como por ejemplo, The Raven, con colaboraciones como Orson Welles en el rol de narrador. En 1981 el grupo de Heavy Metal Iron Maiden realizó una canción llamada Murders in the Rue Morgue integrada en su disco Killers. El grupo español Radio Futura dio música al poema Annabel Lee en 1989. La banda de Heavy Metal Nevermore debe su nombre y muchas de sus canciones a la obra de Poe. En 1996 el grupo Theatre of Tragedy en su disco "Velvet Darkness They Fear", especialmente en el tema "And When He Falleth", realizaron una dedicatoria a Edgar Allan Poe, únicamente a uno de sus cuentos, "La Máscara de la Muerte Roja". La banda de Heavy Metal Progresivo Symphony X ha basado la temática de varias de sus canciones en obra y vida de Edgar Allan Poe (vgr. King Of Terrors). A su vez, Michael Romeo, guitarrista de la banda, evidencia su devoción por el escritor al componer para su álbum solista The Dark Chapter temas como Cask Of Amontillado, The Premature Burial, Mask Of the Red Death o Psychotic Episode. La banda argentina Los Tipitos basó la canción Campanas en la noche en el poema El cuervo. El minimalista Philip Glass compuso una ópera basada en la La caída de la Casa Usher en 1989. Otras óperas basadas en Poe son Ligeia de Augusta Read Thomas en 1994 y El corazón delator de Bruce Adolphe. Gustavo Cerati de (Soda Stereo) compuso una canción que lleva por título "Corazón Delator". El cantante de HIM, Ville Valo, cita en varias ocasiones relatos de Poe para inspirarse en las letras de su canciones y lleva tatuado los ojos de Poe en su espalda. Silvio Rodriguez (Trovador cubano) le dedicó un tema con su nombre "La trova de Edgardo", en el cual satiriza las adicciones del escritor diciendo -"hoy, recordé a Edgardo, aquel señor fumador de amapolas". Sopor Aeternus & The Ensemble of Shadows a puesto música a varios poemas de Poe: Alone (en el disco Voyager - The Jugglers of Jusa) The Sleeper (Dead Lovers' Sarabande Face 1) El Dorado (Tales From Inverted Womb) The Conqueror Worm (FLowers In Formoldehyde). Otros grupos de la actualidad que han redido tributo al autor norteamericano son Voltaire, Green Day (en la canción "St. Jimmy"), Good Charlotte, Mr. Bungle, The Crüxshadows, Cradle of Filth, Team Sleep, la cantante Utada Hikaru (Kremlin Dusk, de su álbum: Exodus), Elysian Fields, The Smithereens, Symphony X, Opera IX, Tiger Army, Sopor Aeternus & The Ensemble of Shadows, Overlord, Insane Clown Posse and Antony and the Johnsons. Lou Reed en su álbum "The Raven" del año 2003, rinde homenaje a la obra de Poe, además de una interpretación tremenda de un tema, que lleva por titulo su nombre "Edgar Allan Poe". En el disco participan entre otros: Ornette Coleman, David Bowie o los actores Steve Buscemi y Willem Dafoe. El grupo Los Piojos incorporó una canción llamada Morella en el disco Verde paisaje del infierno inspirada en el cuento del mismo nombre. En la misma participa el guitarrista Ricardo Mollo. Gustavo Cerati tiene también una canción basada en su cuento corazón delator.
En el CineVarios de sus relatos han sido trasladados a la gran pantalla de la mano del maestro de la Serie B, Roger Corman. Entre otras, existe una versiòn cinematográfica de su cuento "El pozo y el péndulo". También hay una versión cinematográfica de "La caída de la casa Usher". Además, Tim Burton cita en varias de sus películas al ilustre Poe. Pero sobre todo le rinde un gran homenaje en su cortometraje de animación en stop-motion Vincent.
Bibliografía
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Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |