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NOVELA EN NUEVE CARTAS Fiódor Dostoyevski
Publicada en 1847
I
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
Muy señor mío y apreciadísimo amigo Ivan Petrovich: Puede decirse, apreciadísimo amigo, que desde anteayer corro tras usted para hablarle de un asunto muy urgente y no le encuentro en ninguna parte. Ayer, y refiriéndose cabalmente a usted en casa de Semyon Alekseich, decía mi mujer en broma que usted y Tatyana Petrovna están hechos un buen par de zascandiles. Aún no hace tres meses que están casados y ya ni se cuidan siquiera de sus penates domésticos. Todos nos reímos mucho -claro que por el sincero afecto que les tenemos-, pero, bromas aparte, amigo mío, me trae usted de cabeza. Semyon Alekseich dijo que quizá estuviera usted en el club, en el baile de la Unión Social. No sé si era cosa de reír o llorar. Figúrese usted mi situación: yo en el baile, solo, sin mi mujer... Al verme solo, Ivan Ándreich, que tropezó conmigo en la conserjería, conjeturó sin más (¡el muy bribón!) que soy un apasionado ardiente de los bailes de sociedad y, cogiéndome del brazo, trató de llevarme a la fuerza a una clase de baile, diciendo que en la Unión Social había muchas apreturas, que la sangre moza no tenía donde revolverse, y que el pachulí y la reseda le daban dolor de cabeza. No encontré a usted ni a Tatyana Petrovna. Ivan Andreich dijo que estarían ustedes sin duda viendo la obra de Griboyedov que ponen en el Teatro Aleksandrinski. Fui volando al Teatro Aleksandrinski. Tampoco estaba usted allí. Esta mañana esperaba encontrarle en casa de Chistoganov -y nada. Shistoganov mandó a preguntar a casa de los Perepalkin -lo mismo. En fin, que quedé molido. Usted dirá si no fue ajetreo. Ahora le escribo a usted (no hay más remedio). Mi asunto no tiene nada de literario (¿usted me comprende?). Lo mejor será que nos veamos a solas. Me es absolutamente necesario hablar con usted cuanto antes; por ello le ruego que venga hoy a mi casa con Tatyana Petrovna a tomar el té y a pasar la velada. Mi mujer, Anna Mihailovna, se pondrá contentísima con la visita de ustedes. Nos dejarán obligados hasta el sepulcro, como dijo aquél. A propósito, estimadísimo amigo -ya que estoy con la pluma en la mano lo diré todo, sin omitir una coma- debo ahora reprocharle un poco y aun reprenderle, respetadísimo amigo, por una picardía, al parecer muy inocente, que me ha jugado usted... ¡so pillo, so desvergonzado! A mediados del mes pasado presentó usted en mi casa a un conocido suyo, a Evgeni Nikolaich por más señas, avalándole con la amistosa y, por supuesto, para mí sagrada recomendación de usted. Me alegré de la oportunidad, recibí al joven con los brazos abiertos y con ello me puse un dogal al cuello. Con dogal o sin él, vaya jugarreta que nos ha hecho usted, como dijo aquél. No es éste el momento de explicarlo, ni es cosa para encomendar a la pluma. Sólo pregunto a usted muy humildemente, malicioso amigo y compañero, si no hay modo de sugerir a ese joven delicadamente, entre paréntesis, al oído, a la chita callando, que hay otras muchas casas en la capital además de la nuestra.
¡Que esto ya no hay quien lo aguante, amigo! Caemos de rodillas ante usted, como dice nuestro amigo Simonevich. Ya le contaré todo cuando nos veamos. No es que el joven no tenga garbo y cualidades espirituales, ni que haya metido la pata en nada. Muy al contrario, es amable y simpático. Pero espere a que nos veamos; y si mientras tanto tropieza usted con él, dígale eso al oído, muy respetuosamente, por lo que usted más quiera. Yo mismo se lo diría, pero ya conoce usted mi carácter: no puedo, eso es todo. Al fin y al cabo, usted fue quien lo recomendó. Pero en todo caso esta noche hablaremos. Y ahora hasta la vista. Quedo de usted, etc. P.S. Hace ocho días que tenemos al pequeño indispuesto y cada día está peor. Le están saliendo los dientes. Mi mujer no hace más que cuidarle. La pobre sufre. Vengan ustedes. De veras que nos darán un alegrón, estimadísimo amigo mío.
II
(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)
Muy señor mío: Recibí su carta ayer y su lectura me dejó perplejo. Me anduvo usted buscando por Dios sabe qué sitios y yo estaba sencillamente en casa. Estuve esperando a Ivan Ivanych Tolokonov hasta las diez. Seguidamente, acompañado de mi mujer, tomé un coche de punto y me planté en casa de usted a eso de las seis y media. No estaba usted y su esposa nos recibió. Le esperé hasta las diez y media; más tiempo no pude. Tomé un coche de punto, llevé a mi mujer a casa y yo fui a la de los Perepalkin, pensando que quizá le encontraría allí, pero me llevé otro chasco. Volví a casa, no dormí en toda la noche por la inquietud y esta mañana fui a casa de usted tres veces, a las nueve, a las diez y a las once; más gastos, tres veces, con el alquiler de coches, y de nuevo me dejó usted con un palmo de narices. La lectura de su carta me dejó, pues, atónito. Habla usted de Evgeni Nikolaich, me dice que le indique algo confidencialmente pero no me dice qué. Alabo su cautela, pero no todas las cartas son iguales, y yo a mi mujer no le doy papeles importantes para que haga rizadores para el pelo. Me pregunto, a decir verdad, qué sentido quiso usted dar a lo que me escribió. Por lo demás, si las cosas han llegado a ese extremo, ¿para qué mezclarme a mí en el asunto? Yo no meto la nariz en cada tejemaneje que se presenta. En cuanto a despedirle, usted mismo puede hacerlo. Sólo veo que tenemos que hablar con más claridad y precisión; amén de que el tiempo pasa. Yo ando en apuros y no sé cómo arreglármelas si usted da esquinazo a lo que tenemos convenido. El viaje se nos viene encima, cuesta dinero, y, por añadidura, mi mujer me gimotea para que le mande hacer una capota de terciopelo a la última moda. En cuanto a Evgeni Nikolaich, me apresuro a decir a usted que por fin ayer, sin perder más tiempo, me informé acerca de él cuando estuve en casa de Pavel Semionych Perepalkin. Es propietario de quinientos siervos en la provincia de Yaroslav y, además, espera heredar de su abuela otros trescientos en las cercanías de Moscú. No sé qué dinero tiene, pero pienso que eso puede usted averiguarlo más fácilmente que yo. Finalmente, ruego me diga dónde podemos encontrarnos. Ayer vio usted a Ivan Andreich quien, según usted, dijo que yo estaba con mi mujer en el Teatro Aleksandrinski. Yo por mi parte, digo que miente y que es imposible darle crédito en estas cosas, y que anteayer, sin ir más lejos, estafó a su abuela 800 rublos. Tengo el honor de reiterarme, etc.
P.S. Mi mujer ha quedado embarazada. Es, además, asustadiza y algo inclinada a la melancolía. En las representaciones teatrales hay a veces tiroteos y se imita al trueno por medio de máquinas. Por ello, temiendo que se asuste, no la llevo al teatro. Yo tampoco tengo a éste mucha afición.
III
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
Apreciadísimo amigo Ivan Petrovich: Tengo la culpa, la tengo, mil veces la tengo, pero me apresuro a excusarme. Ayer entre cinco y seis, y en momento justo en que recordábamos a usted con sincera simpatía, llegó corriendo un recadero de parte de mi tío Stepan Alekseich con la noticia de que mi tía estaba grave. Sin decir palabra a mi mujer para no asustarla, pretexté tener que atender a un asunto urgente y fui a casa de mi tía. La encontré en las últimas. A las cinco en punto le había dado un ataque, el tercero en dos años. Karl Fiodorych, el médico de cabecera, dijo que quizá no saliera de la noche. Imagínese mi situación, apreciadísimo amigo mío. Toda la noche de pie, yendo y viniendo, abrumado de pena. Cuando llegó la mañana, con las fuerzas agotadas y abatido por la debilidad física y mental, me acosté en un diván sin acordarme de decir que me despertaran a tiempo, y cuando abrí los ojos eran las once y media. Mi tía estaba mejor. Fui a ver a mi mujer. La pobre estaba deshecha, esperándome. Tomé un bocado, di un beso al pequeño, tranquilicé a mi mujer y fui a buscarle a usted. No estaba en casa. Quien sí estaba era Evgeni Nikolaich. Volví a mi casa, cogí la pluma y ahora le escribo. No se enfade conmigo, mi buen amigo, ni rezongue contra mí. Pégueme, córteme esta cabeza culpable, pero no me prive de su afecto. Me enteré por su esposa de que esta noche van a casa de los Slavyanov. Allí estaré sin falta. Le esperaré con gran impaciencia. Por ahora quedo de usted, etc. P.S. El pequeño nos tiene verdaderamente desesperados. Karl Fiodorych le ha recetado ruibarbo. Lloriquea. Ayer no conocía a nadie. Hoy ya empieza a conocer a todos y balbucea: papá, mamá, bu... Mi mujer se ha pasado llorando toda la mañana.
IV
(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych) Muy señor mío: Le escribo en su casa, en su cuarto y en su escritorio: pero antes de tomar la pluma le he estado esperando más de dos horas y media. Ahora, Pyotr Ivanych, permita que le dé sin rodeos mi opinión sincera sobre esta situación ignominiosa. Por su última carta supuse que le esperaban a usted en casa de los Slavyanov. Me citó usted allí, fui, le estuve esperando cinco horas y no asomó usted. Ahora bien, ¿es que se propone usted convertirme en el hazmerreír de la gente? Perdón, señor mío... He venido a su casa esta mañana esperando encontrarle, sin imitar, pues, a ciertas personas escurridizas que buscan a la gente en sabe Dios qué sitios, cuando pueden encontrarla en casa a cualquier hora decorosa. En su casa no había ni sombra de usted. No sé qué me impide decirle ahora toda la dura verdad. Diré sólo que, por lo visto, quiere usted zafarse del convenio que usted conoce. Y ahora, después de considerar todo el asunto, no puedo menos de confesar que me asombra el sesgo astuto del pensamiento de usted. Ahora veo claro que viene usted alimentando sus torcidas intenciones desde mucho tiempo atrás. Prueba de ello es que la semana pasada se adueñó usted, harto impropiamente, de la carta, dirigida a mi nombre, en la que usted mismo exponía, aunque de modo bastante oscuro e incoherente, nuestro acuerdo sobre lo que usted sabe. Tiene usted miedo a los documentos, por eso los destruye y yo me quedo haciendo el primo. Pero yo no permito que se me tenga por tonto, pues nadie hasta ahora me ha tenido por tal, y en ese particular siempre he obrado con beneplácito de todos. He abierto los ojos. Usted quiere sacarme de mis casillas, ofuscarme con Evgeni Nikolaich; y cuando ante la carta del 7 del corriente, que todavía me resulta indescifrable, le pido explicaciones, me da usted citas falsas y se esconde de mí. ¿Piensa usted acaso, señor mío, que soy incapaz de darme cuenta de todo eso? Usted prometió compensarme por servicios que le son muy notorios, a saber la presentación de varias personas, y mientras tanto se las arregla usted no se como para sacarme elevadas cantidades de dinero, sin recibo, como ocurrió la semana pasada sin ir más lejos. Pero ahora, después de embolsarse el dinero, se oculta usted, más aún, niega usted los servicios que le presté con relación a Evgeni Nikolaich. Quizá cuenta usted con que me vaya pronto a Simbirsk y con que no haya tiempo para liquidar. Pues bien, le participo solemnemente, bajo palabra de honor, que si las cosas llegan a ese punto estoy más que dispuesto a quedarme dos meses enteros en Petersburgo hasta concluir mi negocio, lograr mi propósito y encontrarle a usted. Aquí también sabemos ganarle por la mano al prójimo. En conclusión, le hago saber que si no me da hoy una explicación satisfactoria, primero por carta y después personalmente, cara a cara, y si en su carta no expone de nuevo los puntos principales del convenio entre nosotros y no pone en claro lo tocante a Evgeni Nikolaich, me veré precisado a recurrir a medidas que serán muy desagradables para usted y que a mí mismo me resultan repugnantes. Me reitero de usted, etc.
V
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
11 de noviembre Amabilísimo y respetadísimo amigo Ivan Petrovich: Su carta me hirió en lo más profundo del alma. ¿Es que no tiene usted reparo, apreciado aunque injusto amigo, en tratar así a quien le tiene la mejor voluntad? ¡Desbocarse así, sin poner en claro todo el asunto, y acabar por insultarme con sospechas tan injuriosas! Me apresuro, no obstante, a responder a sus acusaciones. No me encontró usted ayer, Ivan Petrovich, porque fui llamado, de repente e inesperadamente, a la cabecera de una moribunda. Mi tía Evfimiya Nikolavna falleció ayer a las once de la noche. Por acuerdo general de los parientes quedé encargado de las tristes y dolorosas gestiones. Hubo tanto que hacer que no tuve tiempo esta mañana de verle a usted ni de ponerle siquiera un renglón para avisárselo. Lamento de todo corazón la mala inteligencia que ha surgido entre nosotros. Lo que dije acerca de Evgeni Nikolaich, que fue de paso y en broma, lo entendió usted en sentido contrario al que tenía; y ha dado usted a todo el asunto una interpretación ofensiva para mí. Saca usted a relucir lo del dinero y se manifiesta usted inquieto con respecto a él. Ahora bien, estoy dispuesto a satisfacer sin equívocos todos sus deseos y exigencias, aunque no puedo menos que recordarle que los 350 rublos que recibí de usted la semana pasada no fueron a título de préstamo, sino como parte del convenio que usted sabe. Si hubiera sido préstamo existiría, por supuesto, un recibo. No me rebajo a contestar los otros puntos que menciona usted en su carta. Veo que se trata de una incomprensión, veo en ello sus consabidos arrebatos, su vehemencia y su franqueza. Sé que la bondad y el carácter sincero de usted no permiten que anide la sospecha en su corazón y que, en definitiva, será usted el primero en alargarme la mano. Se equivoca usted, Ivan Petrovich, se equivoca usted de medio a medio. A pesar de que su carta me ha ofendido hondamente, yo, hoy mismo, sería el primero en reconocerme culpable e ir a verle si no fuera porque el mucho ajetreo de ayer me ha dejado enteramente rendido y apenas puedo tenerme de pie. Para colmo de desgracias, mi mujer ha caído en cama y me temo que se trate de algo grave. En cuanto al pequeño, a Dios gracias va mejor. Pero dejo la pluma, los quehaceres me llaman y tengo un montón de ellos. Quedo de usted, apreciadísimo amigo, etc.
VI
(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)
14 de noviembre Muy señor mío: He esperado tres días y he tratado de emplearlos con provecho. Durante ese tiempo, creyendo que la cortesía y el decoro son los principales adornos del hombre, no le he llamado la atención sobre mí ni de palabra ni de obra desde mi última carta fechada el 10 del corriente, en parte para que pudiera usted cumplir con calma sus deberes cristianos para con su tía, y en parte también porque necesitaba tiempo para hacer ciertas gestiones e indagaciones con respecto a nuestro asunto. Ahora me apresuro a poner las cosas en claro, final y categóricamente. Confieso con franqueza que tras la lectura de sus dos primeras cartas pensé en serio que usted no entendía lo que yo quiero; por eso prefería en cada caso verle a usted y hablar cara a cara del asunto, porque la pluma me asusta y me acuso de falta de claridad en trasladar mis pensamientos al papel. Usted sabe que carezco de educación y de buenas maneras y que soy ajeno a representar lo que no soy, ya que por triste experiencia he llegado a saber lo falsas que son a menudo las apariencias y cómo bajo las flores se oculta a veces la víbora. Pero usted me entendió, y si no me contestó como era debido fue porque con perfidia, ya había decidido usted faltar a su palabra de honor y pervertir las relaciones amistosas que han existido entre nosotros. Harto bien ha demostrado usted esto en su abominable comportamiento conmigo en días recientes, comportamiento perjudicial para mis intereses, que yo no esperaba y en el que me he resistido a creer hasta el último momento; porque, cautivado al comienzo de nuestras relaciones por su actitud sensata, su fino trato, su conocimiento de los negocios, así como por las ventajas que se sucederían de mi asociación con usted, supuse que había encontrado a un verdadero amigo, compañero y persona de buena voluntad. Ahora, sin embargo, comprendo que hay muchas personas que, bajo un aspecto lisonjero y brillante, esconden veneno en el corazón, que aplican su entendimiento a maquinar contra el prójimo e inventar intolerables supercherías, y que por ello temen la pluma y el papel, y que, por último, se sirven de las buenas palabras, no en provecho del prójimo y la patria, sino para fascinar y adormecer el juicio de quienes se han asociado con ellos en diversos acuerdos y asuntos. La perfidia de usted para conmigo señor mío, se revela en lo que manifiesto a continuación. En primer lugar, cuando de manera clara y tajante le describí en mi carta mi situación y le preguntaba además -en mi primera carta-que quería dar usted a entender, señor mío, con ciertas frases y alusiones referentes en particular Evgeni Nikolaich, trató usted de no darse por enterado, y después de provocar mi indignación con dudas y sospechas, decidió usted, sin más, esquivar el asunto. Más tarde, después de hacerme víctima de actos a los que no cabe dar nombre decoroso, empezó usted a decirme por carta que se sentía herido. ¿Qué calificativo, señor mío, cabe dar a esto? Luego, cuando cada minuto me era precioso y usted me obligó a persegitirle por toda la capital, me escribió usted, so capa de amistad, cartas en las cuales omitía deliberadamente toda referencia a nuestro asunto y me hablaba de cosas impertinentes, por ejemplo, de las dolencias de su esposa de usted, señora para mí muy respetable en todo caso, y de que a su pequeño le habían recetado ruibarbo porque le estaban saliendo los dientes. A todo esto aludía usted en cada una de sus cartas, con regularidad que me resultaba indigna e injuriosa. Comprendo, por supuesto, que los padecimientos de un hijo atormenten el alma del padre, pero ¿a qué aludir a ellos cuando lo que importa es otra cosa mucho más apremiante y necesaria? Mantuve silencio y me cargué de paciencia; pero ahora, cuando ya ha pasado tiempo, considero mi deber hablar claro. En fin, que con haberme dado citas falsas a menudo y con perfidia, usted me ha obligado, por lo visto, a hacer un papel de bobo y payaso que nunca he tenido intención de representar. Más tarde, después de invitarme previamente a su casa y, naturalmente, de engañarme, me dice usted que ha sido llamado a la cabecera de su tía enferma, quien ha sufrido un ataque a las cinco en punto, justificándose así con vergonzosa precisión. Por fortuna, señor mío, he tenido tiempo de hacer indagaciones en estos tres días y me he enterado de que su tía tuvo el ataque en la víspera del 8, poco antes de medianoche. Veo, pues, que se aprovecha usted de la santidad de las relaciones familiares. Para engañar a quienes le son enteramente extraños. Para concluir, en su última carta habla usted de la muerte de su pariente como si hubiera ocurrido en el momento preciso en que yo debía presentarme en casa de usted para hablar de los asuntos que usted sabe. En este caso la bajeza de los cálculos y embustes de usted rebasa los límites de lo probable, ya que por informes del todo fehacientes, a los que afortunadamente he podido recurrir muy a propósito y oportunamente, supe que su tía falleció 24 horas después de cuando usted dice mendazmente en su carta que ocurrió el fallecimiento. Si fuera a contar todos los indicios por los que he llegado a saber su perfidia para conmigo sería el cuento de nunca acabar. Al observador imparcial le bastaría con ver cómo en todas sus cartas me llama usted su muy sincero amigo y me colma de nombres lisonjeros, cosa que, por lo que colijo, hace sólo para acallar mi conciencia. Paso ahora al principal ejemplo de su mala fe y falsía para conmigo, a saber, el silencio ininterrumpido que en días recientes Mantiene usted en todo lo que toca a nuestros intereses comunes; el hurto maligno de la carta en que, de manera oscura y no del todo comprensible para mí, exponía nuestro acuerdo y convenio, previo préstamo bárbaro y forzoso de 350 rublos, sin recibo, que exigió usted de mí en calidad de consocio; y, por último, en las viles calumnias de que hace objeto a nuestro común conocido Evgeni Nikolaich. Ahora veo claro que lo que quería usted sugerir era, si se permite la expresión, que ese joven es como el macho cabrío que no da leche ni lana, que no es ni fu ni fa, ni chicha ni limonada, lo que caracterizaba usted como vicio en su carta del 6 del corriente. Yo, sin embargo, conozco a Evgeni Nikoiaich como joven modesto y de buenas costumbres, apto sin duda para merecer, encontrar y ganarse el respeto de todos. También me he enterado de que todas las noches, durante dos semanas enteras, jugando a las cartas con Evgeni Nikolaich, ha llegado usted a embolsarse algunas decenas de rublos y, a veces, hasta algunos centenares. Ahora, sin embargo, se retracta usted de todo esto, y no sólo se niega a resarcirme por mis esfuerzos, sino que se ha apropiado mi propio dinero, halagándome de antemano con el título de consocio y engatusándome con los diversos beneficios que de ello me resultarían. Ahora, después de haberse apropiado ilegalmente mi dinero y el de Evgeni Nikolaich, se niega usted a compensarme y recurre a una calumnia con la que denigra injustamente a quien presenté en su casa a costa de grandes afanes y esfuerzos. Pero, por otro lado, según dicen los amigos, está usted ahora a partir un piñón con él y se hace pasar ante todo el mundo como su mejor amigo, aunque no hay tonto, por muy tonto que sea, que no se dé cuenta de adónde apuntan las intenciones de usted y qué significan en realidad sus relaciones amistosas. Yo, por mí, diré que significan engaño, perfidia, olvido del decoro y los derechos humanos, todo ello en ofensa de Dios y de todo punto abominable. Me pongo a mí mismo como ejemplo y muestra. ¿En qué le he ofendido yo a usted para que me trate de forma tan desvergonzada? Cierro esta carta. He puesto las cosas en claro. Ahora, para terminar, si usted, señor mío, tan pronto como reciba la presente no me devuelve en su totalidad 1) la cantidad que le entregué, 350 rublos, y 2) no me manda las otras cantidades que, según promesa suya, me corresponden, recurriré a todos los medios posibles para obtener la restitución, tanto a la fuerza pura y simple como al amparo de las leyes; y, por último, le manifiesto que obran en mi poder ciertos testimonios que, mientras sigan en manos de este su servidor y admirador, pueden manchar y destruir el nombre de usted a los ojos del mundo entero. Me reitero, etc. VII
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
15 de noviembre Ivan Petrovich: Cuando recibí su misiva tan grosera como extraña sentí al pronto el deseo de hacerla pedazos, pero la guardé como cosa curiosa. Por lo demás, lamento de corazón las incomprensiones y contrariedades que han surgido entre nosotros. Estuve por no contestarle, pero me es indispensable hacerlo. Cabalmente con estos renglones quiero indicarle que me será muy desagradable en todo momento recibirle a usted en mi casa, y que lo mismo digo de mi mujer. Anda delicada de salud y no le sienta bien el olor del alquitrán. Mi mujer envía a la esposa de usted un libro que dejó en nuestra casa, Don Quijote de la Mancha, y le queda muy agradecida. En cuanto a los chanclos que dice usted que se dejó aquí en su última visita, debo informarle que desgraciadamente no aparecen por ninguna parte. Se seguirán buscando, pero si no se encuentran, le compraré unos nuevos. Quedo de usted, etc.
VIII
(El 16 de noviembre Pyotr Ivanych recibe por correo interior dos cartas dirigidas a su nombre. Abre la primera y saca de ella una nota, cuidadosamente doblada, en papel color de rosa claro. La letra es de su mujer. Está dirigida a Evgeni Nikolaich con fecha 2 de noviembre. No hay nada más en el sobre. Pyotr Ivanych lee:) Amado Eugéne: Fue del todo imposible ayer. Mi marido permaneció toda la velada en casa. Ven mañana sin falta a las once en punto. Mi marido se va a Tsarskoye a las diez y media y no volverá hasta media noche. Estuve furiosa toda la noche. Te agradezco el envío de la correspondencia y noticias. ¡Qué montón de papeles! ¿De veras que ella los ha emborronado todos? Por otra parte, tiene estilo. Gracias, veo que me quieres. No te enfades por lo de ayer y, por lo que más quieras, ven mañana. A.
(Pyotr Ivanych abre el segundo sobre.) Pyotr Ivanych: Ni que decir tiene que de todos modos no hubiera vuelto a poner los pies en casa de usted; en vano, pues, me lo dice usted por escrito. La semana que viene salgo para Simbirsk. Como apreciadísimo y estimadísimo amigo le queda a usted Evgeni Nikolaich. Buena suerte y no se preocupe usted por lo de los chanclos.
IX
(El 17 de noviembre Ivan Petrovich recibe por correo interior dos cartas dirigidas a su nombre. Abre la primera y saca de ella una nota escrita de prisa y con descuido. La letra es de su mujer. Está dirigida a Evgeni Níkolaich con fecha 4 de agosto. No hay nada más en el sobre. Ivan Petrovich lee:) ¡Adiós, adiós, Evgeni Nikolaich! Que Dios le premie también por esto. Sea usted feliz, aunque para mí sea cruel el destino. ¡Qué horrible! Así lo quiso usted. Si no hubiera sido por mi tía, no hubiera depositado mi confianza en usted. No se burle de mi tía ni de mí. Mañana nos casan. Mi tía está contenta de haber hallado a un hombre bueno que me acepta sin dote. Hoy me he fijado bien en él por primera vez. Parece que es muy bueno. Me dan prisa. Adiós, adiós, amado mío. Acuérdese de mí alguna vez; yo no le olvidaré nunca. Adiós. Firmo esta última como firmé la primera. ¿Recuerda? Tatiana
(La segunda carta reza así:) Ivan Petrovich: Mañana recibirá usted unos chanclos nuevos. Yo no acostumbro a sacar cosas de bolsillos ajenos, ni gusto de recoger basura por esas calles. Evgeni Nikolaich va a Simbirsk dentro de unos días por asuntos de su abuelo y me pide que le gestione un compañero de viaje. ¿Se anima usted?
FIN
El autor
Fiódor Dostoyevski. Retrato por Vasily Perov, 1872.
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, a veces transliterado Dostoievski o Dostoevski (n. Moscú, 11 de noviembre de 1821 – f. San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) fue un novelista ruso del siglo XIX. La literatura de Dostoyevski explora la psicología humana en el complicado contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX. Es considerado uno de los escritores más grandes de la literatura rusa. Walter Kaufmann citó las Memorias del subsuelo (1864), escritas en la amarga voz del anónimo "hombre subterráneo", como "la mejor obertura para el existencialismo jamás escrita".
Primeros añosFiódor fue el segundo de siete hijos nacidos del matrimonio de Mijaíl Dostoyevski y esposa María Fedorovna. Un padre autoritario, médico en el Hospital para pobres Mariinski en Moscú, y una madre vista por sus hijos como un refugio de amor y protección marcaron el ambiente familiar en la infancia de Dostoyevski. La temprana muerte de la madre por tuberculosis en 1837 sumió al padre en la depresión y el alcoholismo, lo que provocó que finalmente Fiódor y su hermano Mijaíl fueran enviados a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo, lugar en el que el joven Fiódor comenzaría a interesarse por la literatura. En 1839, cuando tenía 18 años, le llegó la noticia de que su padre había fallecido. Los siervos mancomunados de Mijaíl Dostoyevski (hidalgo de Darovóye), enfurecidos tras uno de sus brutales arranques de violencia provocados por la bebida, le inmovilizaron y le hicieron beber vodka hasta que murió ahogado. Otra historia sugiere que Mijaíl murió por causas naturales, pero que un terrateniente vecino suyo inventó la historia de la rebelión para comprar la finca a un precio más reducido. En parte, Fiódor se culpó posteriormente de este hecho por haber deseado la muerte de su padre en muchas ocasiones. Sigmund Freud se fijó en estos hechos para redactar su famoso artículo Dostoyevski y el parricidio (1928). Dostoyevski sufría de epilepsia y su primer ataque ocurrió cuando tenía 9 años. Los ataques epilépticos ocurrieron esporádicamente durante su vida y se cree que esas experiencias formaron las bases para la descripción de la epilepsia del príncipe Myshkin en su novela El idiota y la de Smerdyakov en Los hermanos Karamázov.
Los comienzos de su carrera literariaEn la Academia de Ingeniería Militar de San Petesburgo, Dostoyevski aprendió matemáticas, una materia que despreciaba. También estudió la literatura de Shakespeare, Pascal, Victor Hugo y E.T.A. Hoffmann y, a pesar de enfocarse en otras áreas, rindió bien los exámenes de matemáticas y recibió una comisión en 1841. Ese mismo año, escribió dos obras teatrales románticas, influenciado por el poeta romántico alemán Friedrich Schiller. Estas obras eran Mary Stuart y Borís Godunov, pero no fueron preservadas. Dostoyevski se describía como un "soñador" en su juventud y en esa época admiraba a Schiller. En 1843, acabó sus estudios de Ingeniería, adquirió el grado militar de subteniente y se incorporó a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo. En 1844, Honoré de Balzac visitó San Petersburgo y Dostoyevski, como muestra de admiración, decidió traducir Eugenia Grandet para saldar una deuda de 300 rublos con un usurero. Esta traducción despertaría su vocación y poco después de terminarla pidió la excedencia del ejército con la idea de dedicarse exclusivamente a la literatura. Ese mismo año dejó el ejército y empezó a escribir la novela epistolar Pobres gentes, obra que le proporcionaría sus primeros éxitos de crítica. La obra fue editada en forma de libro al año siguiente, convirtiendo a Dostoyevski en una celebridad literaria a los 24 años. En esta misma época comenzó a contraer algunas deudas y a sufrir con más frecuencia ataques epilépticos. Sin embargo, las novelas que siguen: El doble (1846), Noches blancas (1948), Niétochka Nezvánova (1849), El marido celoso y La mujer de otro, no tuvieron el éxito de la primera y sufrieron críticas muy negativas, lo que sumió a Dostoyevski en la depresión. El exilio en SiberiaDostoyevski fue arrestado y encarcelado el 23 de abril de 1849 por formar parte de un grupo intelectual liberal llamado el Círculo Petrashevsky bajo el cargo de conspirar contra el zar Nicolás I. Después de ver las revoluciones de 1848 en Europa, el zar Nicolás I se mostró reacio a cualquier tipo de organización clandestina que pudiera colocar a su autocracia en peligro. El 16 de noviembre, Dostoyevski y otros miembros del Círculo Petrashevsky serían condenados a muerte por participar en actividades antigubernamentales. El 22 de diciembre, los prisioneros fueron llevados al patio de la prisión para su fusilamiento; Dostoyevski tendría que situarse frente al pelotón de fusilamiento e incluso escuchar sus disparos con los ojos vendados, pero su pena había sido conmutada por cinco años de trabajos forzados en Omsk, Siberia. Durante esta época los ataques epilépticos fueron en aumento. Años más tarde, Dostoyevski le describiría a su hermano los sufrimientos que atravesó durante los años que pasó "silenciado dentro de un ataúd". Describiendo el cuartel donde estuvo, el cual según sus propias palabras "debería haber sido demolido años atrás", escribió: En verano, encierro intolerable; en invierno, frío insoportable. Todos los pisos estaban podridos. La suciedad en los pisos tenía una pulgada de grosor; uno podía resbalar y caer... Éramos apilados como anillos de un barril... Ni siquiera había lugar para dar la vuelta. Era imposible no comportarse como cerdos, desde el amanecer hasta el atardecer. Pulgas, piojos, y escarabajos por celemín. Fue liberado en 1854 y se reincorporó al ejército como soldado raso. Durante los siguientes cinco años estaría en el Séptimo Batallón de línea acuartelado en la fortaleza de Semipalátinsk en Kazajistán. Mientras se encontraba allí, comenzó una relación con María Dmítrievna Isáyeva, la esposa de un conocido de él en Siberia. Se casaron en febrero de 1857 después de la muerte de su esposo. Dostoyevski se convirtió en un agudo crítico del nihilismo y del movimiento socialista de su época y en parte dedicó sus libros Los endemoniados y Diario de un escritor a exponer el conservadurismo y criticar las ideas socialistas. Más tarde formó una amistad con el estadista conservador Konstantín Pobedonóstsev y abrazó algunos de los principios del Pochvennichestvo. Carrera literaria posterior
Tumba de Dostoyevski en el Monasterio Alexander Nevsky. Fue un momento crítico en la vida del autor. Dostoyevski abandonaría desde entonces sus pensamientos radicales y se convertiría en un hombre profundamente conservador y extremadamente religioso. Por esa época comienza a escribir Recuerdos de la casa de los muertos, basándose en sus experiencias como prisionero. En 1859, tras meses de laboriosas gestiones, consiguió ser licenciado con la condición de residir en cualquier lugar excepto en San Petesburgo y Moscú, por lo que se trasladó a Tver. Allí logró publicar El sueño del tío y La aldea de Stepánchikovo. Las obras no obtuvieron la crítica que Dostoyevki esperaba. En diciembre del mismo año finalmente se le autorizó regresar a San Petesburgo donde fundaría con su hermano Mijaíl la revista Vremya (Tiempo), en cuyo primer número apareció Humillados y ofendidos, obra también inspirada en su etapa siberiana. Su obra Recuerdos de la casa de los muertos tuvo un gran éxito entonces al publicarse por capítulos en la revista El Mundo Ruso. Durante 1862 y 1863 realizaría diversos viajes por Europa que le llevarían a Berlín, París, Londres, Ginebra, Turín, Florencia y Viena. Durante estos viajes comenzó una relación con Paulina Súslova, una estudiante de ideas avanzadas, que lo abandonó poco después. Perdió mucho dinero jugando a la ruleta y regresó a Rusia a finales de octubre de 1863 solo y sin dinero. Durante este tiempo su revista había sido prohibida por la publicación de un artículo sobre la revolución polaca de 1863. En 1864, consiguió editar con su hermano una nueva revista llamada Epokha (Época), donde publicaron Memorias del subsuelo. El ánimo de Dostoyevski acabó de quebrarse tras la muerte de su esposa, seguida poco después por la de su hermano. Además, su hermano Mijaíl dejó viuda, cuatro hijos y una deuda de 25.000 rublos a los que Fiódor tenía que hacer frente. Se hundió en una profunda depresión y en el juego, que siguió provocándole enormes deudas. Para escapar de todos sus problemas financieros, huyó al extranjero, donde perdió el dinero que le quedaba en los casinos. Allí se reencontró con Paulina Súslova e intentó volver con ella, pero fue rechazado. En 1865 comenzó la redacción de Crimen y Castigo, una de sus obras capitales, que apareció en la revista El Mensajero Ruso con gran éxito. Al mismo tiempo en sólo veintiséis días, dictó a su joven secretaria Anna Grigórievna Snítkina la obra El jugador. La relación con Anna fue estrechándose hasta que finalmente se casó con ella el 15 de febrero de 1867. Juntos continúan sus viajes por Europa y en Ginebra nació y murió poco después su primera hija. En 1868, escribió El idiota. En 1871, terminó Los endemoniados, publicándola al año siguiente. A partir de 1873 publicaría la revista Diario de un escritor, en la que escribiría solo, recopilando historias cortas, artículos políticos y crítica literaria y cosechando también gran éxito. Esta publicación se vería interrumpida cuando comenzara en 1878 la redacción de Los hermanos Karamázov, que aparecería en gran parte en la revista El Mensajero Ruso. En 1880, participó en la inauguración del monumento a Aleksandr Pushkin en Moscú, donde pronunciará un memorable discurso sobre el destino de Rusia en el mundo. El 8 de noviembre de ese mismo año, termina Los hermanos Karamázov en San Petersburgo. Muere en dicha ciudad, el 9 de febrero de 1881, de una hemorragia pulmonar asociada a un enfisema y a un ataque epiléptico. Fue enterrado en el Cementerio Tijvin, dentro del Monasterio de Alexánder Nevski, en San Petersburgo. Se calcula que asistieron al funeral unas 60 mil personas. En su lápida sepulcral puede leerse el siguiente versículo de San Juan, que sirvió también como epígrafe de su última novela, Los hermanos Karamázov: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto. Evangelio de San Juan 12:24 Influencia
Estatua de Dostoyevski en Omsk. La influencia de Dostoyevski es y ha sido inmensa, desde Hermann Hesse hasta Marcel Proust, William Faulkner, Albert Camus, Franz Kafka, Yukio Mishima, Roberto Arlt, Ernesto Sábato y Gabriel García Márquez por mencionar unos pocos autores. Realmente ninguno de los grandes escritores del siglo XX ha sido ajeno a su obra (con algunas raras excepciones como Vladímir Nabókov, Henry James o D.H. Lawrence). El novelista estadounidense Ernest Hemingway también citó a Dostoyevski en una de sus últimas entrevistas como una de sus mayores influencias. Esencialmente un escritor de mitos (y a este respecto comparado a veces con Herman Melville), Dostoyevski creó una obra con una inmensa vitalidad y un poder casi hipnótico caracterizada por los siguientes rasgos: escenas febriles y dramáticas donde los personajes se mueven en atmósferas escandalosas y explosivas, ocupados en apasionados diálogos socráticos "a la rusa", la búsqueda de Dios, el mal y el sufrimiento de los inocentes. Los personajes pueden clasificarse en diversas categorías: humildes y modestos cristianos (Príncipe Mishkin, Sonia Marmeládova, Aliosha Karamázov), nihilistas autodestructivos (Svidrigáilov, Smerdiakov, Stavroguin, Maslobóiev), cínicos libertinos (Fiódor Karamázov, el príncipe Valkorskij —Humillados y ofendidos—), intelectuales rebeldes (Raskólnikov, Iván Karamázov); además, sus personajes se rigen por ideas más que por imperativos biológicos o sociales. En las novelas de Dostoyevski transcurre poco tiempo (muchas veces sólo unos días) y eso permite al autor huír de uno de los rasgos dominantes de la prosa realista: el deterioro físico que produce el paso del tiempo. Sus personajes encarnan valores espirituales que son por definición intemporales. El escritor austriaco Stefan Zweig afirmó de aquellos: Apartados del mundo por amor al mundo, irreales por pura pasión de realidad, las figuras de Dostoyevski parecen, al principio, un poco simplistas. Su marcha no es rectilínea, ni persigue ningún fin visible. Estos hombres todos adultos, todos hombres hechos, andan por el mundo a tientas como los ciegos y tienen el torpor de los borrachos. Los vemos detenerse, mirar en derredor, hacer todo género de preguntas, para aventurarse de nuevo, sin esperar respuesta, hacia lo desconocido. Tres maestros. Balzac, Dickens, Dostoyevski (1920) Otros temas recurrentes en su obra son: el suicidio, el orgullo herido, la destrucción de los valores familiares, el renacimiento espiritual a través del sufrimiento (siendo uno de los puntos capitales), el rechazo a Occidente y la afirmación de la ortodoxia rusa y el zarismo. Eruditos como Mijaíl Bajtín han caracterizado el trabajo de Dostoyevski como polifónico: al contrario que otros novelistas, no parece aspirar a tener una visión única y va más allá describiendo situaciones desde varios ángulos; Dostoyevski engendró novelas llenas de fuerza dramática en las que personajes y puntos de vista contrapuestos se desarrollan libremente siempre en un violento crescendo. El autor ruso Alexey Rémizov escribió desde el exilio en París en 1927: "Dostoyevski es Rusia. Rusia no existe sin Dostoyevski". La mayor parte de los críticos coinciden en afirmar que Dostoyevski y Dante Alighieri, William Shakespeare, Miguel de Cervantes, Víctor Hugo y otros pocos elegidos han influido decisivamente en la literatura del siglo XX, especialmente en lo que al existencialismo y al expresionismo se refiere. ObraObras principales
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Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |