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LA BIBLIOFILIA

 

BIBLIOFILIA Y COLECCIONISMO

BIBLIOFILIA Y BIBLIOMANÍA

TÉRMINOS RELACIONADOS

ESPECIALIDADES BIBLIOFÍLICAS

DESEAR, POSEER Y ENLOQUECER

Umberto Eco

 

 

Según la RAE, la Bibliofilia es la “pasión por los libros, especialmente por los raros o curiosos”.  En general, entendemos el término como “amor a los libros”.

La bibliofilia, en el sentido específico que hoy se atribuye a la palabra, de amor al libro como objeto de colección, surge propiamente con el Renacimiento, en los siglos XIV y XV, época en que los humanistas, reyes, príncipes y grandes señores se dedicaron directamente o por medio de agentes especiales, a recorrer países de Europa en busca de manuscritos, cartas, autógrafos, incunables, y otros tipos de libros raros.

El bibliófilo clásico, ejemplificado por Samuel Pepys, es un individuo que ama la lectura, así como el admirar y coleccionar libros, que frecuentemente crea una gran y especializada colección. Sabe, además, distinguirlas e identificarlas ya sea por la pureza de su texto, su tipografía, la calidad del papel y la encuadernación. Los bibliófilos no necesariamente buscan el poseer el libro que aman; como alternativa tienen el admirarlos en antiguas bibliotecas. Sin embargo el bibliófilo es frecuentemente un ávido coleccionista de libros, algunas veces buscando erudición académica sobre la colección, y otras veces poniendo la forma por sobre el contenido con un énfasis en libros caros, antiguos o raros, primeras ediciones, libros con encuadernación inusual o especial y copias autografiadas.

 

Bibliofilia y coleccionismo

 

Según Francisco Mendoza Díaz-Maroto (en su maravillosa obra “La pasión por los libros. Un acercamiento a la bibliofilia”, que aquí resumimos en parte), el coleccionismo no es sino una de las muchas maneras que tenemos los seres humanos de intentar llenar el vacío psicológico o afectivo que a menudo experimentamos. Esta actividad es contradictoria, pues consiste en acumular un tipo de objetos concretos para llenar tal vacío psicoafectivo, pero al mismo tiempo nos genera insatisfacción, ya que por muchas y buenas piezas que se atesoren, siempre la colección estará incompleta. Aunque este hecho sea quizás lo mejor para mantener la ilusión o, como dice Umberto eco, “la diferencia entre el coleccionista y el bibliófilo es que el primero quiere conseguir todos los objetos de su especialidad, mientras el segundo espera que la colección no termine nunca”.

Algunos autores han descrito como motivaciones o fines del coleccionismo: el deseo de propiedad, el de afinar el propio gusto, el de superarse o competir, el ansia de prestigio y seguridad, la aspiración a la mortalidad, el placer sensual, la curiosidad intelectual, la lucha contra el aburrimiento, el afán de exclusividad o la inversión.  Sea como sea, el fenómeno del coleccionismo es tan antiguo como el hombre, y se extiende a todo tipo de objetos, hasta los más inauditos y extravagantes (basta darse una vuelta por Internet para comprobarlo).

En la personalidad del coleccionista hay un fuerte componente fetichista (el amor al objeto por el objeto mismo), un cierto desequilibrio psíquico en forma de carencia afectiva o insatisfacción vital, e incluso elementos bulímicos. Realmente, se trata de un trastorno obsesivo compulsivo, y una adicción con su síndrome de abstinencia y todo.  Incluso parece funcionar como sustitutivo erótico, ya que es curioso que se colecciona sobre todo de los siete a los doce años, y pasados los cuarenta, es decir, antes y después de la etapa de mayor actividad sexual.

De esa manera, un coleccionista típico sería varón, mayor de cuarenta años, sedentario, soltero, solitario, con cierto desahogo económico, sensible, perfeccionista, fetichista, comprador compulsivo (bulímico), con tiempo libre, y algo inseguro. No todos tienen todos los rasgos, claro, pero si buena parte de ellos.

 

Por otra parte, el coleccionismo presenta una evidente relación con el juego y con el deporte cinegético, con la caza. Coleccionar es una forma de jugar, de instalarnos en un mundo de ilusión, puro, seguro, placentero y acogedor. La rivalidad está en la base del juego, del deporte, de la caza y, desde luego, del coleccionismo. La pesca y la caza son sustitutos de la guerra, y el coleccionismo es un deporte en le que, para triunfar, hay que poseer, en palabras de Balzac, “las piernas del ciervo, el tiempo de los errabundos y la paciencia del israelita”.  Según H. Beraldi “el verdadero placer del coleccionista no es el de poseer, es el de comprar, el de cazar, de abatir a la pieza”.

Como los cazadores y pescadores, los coleccionistas son muy dados a exagerar, y como en los primeros, la suerte desempeña un papel importante, aunque más el acierto o la puntería. Además, también entre los coleccionistas podemos hablar de caza mayor y caza menor, de furtivos o tramperos, y es una actividad en la que, en general, impera también la ley de la selva.

 

Bibliofilia y bibliomanía

 

La Bibliofilia es, según la RAE, la “pasión por los libros, y especialmente por los raros y curiosos”. Según el Diccionario de Bibliofilia es “afición por el libro en razón de su valor histórico o estético, especialmente por los raros y curiosos”. Para Checa equivale a “amor, pasión y estudio de los libros, especialmente de los antiguos, raros, de las ediciones difíciles de encontrar y de las bellas encuadernaciones”. Eco matiza “la bibliofilia es ciertamente el amor por los libros, pero no necesariamente por su contenido”. Parece que el término se usó por primera vez en un librito de 1681, y el término bibliófilo, usual desde principios del siglo XIX, fue precedido por el de “filobiblo”.

La Bibliomanía es, según la RAE, la “pasión por tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que por instruirse”. Según el Diccionario de Bibliofilia “pasión exagerada por poseer muchos libros”.

Para Díaz-Maroto, la bibliofilia es pasión, y pasión “desaforada”, es decir, “que obra sin ley ni fuero, atropellando por todo” y “grande con exceso, desmedido, fuera de lo común”.  Por ello no hay diferencia alguna entre los términos bibliofilia y bibliomanía. Un ejemplo gracioso aparece en “El bibliómano” de Nodier, en forma de epitafio burlesco:

 

AQUÍ YACE

BAJO SU ENCUADERNACIÓN EN MADERA,

UN EJEMPLAR IN-FOLIO

DE LA MEJOR EDICIÓN

DEL HOMBRE,

ESCRITO EN LA PROSA DE LA EDAD DE ORO

QUE YA NO COMPRENDE NADIE.

HOY ES, TAN SOLO,

UN LIBRO VIEJO,

MARCHITO,

DEFECTUOSO,

INCOMPLETO,

CON LA PORTADA DESECHA,

PICADO DE POLILLA

Y MUY MANCHADO DE MOHO.

NO ES DABLE ESPERAR PARA ÉL

LOS HONORES TARDÍOS

E INÚTILES

DE LA REIMPRESIÓN.

 

Para Paul Lacroix, sin embargo, si hay diferencia entre el bibliófilo – que ama los libros pero no necesita poseerlos – y el bibliómano, del que enumera cinco variedades: a) el atesorador (goza de sus ejemplares en soledad, pero no los enseña); b) el vanidoso (no lee, colecciona libros como podría juntar cualquier otra cosa); c) el fantástico (caprichoso y voluble); d) el envidioso (ambiciona todo lo que no posee) y e) el especializado (solo colecciona cierto tipo de libros, sin preocuparse de que sean raros o singulares).

Por su parte, Bollioud-Mermet distingue cuatro variedades: a) los que exhiben bibliotecas aparentando un saber que no poseen; b) los que acumulan libros en exceso y sobre materias que desconocen; c) los cazadores de rarezas que no reparan en precios ni en medios y d) los coleccionistas de libros extravagantes (licenciosos).

Como curiosidad humorística, recogemos el siguiente cuadro del Blog “La cosa humeda”, de Fabrizio Ferri Benedetti, sobre un supuesto diagnóstico de “Síndrome de Bibliofilia”:

En el DSM-BLOG, se recogen los criterios diagnósticos para detectar la bibliofilia:

"Un patrón de conducta cuya duración es superior a los seis meses y que cumple dos o más de los siguientes criterios:

A) Aumento de la respuesta fisiológica en proximidad de libros
B) Gastos en libros superiores al 30% del presupuesto personal
C) Conducta de "buceo" en bibliotecas y librerías
D) Biblioteca personal con más de 800 tomos
E) Búsqueda compulsiva de libros en centros comerciales
F) Promedio de lectura de dos libros o más por semana

Y el patrón no se explica mejor por:

A) Trabajo de bibliotecario
B) Posesión de una librería
C) Docencia o investigación
D) Literatura erótica

 

 

Términos relacionados

 

El biblos griego ha dado lugar a un amplio campo semántico que abarca todo lo que tiene relación  con el libro. Muchas palabras (como biblioteca o bibliografía) son de uso corriente, pero muchas otras son desconocidas para la mayoría de las personas. Presentamos a continuación un listado de varias de esos biblio-términos:

 

v  ARISTOBIBLIÓFILO

(de aristobibliofília)  Pseudobibliófilo rico que se dedica a comprar todo lo que se le ofrece sin criterio alguno y a precios desorbitados.

v  BIBLIA

Libro.

v  BIBLIATRA

(de bibliatría o bibliátrica)  Persona que practica el arte de restaurar libros antiguos.

v  BIBLIOADICTO

(de biblioadicción)  Persona que se deja dominar por la afición desmedida a los libros.

v  BIBLIOBLOG

Blog de temática bibliotecaria.

v  BIBLIOBUS

Vehículo adaptado para dar servicio de biblioteca volante.

v  BIBLIOCEPTO

1.   Ladrón de libros

2.   Sección de algunas bibliotecas donde se encuentran los libros que versan sobre literatura sexual o amatoria.

v  BIBLIOCLASTA

(de biblioclástia) Denigrador de libros. Quien siente odio feroz y aversión al libro, acompañado de voluntad destructiva. Sinónimo de Bibliolita.

v  BIBLIOCLEPTÓMANO

(de bibliocleptomanía)  Quien roba libros por un impulso incontenible y sin ánimo de lucro. Sinónimo de Bibliocepto en su primera acepción.

v  BIBLIOCRIPTA

Bibliotafio

v  BIBLIOCRISO

Libro estampado con letras y decoraciones de oro.

v  BIBLIOFAGO

(de bibliofagia)  Persona que tiende a devorar libros sin criterio y sin la concentración necesaria para asimilar sus contenidos.

v  BIBLIOFILM

Película fotográfica negativa que contiene la reproducción de un libro.

v  BIBLIOFILO

(de bibliofilia)  Amante de los libros. Persona aficionada a poseer libros raros y valiosos. Coleccionista. Experto.

v  BIBLIOFOBO

(de bibliofobia)  El que teme morbosamente a los libros.

v  BIBLIOFORO

El empleado de una biblioteca que entrega los libros. Sinónimo de Bibliotecario.

v  BIBLIOGNOSTA

(de bibliognosia)  Persona versada en libros, conocedora.

v  BIBLIOGNÓSTICO

(de bibliognóstica)  Persona que conoce los libros en su aspecto material o mercantil, más que por su valor intrínseco o literario.

v  BIBLIOGRAFO

(de bibliografía)  Persona especializada en la elaboración de repertorios o estudios sobre libros.

v  BIBLIÓLATA

  1. El que olvida sus libros.
  2. Dícese del que posee muchos libros y no los lee.

v  BIBLIOLATRA

(de bibliolatría)  Dícese del que adora los libros.

v  BIBLIOLÁTRICO

(de bibliolatría)  Persona que practica el arte de restaurar libros.

v  BIBLIOLETA

Bibliólata.

v  BIBLIOLITA

(de bibliolitia)  Destructor de libros.

v  BIBLIOLITO

Papiros de Herculano y Pompeya petrificados por la acción volcánica.

v  BIBLIOLOGO

(de bibliología)  persona que estudia el libro desde un punto de vista general: tanto histórico como técnico.

v  BIBLIOMANIATICO

Bibliómano

v  BIBLIOMANO

(de bibliomanía)  El que siente una pasión exagerada por poseer muchos libros.

v  BIBLIOMÁNTICO

(de bibliománcia)  El que practica la adivinación abriendo un libro al azar e interpretando el pasaje hallado.

v  BIBLIOMAPA

Atlas geográfico.

v  BIBLIOMETRA

(de bibliometría)  Persona que calcula la extensión de un libro según su formato, peso del papel, tipos, número de palabras, etc.

v  BIBLIÓMETRO

Regla o escuadra que se utiliza para medir libros.

v  BIBLION

Corteza interior del papiro. Papel para escribir, escrito, libro.

v  BIBLIOPEA

Arte de hacer un libro.

v  BIBLIOPEGE

(de bibliopegia)  Persona que practica el arte de encuadernar con gusto y nobleza.

v  BIBLIOPIRATA

1.   Ladrón de libros con ánimo de lucro.

2.   Persona que reproduce libros sin representación del autor o de sus representantes con ánimo de lucro.

v  BIBLIOPIRÓMANO

Bibliolita que destruye libros y bibliotecas con el fuego.

v  BIBLIOPOLA

Vendedor de libros. Librero.

v  BIBLIORATO

Carpeta de lomo muy ancho y broches metálicos para guardar documentos.

v  BIBLIORRAPTA

Sistema de encuadernación intercambiable para papeles y escritos separados.

v  BIBLIÓSCOPO

Dícese del pseudobibliófilo, admirador del libro como objeto.

v  BIBLIOSOFO

Secretario.

v  BIBLIOTAFIO

Sepulcro de libros. Sinónimo de Bibliocripta.

v  BIBLIOTAFO

(de bibliotafia)  Coleccionista de libros que se niega a mostrarlos. Persona avara de sus libros que se niega a enseñarlos. Bibliómano que no quiere que nadie lea sus libros.

v  BIBLIOTÁXICO

(de bibliotáxia)  Persona que usa técnicas de clasificación de los libros.

v  BIBLIOTECA

  1. Conjunto ordenado de un número considerable de libros.
  2. Local donde se guardan los libros.
  3. Colección de libros o tratados análogos.
  4. Mueble donde se colocan los libros.

v  BIBLIOTECARIO

Persona que tiene a su cargo el cuidado, ordenación y servicio de una biblioteca.

v  BIBLIOTÉCNICO

(de bibliotécnia)  Persona que practica el arte de fabricación del libro: impresión, encuadernación, etc.

v  BIBLIOTECÓGRAFO

(de bibliotecografía)  Persona que describe y estudia las bibliotecas: contenido, historia, estadísticas, etc.

v  BIBLIOTECÓLOGO

(de bibliotecología)  Persona que estudia de forma sistemática el conjunto de conocimientos referentes al libro y a la biblioteca. La bibliotecología incluye la bibliotécnia y la biblioteconomía.

v  BIBLIOTECONOMISTA

(de biblioteconomía)  Persona que practica la ciencia y arte de la conservación, ordenación y servicio de las bibliotecas.

v  BIBLIOTECOSOFO

(de bibliotecosofía)  Quien estudia la ciencia de las bibliotecas.

v  BIBLIOTERAPEUTA

( de biblioterapia) Persona que trata ciertas enfermedades mentales mediante la lectura.

v  BIBLIOTISTA

(de bibliótica)  Persona que practica la ciencia del análisis caligráfico, especialmente documentos y manuscritos para determinar su autenticidad o su autor.

v  BIBLIOTOFO

Bibliotafo.

v  BIBLISTA

Persona experta en los distintos aspectos del estudio de la biblia.

v  BIOBIBLIÓGRAFO

(de biobibliografía)  El que se dedica a estudiar la bibliografía de un autor concreto.

 

 

Especialidades bibliofílicas

 

Las especialidades del coleccionismo de libros son casi infinitas. José Porter dedicó 32 páginas de su obra “Los libros” a enumerar unas 2500 aproximadamente.  A continuación exponemos unas cuantas clasificadas de alguna manera:

Ø  Manuscritos: de un autor, de una época, de un tema, de un país…

Ø  Autógrafos: en general, de reyes (firmas reales), de un autor, de un tema, de una época, álbumes, libros con dedicatoria…

Ø  Por materiales: impresos en vitela, corcho, plástico, tela o algún otro soporte especial; con tinta o papel perfumado; de colores insólitos…

Ø  Por técnicas: libros xilográficos, en tipología gótica, romana, cursiva, en tipos especiales, en otros alfabetos…

Ø  Por épocas: incunables, siglo XVI, XVII…

Ø  Por impresores: Gutemberg, Schöffer, Amerbach, Fröden, Aldo Manunzio y descendientes, Hagenbach, Coci, Joffre, los Cromberger, los Giunta o Junta, los Arnoullet, los Estienne, los Plantin-Moretus, los Elzevir, Baskerville, Bodoni, Ibarra, Sancha, Cano Monfort, los Didot, Miquel y Planas…

Ø  Por lugares de edición: Maguncia, París, Roma, Basilea, Venecia, Lyon, Amberes, Lisboa, Praga, Segovia, Barcelona, Toledo, Valencia, Sevilla, Zamora, Alcalá de Henares, Medina del Campo, Madrid, Baeza, Lerma, México, Lima, Nueva York…

Ø  Por temas: todos los imaginables.

Ø  Por su condición de efímeros: bulas, almanaques, calendarios, naipes, carteles (de toros, de cine…), acciones, pagarés, cheques, etiquetas, entradas, tiques, exlibris, cromos, formularios, cartillas de primeras letras, cajas de cerillas, postales, christmas…

Ø  Por su carácter popular: por ejemplo aleluyas, pliegos sueltos y otras modalidades de la literatura de cordel…

Ø  Por formatos: gran folio, folio mayor, folio, 4º, 8º, 12º, 16º, 32º…

Ø  Por autores: cualquiera de ellos.

Ø  Por obras: ediciones de la Biblia, del Quijote, Alicia…

Ø  Por difusión: ediciones privadas, limitadas (numeradas o nominadas)…

Ø  Por su condición de primeras ediciones o de haberse publicado en vida del autor.

Ø  Por su carácter de obras prohibidas o ejemplares expurgados por alguna de las diversas Inquisiciones.

Ø  Por lenguas: cualquiera de ellas, ediciones bilingües o plurilingües…

Ø  Por encuadernaciones: medievales, góticas, mudéjares, platerescas, jansenistas, de abanico, en mosaico, à la fanfare, heráldicas, reales, monásticas, en metales preciosos, en pasta española, en pasta valenciana, de Ménard, Brugalla, Galván, Palomino, Panadero…

Ø  Por procedencia, atestiguada normalmente por exlibris o superlibros de reyes, nobles, bibliófilos (Medinaceli, Heber, Huth, Gómez de la Cortina, Salvá, Heredia, Pérez Gómez…

Ø  Por grabados: independientes, libros de grabados u obras ilustradas, xilográficos, calcográficos, litografías, serigrafías, linóleos, de Durero, Holbein, Vingles, Rembrandt, Palomino, Doré, Miró, Picasso, gris…

Ø  Especialidades mixtas: combinación de cualquiera de las anteriores.

 

 

 

Desear, poseer y enloquecer

de Umberto Eco

Traducción de Alejandro Patat

Dice la leyenda que un día Gerbert d’Aurillac, o sea Silvestre II, el Papa del año Mil, consumido por su amor por los libros, compró un inhallable códice de la Farsalia, de Lucano, a cambio de una esfera armilar de cuero. Gerbert no sabía que Lucano no había podido terminar su poema por culpa de Nerón, que lo había invitado a cortarse las venas. De tal manera que, al recibir el precioso manuscrito, lo halló incompleto. Todo buen amante de los libros, después de haber cotejado un códice, si lo encuentra incompleto, no hace sino devolverlo al librero. Gerbert, para no privarse al menos de la mitad de su tesoro, decidió mandarle a quien le había entregado el códice, no la esfera entera, sino la mitad.

Para mí esta historia es admirable, pues nos dice claramente qué es la bibliofilia. Gerbert, por cierto, quería leer el poema de Lucano -y esto ya nos dice mucho del amor por la cultura clásica en esos siglos que nos empeñamos en considerar oscuros-, pero si ése hubiese sido su único deseo, habría pedido prestado el libro. Él, en cambio, quería poseer esos folios, tocarlos, olerlos quizás cada día y sentirlos como algo propio. Y cuando un bibliófilo, tras haber tocado y olido, se percata de que su libro es manco, por más que le falte sólo el colofón o una simple hoja de errata, tiene la sensación de un coitus interruptus. Que el librero le mande de vuelta el dinero (o acepte la mitad de la esfera armilar) no remedia, sin embargo, su dolor. Él sabe que podría haber tenido en sus manos la primera edición, con márgenes amplios y sin manchas ni hojas apolilladas; su sueño se desvanece; sus manos sostienen un libro discapacitado, mutilado; ninguna indulgencia al politically correct podrá convencerlo de que debe amar a esa criatura desventurada.

La bibliofilia es ciertamente el amor por los libros, aunque no necesariamente por su contenido. Claro que hay bibliófilos que coleccionan por temas e incluso leen los libros que adquieren. Pero para leer todos esos libros hay que ser un ratón de biblioteca. El bibliófilo, aun cuando se interese por el contenido, desea ante todo el objeto y, si es posible, el primero que haya salido de los tórculos de la imprenta. Hasta tal punto que hay bibliófilos (a quienes, pese a comprenderlos, desapruebo) que, teniendo en sus manos un libro intonso, no cortan sus hojas para no violar el objeto que han conquistado. Para ellos, cortar las hojas a un libro raro sería como, para un relojero, romper la caja de un reloj para observar su mecanismo.

El amante de la lectura o el estudioso aman subrayar los libros contemporáneos, justamente porque con el pasar de los años un cierto tipo de subrayado, un signo hecho en el margen o una variación entre tinta negra y roja les recuerdan una experiencia de lectura. Yo poseo una Philosophie du Moyen Age, de Étienne Gilson, de los años cincuenta, que me acompañó desde los días de mi tesis de licenciatura hasta hoy. El papel de entonces era realmente infame, el libro se deshace en migajas ni bien lo toco o paso la hoja. Si para mí no fuera más que un instrumento de trabajo, a esta altura habría comprado una nueva edición que, por otra parte, se encuentra en edición económica. Podría, incluso, tardar sólo dos días en volver a subrayar todas las partes señaladas, reproduciendo los colores y el estilo de mis anotaciones, que cambiaron a lo largo de los años y de las relecturas. Pero no puedo resignarme a perder esa copia que, con su frágil vetustez, me trae a la memoria los años de mi formación y los que siguieron y que es por lo tanto una parte de mis recuerdos.

¿Es necesario subrayar, aunque sólo sea al margen, los libros raros? En teoría, una copia perfecta, si no es intonsa, debe tener márgenes amplios, debe ser blanca y las hojas deben crujir entre los dedos. Una vez, sin embargo, compré un Paracelso de escaso valor como objeto de anticuario, porque se trataba de un solo volumen de la primera edición de la opera omnia compilada por Huser entre 1589 y 1591. Si la obra no está completa, ¿dónde está el placer? Se trata de un libro cosido y encuadernado en cuero de época, con el lomo en relieve, con un color uniforme de las hojas no obstante su edad, con firma manuscrita en el frontispicio, atravesado desde la primera hasta la última página por un subrayado rojo y uno negro, con notas al margen contemporáneas al texto, con títulos en mayúsculas rojas y florilegio latino del original alemán. El objeto es bellísimo: las notas se confunden con el texto impreso y a veces lo hojeo por el placer de volver a vivir la aventura intelectual de quien, en calidad actual de testigo, lo ha marcado con sus propias manos.

Todo ello es signo, entonces, de que la bibliofilia es amor al objeto-libro, pero también de su historia, como atestiguan los precios de los catálogos que privilegian algunas copias que, aunque imperfectas, llevan la marca de la posesión. Quienquiera que se precie de bibliófilo desea el libro más bello que jamás haya sido impreso, la Hypnerotomachia Poliphili, de Francesco Colonna, y la desea perfecta, sin manchas y sin apolilladuras, con márgenes amplios y, si fuese posible, con tablas que se desdoblan, como me aseguran que existe todavía en algún lugar. ¿Pero qué no haríamos nosotros y los anticuarios si supiésemos que circula una copia con densas notas de James Joyce escritas en gaélico? No vayan a creer ahora que, confiando en la futura valorización durante los próximos siglos de mi copia de la Hypnerotomachia, ha de agitarme una hybris tan descabellada como para querer arruinarla con un simple bolígrafo. Pero admito que, si me toca estudiar con un libro raro, me atrevo a hacer anotaciones al margen y con lápiz, lo bastante delicadas como para que un día puedan borrarse con la goma, y eso me ayuda a sentir el libro como una cosa mía. ¿Soy, por lo tanto, un bibliófilo o un bibliómano?

¿Cuál es la diferencia entre un bibliófilo y un bibliómano? La literatura al respecto es inmensa y, por extrañas razones, si los franceses escribieron cosas egregias en el siglo pasado, la bibliografía de los books on books es, en el siglo que acaba de terminar, característica de los anglosajones. Dado que en esta conversación que estoy manteniendo con ustedes no tengo intención alguna de realizar una tarea erudita, me limitaré a citar, en lo que concierne a la bibliomanía, dos libros: A Gentle Madness, de Nicholas A. Basbanes y, para quien esté interesado en un sosegado y agudo discurso acerca de la bibliofilia, el reciente Collezionare libri, de Hans Tuzzi.

Para establecer una línea divisoria entre bibliofilia y bibliomanía daré un ejemplo. El libro más raro del mundo, en el sentido de que probablemente no existen más copias en circulación en el mercado, es también el primero, la Biblia de Gutenberg. La última copia circulante fue vendida en 1987 a compradores japoneses por algo así como seis millones de dólares. Si apareciese una nueva copia, no valdría seis millones de dólares sino cientos o miles de miles. Por eso, todo coleccionista tiene un sueño recurrente: encontrar una viejita de noventa años que esté tratando de vender un viejo libro que tiene en casa, sin saber qué es, contar las líneas, ver que son efectivamente cuarenta y dos, y descubrir que es una de las Biblias de Gutenberg; después, entonces, calcular que a la viejita le quedan pocos años de vida y que necesita de curas médicas, decidir ahorrarle el encuentro con un librero deshonesto que quizás le daría sólo algunos miles de dólares (ella contentísima), ofrecerle en cambio cien mil dólares con los cuales ella, extasiada, renovaría su vestuario hasta el día de su muerte, y conseguir así un tesoro para la propia casa.

Y después, ¿qué sucedería? Un bibliómano guardaría la copia secretamente para sí, y ojo con mostrarla, pues se pondrían en movimiento los ladrones de medio mundo; y entonces, la hojearía solo, de noche, como Tío Rico cuando se baña en sus dólares. Un bibliófilo, en cambio, querría que todos la vieran y supieran que es suya. Más tarde, escribiría al intendente de su ciudad, le pediría que hospedara el libro en el salón principal de la biblioteca comunal, pagando él mismo los enormes gastos de seguro y vigilancia, y reservándose, como máximo, para sí mismo y sus amigos, el privilegio de ir a verla sin hacer la fila cada vez que así lo deseen. Pero ¿en qué consiste el placer de poseer el libro más raro del mundo, sin la posibilidad de levantarse a las tres de la mañana para ir a hojearlo? Éste es el drama: tener la Biblia de Gutenberg es como no tenerla. Y entonces ¿qué sentido tiene soñar con esa utópica viejecilla? Y bien, el bibliófilo sueña siempre con ella, como si fuera un bibliómano.

Existen tres formas de “biblioclastia”, es decir, de destrucción de los libros: la biblioclastia fundamentalista, la biblioclastia por incuria, y aquella por interés. El biblioclasta fundamentalista no odia los libros como objeto, teme por su contenido y no quiere que otros los lean. Además de un criminal, es un loco, por el fanatismo que lo anima. La historia registra pocos casos excepcionales de biblioclastia, como el incendio de la biblioteca de Alejandría o las hogueras nazis. La biblioclastia por incuria es la de tantas bibliotecas italianas, tan pobres y tan poco cuidadas, que a menudo se transforman en espacios de destrucción del libro, porque una manera de destruir los libros consiste en dejarlos morir y hacerlos desaparecer en lugares recónditos e inaccesibles. El biblioclasta por interés destruye los libros para venderlos por partes, pues así obtiene mayor provecho. Imaginemos que un bellísimo atlas del siglo xvi, con doscientos cincuenta mapas hechos a mano, cueste cien mil dólares. En general, el librero honesto sólo vende mapas si los ha encontrado por separado o los ha extraído de copias incompletas, que sólo sirven para el destrozo. Yo recuerdo un Mr. Salomon, hoy muerto, que tenía un negocio en la Novena Avenida, en Nueva York, y que sostenía que él era un vándalo democrático. “Usted no puede permitirse -decía- una Crónica de Nüremberg. Yo le encuentro una copia incompleta, la separo y vendo una tabla por cien dólares”.

Pero si un comerciante deshonesto destroza el atlas de cien mil dólares y vende por separado los ciento cincuenta mapas, incluso a setecientos cincuenta dólares cada uno (y basta leer los catálogos para darse cuenta de que eso sucede), ha ganado doscientos cincuenta mil dólares. Naturalmente, la copia completa que aparecerá luego en el mercado se volverá más rara, costará el doble, y también el doble costarán los mapas sueltos. Así, de golpe, es como se destruyen obras de valor inconmensurable, se obliga a los coleccionistas a hacer sacrificios insostenibles y se aumenta el valor de los mapas sueltos. No hay manera alguna de obviar este vandalismo aristocrático. Alguien ha propuesto un pacto de honor entre libreros, y entre libreros y coleccionistas, con el objeto de que ninguno compre y venda mapas sueltos, pero yo encontré, hace ya algunos años, un mapa del Coronelli a precio accesible y no me resistí a la tentación de tenerlo en mi estudio. Es obvio que intenté autoconvencerme de que circulaba suelto desde hace quizás muchos años y que, por lo tanto, yo no era responsable de la destrucción de una obra completa.

 

 

 

     

    Actualizado el 25/11/2009          Eres el visitante número                ¡En serio! Eres el número         

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