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EL ROBO DE LIBROS

 

El robo de libros antiguos o raros se ha convertido en una pesadilla para las bibliotecas del mundo. Son muchas las noticias que se suceden informando sobre robos de inapreciables incunables, primeras ediciones, libros raros, mapas, manuscritos, documentos históricos, etc. El objetivo principal, por supuesto, es su venta por cifras impresionantes, algunos a través de los mecanismos formales como las casas de subastas y otros de manera privada. Tampoco es un secreto que existen bandas organizadas para robar a pedido específico de coleccionistas privados. Es muy raro, aunque los hay, quienes roban para poseer ellos mismos los libros.


Debido a la frecuencia con que este pillaje se está dando, el FBI y la Interpol han creado en los últimos años equipos de lucha contra el robo de obras de arte, que se vienen a sumar a las bases de datos disponibles de obras de arte robadas, incluido libros. De esta manera, los potenciales compradores pueden consultarlos antes de realizar una compra y estar seguro de su legítima procedencia. También la Asociación Norteamericana de Vendedores de Libros Antiguos (Antiquarian Booksellers' Association of America) cuenta con una base de datos de libros perdidos y robados.


Por su parte las bibliotecas más importantes del mundo cuentan con un catálogo detallado de sus existencias, de tal manera que el público esté informado de la propiedad o la custodia de los libros listados. Por el contrario, en países emergentes la centralización de la información de su patrimonio artístico y cultural presenta grandes vacíos y deficiencias, especialmente en cuanto a libros y publicaciones antiguas. La desidia de los gobiernos y la escasez de recursos de las bibliotecas hacen de estos lugares blancos favoritos de las bandas organizadas y de ladrones particulares.


Sin embargo, los países europeos no son precisamente un modelo de seguridad. Debido a que en sus bibliotecas, conventos y monasterios se concentra el grueso de libros antiguos, los robos allí alcanzan valores espectaculares de la mano de la gran calidad de los objetos robados. Europa fue el centro de la civilización occidental y la producción de obras de arte y libros ha sido prolífica. Es obvio que el mayor número de obras más antiguas -antes y después de la invención de la imprenta- procedan de tierras europeas.

 

PARÍS. Según un informe oficial, que hoy (Junio 2005) revelará «Le Figaro», en la

Biblioteca Nacional de Francia (BNF) han desaparecido más de 30.000 obras, 2.000 de ellas «de un valor inestimable». Se trata de una catástrofe sin precedentes y un escándalo espectacular para una institución que, desde sus orígenes, parece marcada por una interminable sucesión de crisis demoledoras.

 

Originalmente, la BNF fue concebida por François Mitterrand, durante los años ochenta del siglo pasado, para llegar a ser «la biblioteca más grande del mundo». Ante la magnitud de la Biblioteca del Congreso de los

EE.UU., entre otras grandes instituciones, la BNF terminó por tomar unas dimensiones mucho más modestas. Abandonado el proyecto de construir la mayor biblioteca del mundo, Mitterrand deseó que la gran biblioteca nacional fuese «la más moderna y mejor informatizada del mundo». El edificio, ultramoderno, en el sureste de París, está rodeado de fábricas y centros industriales y su concepción comenzó por precipitar legendarios quebraderos de cabeza.

 

Seis años de investigaciones

 

Resueltos aquellos problemas, que se prolongaron durante una larga década, la BNF comenzó a trabajar con más modestia y eficacia. Pero el último de sus directores, Jean-Noël Jeanneney, decidió lanzar otra batalla internacional, acusando a Google de ser una «amenaza» para las culturas francesa y europea. Esa batalla, inconclusa, coincide con el estallido de un fabuloso escándalo de novela policíaca tradicional.

 

Desde hace meses, el Ministerio de Cultura tiene un informe oficial, según el cual han desaparecido unos 30.000 volúmenes, 2.000 de ellos de un valor inestimable. La mayoría de las obras desaparecidas, aparentemente robadas, son libros de los siglos XIX y XX. Sin embargo, según los últimos inventarios oficiales, también han desaparecido 1.183 «documentos preciosos», 200 de los cuales son anteriores al siglo XVIII.

El estallido del escándalo es la culminación de una quincena de investigaciones policiales, comenzadas en 1998. En verano de 2004, el conservador jefe y responsable de los fondos de manuscritos hebraicos fue inculpado por el delito de robo: la justicia sospecha que este personaje, Michel Garel, robó una Biblia del siglo XIII, que «reapareció» misteriosamente en una subasta de Christie´s, en Nueva

York, el año pasado. Un marchante de arte habría declarado a la policía que Garel le vendió esa obra en el año 2000 por 80.000 euros.

 

Desde hace años, un rosario de funcionarios y estudiosos han denunciado fallos de muy diversa especie. Pero la desaparición de 30.000 libros deja al descubierto unas «lagunas» sencillamente catastróficas para el navío almirante de la cultura escrita nacional.

 

Estados Unidos, por razones históricas conocidas, entra tarde a la producción de libros antiguos; pero debido a su poderío económico, sus diferentes museos y bibliotecas así como coleccionistas privados han adquirido un creciente número de invaluables reliquias. Por la misma razón, Estados Unidos es el principal destino de las obras de arte y libros robados.

 

Cuatro jóvenes (mayores de 20 años) han sido condenados a más de 7 años de cárcel cada uno por robar y vender libros de la Biblioteca de Transylvania University, Kentucky. Eran robos sistemáticos de libros valiosos de la Biblioteca que, una vez sustraidos, intentaban sacarlos a la venta en una casa de subastas de Nueva York. Siempre el mismo camino de las subastas. Entre los libros robados de valor, una primera edición de "El Origen de las Especies" de Charles Darwin.

 

El año 2000, la Universidad de Harvard, que cuenta con la más importante colección (fuera de Asia) de libros chinos, coreanos y japoneses, sufrió el robo de 43 obras sobre arte, poesía, filosofía e historia, algunos con una antigüedad mayor a mil años. El perjuicio no es únicamente para Harvard en cuanto propietaria, sino en mayor medida para los investigadores y para el desarrollo del conocimiento en general. Tal es el principal impacto del robo de libros antiguos en el mundo: la desaparición de una fuente de estudio que nunca termina de decir su última palabra.

 

"Robar el mundo"

Interesante artí­culo aparecido en ABC.es y que viene firmado por Noah Charney:

Una hoja de afeitar en el suelo de la biblioteca. Ésa fue la pista que condujo a su detención. Durante ocho años había rebanado al menos cien mapas de las grandes bibliotecas del mundo. Pero ésta no es la historia de César Gomez Rivero, el ladrón de los mapas de la Biblioteca Nacional de España. Sino la del norteamericano Edward Forbes Smiley III, condenado en mayo de 2007. Ellos son sólo dos de entre los miles, a lo largo y ancho del mundo, dedicados al robo de mapas, incunables, libros y manuscritos curiosos.

El robo de mapas no es tan raro. Pero las estadísticas fiables son escasas, si es que llegan a existir, de modo que el número exacto de libros, manuscritos y mapas que desaparecen cada año en muchos países es del todo incierto. Solamente en EE.UU. hay miles cada año. Y, aunque no se pueda dar una cifra concreta, podemos decir sin temor a equivocarnos que los robos de este tipo se cuentan por decenas de miles en todo el mundo y su valor se cifra en decenas de millones de euros. En realidad, la gran sorpresa del caso Gómez Rivero no fue que alguien estuviera robando en una Biblioteca Nacional, sino que lograran cogerlo.

Gomez Rivero, que admitió el robo de diecinueve mapas, once de los cuales fueron recuperados, no es más que un aprendiz comparado con un maestro como Smiley. El señor Smiley utilizaba una hoja de cuchilla Xacto e hilo mojado para desmembrar en silencio mapas singulares a lo largo del mundo. Alteraba los bordes para esconder sus laceraciones y blanqueaba con lejía el sello de propiedad de la Biblioteca, antes de vender los mapas a intermediarios internacionales y coleccionistas.

Entre las bibliotecas víctimas de sus robos están la Biblioteca Pública de Nueva York, con once mapas robados; la Biblioteca Pública de Boston, con treinta y cuatro; la de la Universidad de Yale, con veinte; la de Harvard, con ocho; la Newberry Library en Chicago, con dos, y la British Library, de donde llegó a sustraer sólo uno. Y las obras que seguirán por ahí, porque nunca admitió haberlas robado. Sólo la Biblioteca Pública de Boston denunció treinta y tres mapas más desaparecidos, cuya falta se descubrió más tarde, en libros que Smiley había pedido consultar de sus archivos.

Las bibliotecas de la Universidad de Yale han sido sistemáticamente saqueadas y suponen el ejemplo indicativo, en pequeña escala, de un problema global. En 1973 dos monjes fueron acusados de robar libros raros de Yale y de otras bibliotecas universitarias a lo largo y ancho de Estados Unidos. Sacaban los libros ocultos bajo los hábitos. El FBI, en un asalto de película a su cuartel general en el Monasterio de San Esteban en Queens, Nueva York, se incautó de cientos de libros robados.

Un microscopio en la basura

En 1979, Andrew Antippas, profesor visitante de la Tulane University, se declaró culpable del robo de cinco mapas de una de las bibliotecas de Yale. En 1981 un microscopio antiguo, construido en 1734 y valorado en diez mil dólares (unos siete mil euros) desapareció de Yale para ser descubierto, tiempo después, en un contenedor de basura. En 1997, un hombre llamado John Ray robó un valioso libro de arte del siglo XIX.

Y en 2001, un becario de veintiún años robó de la sala Beinecke de libros raros de la biblioteca de Yale un conjunto de cerca de cincuenta obras valoradas en un total de 2 millones de dólares.

Estamos refiriéndonos sólo a casos ocurridos en el conjunto de bibliotecas de la Universidad de Yale, y sólo a los hurtos que acabaron siendo descubiertos. Porque es bien cierto que hubo muchos más que no han sido detectados siquiera; en Yale, en Madrid, y en bibliotecas de todas partes del mundo. Como admitió el ministro español de Asuntos Exteriores, al menos 300 objetos muy valiosos han desaparecido de la Biblioteca Nacional en años recientes. Un portavoz del Ministerio dijo que «ya se registraron desapariciones importantes en 1859». Y, desde entonces, la seguridad sigue mostrándose insuficiente.

El robo de mapas conforma un espacio fascinante en la historia del crimen contra el arte. El profesor Travis McDade, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Illinois, es tal vez el mayor experto en el mundo en crímenes contra libros raros y manuscritos. En una reciente conversación con él, me describió lo que hace que la colección de mapas -y los robos que alimentan su demanda- sea tan distinta de los otros crímenes de arte. A diferencia del caso de las Bellas Artes, que son sobre todo obras únicas, rápidamente indentificables y que dejan un rastro fácil de seguir, los mapas raros robados pueden ser vendidos a un nivel casi legítimo. Gómez Rivero vendió unos a través de e-bay (sitio de subastas de internet). La mayor dificultad en muchos crímenes de arte no es el robo, sino la venta. Los mapas, la mayoría impresos en papel, son mucho más fáciles de llevar, pasar de contrabando y, finalmente, vender. McDade achaca la facilidad con que se venden a la pericia y la pasión de los intermediarios.

Cualidades propias

«Quienes trafican con mapas -afirma McDade- se permiten alegar ignorancia, decir que pensaron que el mapa robado que estaban comprando era una oportunidad excepcional, un chollo, una excelente compra. ¿No cree usted que si al propietario de una galería de arte se le acerca de pronto un tipo con un velázquez disponible, el propietario de la galería debería desconfiar?... Algunos comerciantes e intermediarios del mercado de mapas antiguos han sido algo menos aplicados controlando sus propias fronteras».

Coleccionar mapas tiene sus propias cualidades, distintas de coleccionar obras de arte o libros. A diferencia de los libros raros, los mapas tienen el atractivo de estar expuestos. Y, a diferencia de la mayoría de las artes, los mapas no requieren un conocimiento específico para negociar o para discutir sobre ellos.

Gran parte del placer de coleccionar está no sólo en presumir de la obra adquirida, sino en cierta recreación didáctica. Al poseer un objeto de gran valor sobre el cual, además, puedes contar detalles que un neófito no percibe o no conoce a primera vista, das la impresión de ser alguien de mundo, alguien con clase. Por ende, coleccionar mapas es una manera de que gente adinerada cumpla su deseo de aparentar un conocimiento, una cultura que no necesariamente tienen.

El profesor McDade explica: «Por ejemplo, el coleccionista sabe que en un mapa de África hay una ensenada concreta de Madagascar que no está dibujada o, en otro mapa, una isla de las Indias Occidentales fue completamente ignorada. Esto es algo que puede comentarle a sus invitados, de los cuales probablemente ninguno se haya dado cuenta de tal omisión. Como existen pocos escritos sobre colecciones de mapas, el dueño de un mapa es probablemente el experto más destacado en la interesante obra, de gran valor histórico, que cuelga en su pared. Nunca subestimes la necesidad que tienen las personas serias de ser consideradas inteligentes».

El robo de mapas es demasiado fácil por varias razones. Comparados conel arte, los mapas, libros y manuscritos reciben poca o ninguna protección. En las bibliotecas, los mapas se colocan habitualmente en salas de archivo o despachos en los que los investigadores que trabajan son de fiar «a priori». Como McDade advierte, «ladrones que simulan ser investigadores tienen libre -y solitario- acceso a los objetos y, aunque dispusieran únicamente de cinco o diez segundos, si saben lo que están haciendo y tienen claro lo que buscan, ese tiempo les basta para sacar los mapas de libros y cajas». Las imágenes captadas por las cámaras de seguridad están bloqueadas con su propio cuerpo y tampoco es muy probable que un investigador sea grabado o monitorizado durante toda su visita. Generalmente impresos en papel, los mapas son fáciles de transportar, esconder e ideales para traficar con ellos. Y, finalmente, la mayoría de los mapas no están registrados como objetos individuales, sino como partes de un libro colectivo. «Por ejemplo -describe McDade-, si una biblioteca posee un Blaeu Atlas de 1667 con cien mapas, la mayoría de las bibliotecas sólo catalogan el Atlas y no los mapas individuales. Por si fuera poco, la extracción de una sola página de un libro puede permanecer sin descubrir durante varios años. Aunque una biblioteca registre cada mapa dentro de un libro, probablemente no lo verifiquen frecuentemente. Los descubrimientos sólo llegan cuando otra persona, por casualidad, se interesa por el mismo mapa y detecta su ausencia».

Los españoles no deberían pensar que el robo de mapas es un crimen insólito que sólo ha ocurrido en España. De hecho, pueden tener el tibio consuelo de saber que la falta de seguridad en las bibliotecas es un hándicap a nivel internacional.

McDade concluye diciendo: «Los robos en la Biblioteca Nacional de Madrid, lejos de representar un fenómeno aislado, siguen una práctica común: un investigador obtiene acceso a lo que busca, sabe exactamente cómo evitar las medidas de seguridad, sabe exactamente lo que quiere, y puede que nadie llegue nunca a darse cuenta». La sorpresa no es que los robos de la Biblioteca Nacional ocurrieran, sino que el criminal fuera tan descuidado que se dejó capturar.

Educada sospecha

La importancia de estudiar la historia de los crímenes contra el arte está en la habilidad de aprender de los errores del pasado para prevenirlos en el futuro. Edward Forbes Smiley III y César Gómez Rivero nos ofrecen una serie de lecciones acerca de cómo proteger los mapas en nuestras bibliotecas. Los investigadores, aun aquellos conocidos por los bibliotecarios, deben ser tratados con educada sospecha. Mesas de trabajo con superficie de cristal evitarían que algo pudiese ocultarse debajo.

Los espacios para trabajar deberían situarse en ángulos visibles de las salas, y no en la privacidad de un cuarto. Cámaras de seguridad deberían grabar permanentemente el área de trabajo de los investigadores. Para facilitar la identificación e investigación de mapas perdidos, se deberían incluir en los catálogos sus imágenes digitalizadas. Los libros deberían verificarse periódicamente, en intervalos de tiempo razonables, para asegurar su integridad. Los empleados de la biblioteca deberían sentarse de vez en cuando con los investigadores, y tutelar su trabajo. Los objetos raros y únicos nunca deberían mezclarse con las colecciones generales de una biblioteca, para prevenir que estos se oculten o se intercambien. Los ordenadores portátiles y los maletines deberían inspeccionarse siempre a la entrada y a la salida de la biblioteca.

Para evitar robos cometidos desde el interior de la institución, el personal de la biblioteca debería también poder ser grabado, sometido a evaluaciones periódicas y entrevistas al fin de su periodo de su trabajo. Existen cientos de Smileys y Gómez Riveros que todavía andan sueltos intentando saquear uno de los tesoros menos protegidos del mundo. Sin embargo, podemos aprender de los criminales del pasado para defendernos de aquellos que vendrán en el futuro.

 


La Universidad de Cambridge y la Biblioteca Británica tampoco se libraron de ser víctimas. Un graduado de la universidad, profundo conocedor del mercado de libros raros y antiguos, fue el que perpetró el robo de más de 500 libros y publicaciones por más de un millón de libras esterlinas. Los libros que en su mayoría fueron vendidos a través de casas de subasta contaban con una antiguedad de cientos de años, y tenían la particularidad de ser sumamente raros, únicos e históricamente importantes. Los títulos incluían: Siderius Nuncius de Galileo (1610), Astronomia Nova de Kepler (1609) y dos ejemplares de Principia Mathematica de Newton (1687). Como nota singular cabe mencionar que parte del lavado de dinero resultante se realizó en Cuba.

Londres, 21 nov (EFE).- Un académico de origen iraní exiliado en EE.UU. comparece hoy ante un tribunal británico acusado de haberse llevado durante siete años páginas de al menos 150 libros de viaje antiguos conservados en la Biblioteca Británica.

Farhad Hakimzadeh, de 60 años, un intelectual educado en la Universidad de Harvard y ex director de la Iran Heritage Foundation, no despertó en ningún momento las sospechas del personal de la prestigiosa institución.

Autor de varios libros sobre los viajeros europeos por Mesopotamia, Persia y el imperio mogol en los siglos XVI y XVII y propietario de una valiosísima colección de libros de viaje, Hakimzadeh se valía de un escalpelo para cortar y luego llevarse las páginas que le interesaban.

Según la prensa británica, el ladrón no se limitó a la British Library sino que robó también páginas de tomos muy valiosos que se guardan en la famosa Biblioteca Bodleiana de Oxford.

El daño que causó a la Biblioteca Británica es incalculable, según Kristian Jensen, jefe de su colección de libros impresos antiguos.

"Se trata de objetos históricos que han quedado dañados para siempre. No se puede corregir lo que ha hecho. Ha puesto además en peligro muchos documentos históricos que atestiguan el temprano interés de los europeos por Oriente Medio y China", dijo Jensen.

El académico, que huyó de su país tras la caída del Sha de Persia y es actualmente ciudadano estadounidense, se ha declarado culpable del robo de mapas, páginas e ilustraciones de diez libros de la Biblioteca Británica y otros cuatro de la Bodleiana.

Cuando la policía registró su casa, en el barrio londinense de Knightsbridge, encontró algunos de los mapas, páginas y grabados robados intercalados entre las páginas de libros de su propiedad.

A pesar de las cámaras de circuito cerrado de televisión y del personal de seguridad que vigila las salas de lecturas de la Biblioteca Británica, ésta no había sospechado nada hasta que en junio del 2006 un lector alertó de que faltaban varias páginas en un libro de Sir Thomas Herbert del año 1626.

Valiéndose de los registros electrónicos, el personal de la biblioteca averiguó la identidad de todas las personas a las que se había prestado el libro dañado y examinó luego otras obras con las que hubieran podido estar en contacto.

Así se descubrió que en otros libros de viajes de europeos por Oriente Medio y Asia que databan de la misma época aproximadamente faltaban también páginas y mapas.

Entre ellos figuraba una "Historia de la China", en edición española, del jesuita italiano Matteo Ricchi, que viajó al país asiático en 1582 y se convirtió en el primer viajero occidental en establecerse allí.

Otras obras en español igualmente mutiladas son la "Historia oriental de las peregrinaciones de F.M.P.", de Fernando Mendes Pinto (1620), y "Breve relación de la peregrinación que ha hecho de la mayor parte del mundo", de Sebastian Pedro Cubero.

También resultó dañada la obra "Novus Orbis", antología de obras de Simon Grynaeus, profesor de griego en Basilea (Suiza), del que Haíimzadeh robó el grabado de un mapamundi dibujado por el artista renacentista Hans Holbein el Joven.

Hamikzadeh sacó de la British Library un total de 842 libros, de los que llegó a mutilar al menos 150.

La Biblioteca Británica recurrió finalmente a la policía, que acudió al domicilio del iraní, a la sazón director de la Heritgage Foundation, organización sin fines de lucro creada por él en 1995 para promover y preservar la historia, las lenguas y la cultura de Irán.

Hamikzadeh negó en un principio tener nada que ver con el daño sufrido por los libros que había examinado en las dos bibliotecas, pero los agentes encontraron parte del material robado a lo largo de los años cuidadosamente oculto en los libros de su colección.

 


En 1999 Israel fue asolado por los robos de libros antiguos. El Museo de la Diáspora de Tel Aviv advirtió la desaparición de un incunable avaluado en 2 millones de dólares. Luego la Universidad de Bar Ilán informó el robo de un libro hasídico del siglo XVIII. El Insituto Shoken en Jerusalén por su parte reportó el robo de un texto del siglo XVII que trata de las leyes de divorcio de la comunidad judía en Francia. La Biblioteca Nacional también se vio sorprendida por la desaparición -de la cámara más vigilada- de seis páginas del libro de mapas del cartógrafo judío-mallorquín del siglo XV Abraham Crescas. La policía estima que una banda internacional es la que está detrás de estos hechos, y parece ser la misma que en 1996 sustrajo 90 manuscritos de la Biblioteca de San Petersburgo.


El 2003 se descubrió en Dinamarca, que un empleado de la Biblioteca Real de Dinamarca había robado más de 3,000 libros durante los últimos 30 años. Sospecharon de todo el mundo, menos de él. Sólo llegaron a descubrirlo después de su muerte debido a que su viuda y familiares trataron de vender de manera ingenua un lote de libros mediante la casa de subastas Chiristie's. El autor del robo, especialista en temas orientales de la Biblioteca, conservó los libros durante 20 años antes de empezar a venderlos. En su casa sólo encontraron 1,650 libros, es decir, la mitad de lo desparecido. Entre ellos figuraban manuscritos del filósofo alemán Immanuel Kant y varios atlas del siglo XV.

 

"Como en un thriller de Umberto Eco", comentó el diario "Politiken" de Copenhague, Dinamarca, luego de que se destapara un robo “hormiga” sin precedentes. Miles de libros de valor incalculable habían sido sustraídos de la Biblioteca Real Nacional en la capital danesa. Pasaron nada menos que 30 años sin ningún indicio sobre la desaparición de unas 3.200 piezas, entre ellas manuscritos del filósofo Immanuel Kant y varios atlas del siglo XV, pero el afán de lujo de la viuda alemana de un bibliotecario y sus hijos daneses aportó de repente claridad sobre un caso que parecía perdido.


La mujer y otros tres sospechosos están en prisión, luego de que en septiembre la prestigiosa casa de subastas londinense Christie's (http://www.christies.com) llamara a Copenhague para averiguar si algunos de los libros antiguos que se le habían ofrecido por tres millones de coronas (547.000 dólares) provenían de la Biblioteca Nacional danesa. Desde entonces, para los investigadores todo fue un juego de niños. En casa de la oferente, al norte de Copenhague, la policía encontró sin grandes esfuerzos 1.650 libros en 74 cajas de mudanzas: la mitad de las piezas desaparecidas desde hace más de un cuarto de siglo.


No se necesitó investigar mucho. El único ladrón pudo haber sido el esposo de la oferente, que entre 1960 y 1970 trabajó en la biblioteca como especialista en temas orientales. Consternados, los periodistas daneses calcularon que el hombre, considerado respetable, sincero, intachable y simpático por sus colegas, se llevó al menos un libro valioso por día durante diez años. En la selección de las obras aplicó un criterio claro: dinero. En aquel entonces, para disgusto del personal, se sospechó de todo elmundo, pero nunca del verdadero ladrón.


“De acuerdo con los valores actuales, el botín cotiza entre 150 y 300 millones de coronas (25 y 50millones de dólares), comentó el jefe de la biblioteca”, Erland Kolding Nielsen que contó que entre los textos desaparecidos, hasta entonces apenas asegurados contra robos, se contaban las primeras ediciones de Martín Lutero y de los astrónomos Johannes Kepler y Tycho Brahe, entre otras reliquias.


El ladrón tuvo los nervios suficientes de guardar su botín durante casi 20 años, antes de ofrecer al mercado los primeros libros poco antes de su muerte. La policía sólo fijó su atención en ese hecho cuando la viuda alemana, su hijo, su nuera y un conocido se dirigieron con la mercancía directamente a Christie's.

"Eso fue incomprensiblemente tonto", dijo asombrado el rematador danés Sebastian Hague Lerche en declaraciones a "Politiken".


Queda por averiguar si el fallecido actuó solo o tuvo cómplices. La policía encontró también algunos textos robados en casa de un amigo de la viuda en Alemania, y hasta se habló de una posible mafia especializada en libros. "Politiken" marcó una importante diferencia entre la historia real ocurrida en Copenhague y la inventada de "El nombre de la rosa" del italiano Eco, en la que también se trata de robos misteriosos de libros en la biblioteca de un monasterio: “A fines de la Edad Media los robos ocurrían porque los libros eran considerados peligrosos, en el caso del ladrón de Copenhague, en cambio, eran terriblemente valiosos”.


En agosto del 2007, estalló como una bomba la noticia del robo de diez grabados de los siglos XVI y XVII, y dos mapas de la Cosmographia de Ptolomeo impresos en 1482, pertenecientes al acervo de la Biblioteca Nacional de España. Dos de ellos fueron vendidos y otros ocho fueron encontrados en Argentina, donde el autor de las sustracciones fue detenido. El ciudadano uruguayo nacionalizado español se había hecho pasar como un investigador especializado en esos tópicos y pudo acceder a la Sala Cervantes -la más segura- donde sólo ingresan investigadores debidamente registrados.

 

BUENOS AIRES.-  Un juez federal de Buenos Aires ha dictado el procesamiento del uruguayo César Gómez Rivero, autor confeso del robo de diez valiosos mapamundis incunables de la Biblioteca Nacional de España, informaron hoy fuentes judiciales.

Gómez Rivero y dos presuntos cómplices suyos han sido procesados por "tentativa de fraude" al haber querido vender en el mercado negro ocho de los mapamundis -robados en agosto del pasado año- y que el ladrón devolvió en octubre pasado al juez Ariel Lijo, a cargo del caso.

La legislación argentina castiga ese delito con penas de un mes a seis años de prisión, indicaron las fuentes, que precisaron que el magistrado ya había concedido la libertad bajo fianza a Gómez Rivero y a sus presuntos cómplices, Daniel Guido Pastore y Washington Luis Pereira.

Fernando Soto, el abogado de Gómez Rivero, ya ha presentado una apelación contra el procesamiento de su cliente y ha aducido "fallos" en la investigación del caso.

La investigación que lleva adelante el juez Lijo "tiene muchas deficiencias: es una causa muy compleja, que no se va a resolver rápidamente", comentó el abogado en declaraciones al sitio web Clarín.com.

El ladrón uruguayo, apodado "el negro" y de 60 años, reside en el lujoso complejo residencial "La Delfina", a unos 50 kilómetros de Buenos Aires.

El juez Lijo ha dictado el procesamiento de Gómez Rivero y sus presuntos cómplices cuando está por cumplirse un año del descubrimiento del robo de los mapamundis de la sala "Cervantes" de la Biblioteca Nacional de España, que se produjo el 24 de agosto de 2007.

Gómez Rivero se valió de engaños para obtener falsos certificados de investigador de documentos antiguos con los que logró que se le permitiera acceder a la biblioteca española, donde utilizó una hoja de afeitar para cortar y llevarse reproducciones incunables de grabados de Claudio Ptolomeo, Bartolomé García de Nodal y Pomponio Mela.

En octubre pasado, al verse cercado por la Interpol a raíz de una petición de captura de la Justicia española, el ladrón se entregó al juez Lijo, a quien le devolvió ocho de los mapamundis robados que el magistrado envió de regreso a España.

En esa ocasión, Fernando Soto destacó a Efe que Gómez Rivero estaba dispuesto a "colaborar" con la justicia y subrayó que el ladrón obtuvo la libertad bajo fianza porque "el más grave delito" que se le podía imputar tiene un castigo máximo inferior a ocho años.

 


El denominador común de los robos es la participación o autoría de personas con un buen conocimiento de libros antiguos, en algunos casos con especialización en los tipos de libros o manuscritos a robar. Asimismo, habla de la existencia de un mercado negro de libros antiguos robados con un circuito de funcionamiento bien organizado, de alcance internacional y con una cartera de clientes establecida. Con la existencia de bancos de datos de libros robados, catálogos de incunables, catálogos de libros detallados de las bibliotecas, etc. no, existe excusa para argumentar desconocimiento de la procedencia del material en venta. Aunque la codicia de poseer estas reliquias es tan fuerte y tan antigua que no dejará morir el oficio de robar libros raros y antiguos. Una medida de seguridad a desarrollar es que se generalice la digitalización de los catálogos de libros y manuscritos antiguos, lo que permitiría a los investigadores acceder a las obras sin tener que contar con los originales y de esta manera proteger las obras del deterioro. Esto por lo menos cerraría una puerta a este tipo de robos.

 

VITORIA. Libros antiguos pertenecientes a la biblioteca de un Seminario, robo de patrimonio histórico y un protagonista con diversas identidades y antecedentes por estafa. Con estos elementos, dignos de formar parte de una novela, la Ertzaintza ha llevado a cabo una investigación que ha concluido con la detención de J.I.H.V., vecino de Amurrio de 61 años, acusado de sustraer diversos ejemplares de valor incalculable de los archivos del Seminario de Vitoria. Concluida la operación, los tomos, aparentemente en perfecto estado de conservación, han sido reintegrados a sus cuidadores, que ahora proceden a comprobar si ha desaparecido algún otro título de sus catálogos.

La trama de este curioso episodio se inició el pasado mes de abril en una librería de Bilbao. El titular del establecimiento se quedó atónito cuando un particular le ofreció comprar diez libros antiguos. Tras examinarlos, no le cupo duda y descolgó el teléfono para alertar a la Ertzaintza. El tesoro que tenía ante sus ojos en forma de publicaciones "prácticamente únicas", según confirmaría posteriormente la Policía, formaba parte del Patrimonio Histórico Nacional.

Los sellos oficiales que debían revelar el origen de los tomos habían sido pulcramente limpiados. No obstante, las indagaciones llevadas a cabo por los agentes permitieron determinar que sólo existía una decena de copias de los libros. Finalmente, se pudo establecer que dos de los manuscritos de los siglos XVIII y XIX eran ejemplares únicos custodiados en el Seminario de Vitoria.

El escenario de la investigación se trasladó a la capital alavesa. Allí, los agentes se entrevistaron con el responsable de la biblioteca y revisaron el archivo para constatar que los volúmenes habían desaparecido. Las pesquisas policiales permitieron determinar la identidad del ladrón; un varón de mediana edad que el año anterior se había presentado en el centro y se había hecho pasar por un erudito de la Universidad de Salamanca a punto de trasladar su expediente a la Diócesis de Vitoria. Con esta excusa, consultó los ejemplares desaparecidos en diversas ocasiones y pudo acceder a zonas restringidas de la biblioteca. En una de sus visitas furtivas se apoderó del botín que pacientemente había seleccionado.

Tras localizar al sospechoso en las inmediaciones del centro, los agentes le siguieron y detuvieron el pasado jueves. En la habitación de hotel que el individuo ocupaba en Vitoria hallaron anotaciones manuscritas sobre otros ejemplares antiguos de gran valor que también faltan de las estanterías del Seminario. El expolio se ciñó, tal y como explicó el responsable del centro religioso, en la sección de Historia de España.

 

 

El robo del convento de Saint-Odile

 

Una de los más singulares casos, es el ocurrido en el Convento de Saint-Odile, ubicado en lo alto del monte del mismo nombre (746 m.) en Alsacia, Francia. El convento original fue fundado en las postrimerías del siglo VII, pero fue objeto de destrucción y cierres a lo largo de su historia, hasta que finalmente la Iglesia de Estrasburgo se hizo de la propiedad estableciendo el centro de peregrinación que hasta hoy recibe al público y fieles del culto de Saint-Odile. En el transcurrir del tiempo, el convento fue formando imperceptiblemente una importante biblioteca. Pocos eran conscientes de lo que allí se atesoraba; hasta que un día del año 2002, el nuevo director notó la desaparición de 40 volúmenes sin encontrar pista de cómo pudieron haber entrado a la biblioteca. Semanas después en un hecho impresionante, desaparecieron cientos de libros sin la menor huella de violencia en las instalaciones. Sólo entre enero y abril del 2002 había desaparecido un tercio de los libros de la biblioteca. Todos eran sospechosos, hasta el propio director que era el único que tenía las llaves de la biblioteca. Hasta que la policía descubrió restos de cuero usado para encuadernación. Por fin una pista que denotaba presencia extraña. Se revisó minuciosamente todo el recinto hasta descubrir que al golpear uno de los armarios se sentía un sonido hueco. Detrás había una entrada secreta que era por donde los ladrones accedían a la biblioteca.


En realidad era un sólo ladrón, un joven de 32 años, ingeniero, apasionado de los libros antiguos. Empezó su tarea dos años antes. En su casa, encontraron más de 1500 libros, amorosamente cuidados y ordenados, incluso había reparado algunos con una dedicación encomiable. No había vendido ninguno, su deseo era tenerlos, porque era el único que apreciaba lo que allí había. La joya de la corona era un ejemplar de Hortus deliciarum (El jardín de las delicias), manuscrito del siglo XII, verdadera joya de la encuadernación. ¿Cómo supo del pasaje secreto que ni los 50 empleados, los tres curas y las cuatro religiosas conocían? Todo lo encontró averiguando en la biblioteca de Estrasburgo, en una publicación que incluía el artículo titulado "Observaciones arquitecturales sobre la parte romana del convento del monte Sainte-Odile: una pieza ciega inédita”, con planos detallados del complejo. El convento funciona como hotel restaurante y es un centro de turismo y peregrinaje, donde la gente entra y sale constantemente.

 

El robo de los libros de la seo

En octubre de 2006 se cumplirán 42 años de la sentencia del juicio del robo de libros de la catedral de La Seo de Zaragoza. La desaparición de incunables, códigos y manuscritos, así como folletos medievales de enorme importancia, fue tratada por el franquismo y por las autoridades eclesiásticas con enorme cautela. Aquel hecho -del que se escribió en diarios ingleses y norteamericanos, y por supuesto en estas páginas, en la edición aragonesa de “Pueblo” y en otros-, supuso la pérdida de un patrimonio de incalculable valor para Aragón, y habría constituido, si alguien lo hubiese escrito o rodado, una novelesca e increíble historia, basada en el fraude, la apariencia y la lasitud.

Hace algo más de un años Channel Dos de Londres, con Chris Ledger al frente, rodó en Zaragoza imágenes para un reportaje sobre el principal implicado en el robo: el italiano, de origen aristocrático, apuesto, alto y culto, Enro Ferrajoli. Grabó a Eloy Fernández Clemente, autor de un excelente artículo, “La desaparición de los incunables de La Seo” (aparecido en “Andalán” en 1985) y conversó con Emilio Gastón, que fue el defensor de uno de los acusados. La investigación sobre Ferrajoli, que aparecerá en un DVD que se comercializará en Inglaterra y Estados Unidos, no está provocada directamente por la desaparición de los libros de La Seo, sino por su vinculación con el “Vinland Map”, que él vendió a la Universidad de Yale en 1959 tras habérselo comprado, junto a otros dos libros como “Hystoria Tartorum” y “Speculum Storiale”, a coleccionistas o aristócratas de España posiblemente. Los responsables de Channel 2 querían conocer la lista de los libros expoliados en La Seo (a él se le atribuyeron 110 en el juicio a puerta cerrada en la Audiencia Territorial de Zaragoza) para comprobar si figuraba ese mapa que demostraría que los vikingos llegaron antes al Nuevo Mundo que Colón. Y esa lista no sólo existía, sino que fue publicada por Librería General en 1961 con el título de “Manuscritos, incunables, raros (1501-1753)”, que recoge 107 manuscritos, 180 incunables y 276 raros, y fue confeccionada, durante la Guerra Civil, por el canónigo e historiador Pascual Galindo, ayudado por el beneficiado de La Seo Francisco Izquierdo Trol, que fue el informador religioso de este diario. El “Winland Map” no figuraba en ese catálogo.


Eloy Fernández explica: “Lo que ocurrió fue por una negligencia absoluta y por un gran exceso de confianza. Podemos decir que fue como el timo de la estampita. Channel quería que les hablase de Enzo Ferrajoli, quien, tras el juicio, salió de la cárcel por enfermedad y se dijo que había muerto en Suiza a los tres o cuatro años, pero también hay quien dice que fue una estratagema, una especie de ‘caso Paesa’. Chris Legder y su equipo querían que les diese mi visión de historiador, mi opinión”.

Alguien desordena los libros

¿Cuál es el enigma del Robo de los libros de La Seo? ¿Cómo sucedieron las cosas? La desaparición venía produciéndose desde la inmediata posguerra y se prolongó hasta finales de los 50, cuando varias personas por distintos conductos se percataron de que desaparecían los libros. Eloy Fernández recordaba en su artículo que la sospecha se produjo primero, quizá con cierta vaguedad, en el rabino de Jerusalén, que presidía el Instituto de Manuscritos Hebreos (en La Seo había varios de enorme valor), el rector de la Universidad de Lovaina o un experto de la Biblioteca de Cambrigde, Norton, que estuvo en Zaragoza con A. de Odriozola. Una pista que ya parecía más que casual la halló en julio de 1957 el canónigo archivero de la catedral de Pamplona, Goñi, que quiso fotografiar un texto del comentario de Pedro de Osma a las sentencias de Pedro Lombardo, algo que le había pedido un investigador alemán, Friedrich Stegmüller. Al revelar sus fotos, vio que varias copias estaban veladas y volvió para repetir las tomas, pero no encontró el libro. Y a la par, un dominico español que preparaba en Yale una tesis sobre Santo Tomás de Aquino encontró en la biblioteca un libro de la catedral de La Seo, y le escribió a su amigo Pascual Galindo.


Éste, que entonces vivía en Madrid, ejercía de capellán del CSIC, poseía dignidad de chantre y era canónigo de Zaragoza, se puso en marcha. Recordó sus trabajos, buscó su fichero, del que había hecho una copia, y descubrió el lamentable estado de la biblioteca de la catedral de La Seo. Se dio cuenta de que algunas tapas de los libros no se correspondían con sus contenidos. El ladrón intentaba disimular los huecos y hacía desaparecer la ficha de cada ejemplar. El desbarajuste, además de la falta de método y de abandono en que vivían las salas (recuerda Fernández Clemente que José Puzo, canónigo presidente accidental del Cabildo, reconoció “descuido y negligencia”), tenía otro motivo casi disparatado: el entonces bibliotecario auxiliar del Pilar desde 1956, Francisco Gutiérrez Lasanta, había llevado a cabo una reorganización de la biblioteca con el objetivo de agrupar todo lo relativo al Pilar sin importarle ni el valor ni la época de los volúmenes.


Pascual Galindo se quedó estupefacto. El ladrón se estaba llevando los mejores libros: el criterio de selección del robo era realmente sofisticado. Y entre los volúmenes que faltaban estaba el “Manipulus curatorum”, que pasó durante años por ser el primer libro editado en España, en Zaragoza en concreto, por Mateo Flandro. El funcionamiento de la biblioteca era bastante caótico. La visitaba poca gente, y uno de los más asiduos era el paleógrafo, profesor e historiador Ángel Canellas López, que editó los “Anales” de Jerónimo Zurita o “Los cartularios de La Seo”, y ejercería años después de perito y de testigo en el juicio. Fernández Clemente señala como otros visitantes de las salas a “Francisco Oliván Bayle, Fernando Zubiri y los sacerdotes Teófilo Ayuso, Francisco Fernández Serrano, Gil Ulecia y Leopoldo Bayo”. A pesar del apartado primero del capítulo del “Estatuto Capitular de la Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza”, editado en 1928, que aquí reproducimos y que prohibía sacar libros del recinto, desde 1953 cualquiera de los 32 canónigos podía hacerlo y hecho se hacía, sin demasiado entusiasmo tampoco. El Canónigo bibliotecario era don Leandro Aína, calificado por algunos que lo conocieron como “un bon vivant”, de talante más bien ingenuo, al que le gustaba comer bien, beber un poco y fumar puros, algo bastante infrecuente en el Cabildo. Era profesor en el Seminario y el informador religioso de “El Noticiero”. Y su ayudante, apenas tres años mayor que él, era Salvador Torrijos, un modesto investigador y escritor aficionado de libros religiosos como “Conchas y bordones”.


Pascual Galindo le comunicó su descubrimiento al entonces arzobispo Casimiro Morcillo, quien creó un Tribunal Eclesiástico, presidido por el teólogo Leopoldo Bayo, capellán de las monjas del Sagrado Corazón, hombre de enorme prestigio social en Zaragoza y excelente orador. Se trataba de lavar los trapos sucios en casa, habida cuenta, además, de que Morcillo admitió que no dominaba los secretos ni los fondos de la biblioteca. Ese Tribunal llamó a testificar a Leandro Aína, Salvador Torrijos, al portero Jerónimo Sebastián, que se incorporó en 1955 a ese empleo y que será determinante en este relato, al propio Ángel Canellas y al canónigo archivero Francisco Fernández Serrano. Los canónigos devolvieron los libros que tenían en sus estancias, pero las conclusiones del Tribunal fueron desalentadoras: alguien había robado los libros y habían desaparecido muchos títulos de incalculable valor. Eso era todo. Morcillo convocó un Cabildo Extraordinario antes de pasar el asunto a la jurisdicción civil. Tampoco resolvió nada. Y entonces intervino la policía, que en poco tiempo resolvió el enigma. Se comprobó que los libros habían salido por la puerta con permiso de alguien: no había señal de violencia. Era la obra impoluta de un guante de seda. Llamaron a declarar a mucha gente: anticuarios, sacerdotes, bibliófilos y finalmente llamaron al portero, que les habló de “un hombre elegante y sabio, de refinados modales, que solía entrar entre las nueve y las once, amigo de Leandro Aína”. Ese hombre era Enzo Ferrajoli.

Ferrajoli: retrato del impostor

Pero, ¿quién era exactamente Enzo Ferrajoli? ¿Cómo podía entrar como Pedro por su casa sin levantar sospechas? Parece que al principio, Salvador Torrijos lo miraba con recelo, con desconfianza. Pero Ferrajoli usó un ardid inapelable. Le entregó hasta 8.000 pesetas para misas dos veces, le prometió editarle sus libros y un cargo de camarero secreto del Papa. Además, tenía un pasado glorioso como teniente de Cuerpo de Tropa Voluntario, era uno de los italianos que habían peleado con Franco, del que presumía ser amigo, decía tener amigos en todo el mundo y además se presentaba avalado por el propio Vaticano, en concreto por el cardenal Palandicini de Roma, y exhibía una cultura asombrosa. Hablaba en varias lenguas. Había sufrido algunas heridas de guerra y tenía varias condecoraciones. Según el catedrático Fernández Clemente se había casado con Margarita Maristany (extremo que no hemos podido comprobar en Barcelona), y “sus relaciones con el mundo del libro antiguo eran excelentes y, como demuestran las declaraciones en su favor en muchos puntos de Europa y Estados Unidos, estaba muy bien considerado”.

En 1961 fue detenido en Barcelona. Y poco después ingresaba, con el portero Jerónimo Sebastián, en la cárcel de Torrero, de marzo a octubre de ese año; luego salieron en libertad condicional. Pero lo peor estaba por llegar.

Y llegó el trece de octubre de 1964 con la sentencia de la Audiencia Territorial de Zaragoza en uno de los “casos más oscuros que he conocido nunca, de un oscurantismo total”, según dice Emilio Gastón, abogado del ayudante Salvador Torrijos. Para entonces ya era arzobispo de Zaragoza Cantero Cuadrado. Se constató que habían desaparecido 583 libros (110 de ellos a manos de Enzo Ferrajoli, que se los llevaba él o se los hacía llevar a Jerónimo Sebastián, en paquetes o sacos, a cambios de gratificaciones que oscilaban entre las 500 y las 15.000 pesetas), y las condenas se repartieron así: a Ferrajoli le cayeron ocho años y un día; a Torrijos y Aína, dos años, cuatro meses y un día, y los pasaron en la cárcel de los conventos de Pasionistas y Agustinos, y a Sebastián, cuatro años, dos meses y un día. El quinto procesado, el bibliófilo y farmacéutico Enrique Aubá, fue absuelto. La sentencia fue confirmada por el Tribunal Superior en Madrid. Con los años, La Seo recuperó apenas una docena de libros. Y “esa -dice Gastón- sigue siendo una inmensa tragedia cultural”.

 

 

 

 

     

    Actualizado el 25/11/2009          Eres el visitante número                ¡En serio! Eres el número         

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