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LA FORMA Y EL CONTENIDO EN LA OBRA LITERARIA
Sin duda, existe un cúmulo de enfoques posibles, referentes a la utilización formal del lenguaje en la obra literaria; al empleo de las reglas gramaticales, de sus formas idiomáticas, de sus hallazgos expresivos, de sus técnicas de elaboración. Incluso, se suscita de inmediato la cuestión acerca de si en la literatura debe considerarse como elemento primordial el referente a las condiciones de empleo del lenguaje como instrumento formal — susceptible sin duda de producir realizaciones estéticas apreciables en sí mismas — o si debe prestarse preferente atención a sus contenidos. Esto es así, especialmente porque una atractiva presentación formal puede envolver contenidos no tan excelentes; y de manera muy particular en cuanto un revestimiento formal atractivo e impactante puede ser el vehículo de contenidos que no deben ser impuestos a través de componentes emotivos o estéticos, sino necesariamente reflexivos. Así es que frecuentemente se habla de “literatura comprometida”, para aludir a obras en las cuales predomina un contenido parcializado hacia ciertas concepciones, ideologías, subculturas y sus escalas de valores; tanto sean dirigidas a refirmar los predominantes en la sociedad, como a impugnarlos.
Dentro de un análisis formal, que no se atiene a los contenidos, caben asimismo otras constataciones, como el empleo de diversas técnicas expositivas de su desarrollo; por ejemplo en “Las sandalias del Pescador” de Morris West, en cuanto alternativamente sus capítulos describen, unos los hechos ocurridos en la realidad, y otros, las introspecciones y reflexiones de su personaje central, que es un Papa. O la frecuente recurrencia, especialmente en las obras literarias producidas luego del auge del cinematógrafo - y también de la televisión - a técnicas similares de exposición a las empleadas por esos medios; en las cuales se introducen “primeros planos”, “planos generales”, planos alternativos, “travelings”, “close ups”, etc., como ocurre, por ejemplo, en los cuentos de Horacio Quiroga.
Habitualmente se hace referencia al “mensaje”, para referirse al conjunto de las resultantes que, en el plano de los sentimientos, las acciones y especialmente las ideas, es el objetivo de la comunicación que el autor intenta emitir hacia el lector o espectador, mediante el instrumento estético del empleo del lenguaje de una manera artística. Ese enfoque artístico del empleo del lenguaje, que apunta a suscitar en el receptor una reacción de goce estético, es lo que en definitiva distingue a la literatura de otras expresiones de comunicacion lingüística, en que el lenguaje es empleado como un vehículo de conceptos racionales o descriptivos; como ocurre normalmente en las obras de discusión filosófica o política, de exposición conceptual científica o humanística, o de mero relato informativo. Ese empleo del lenguaje de una manera especial, con un objetivo estético, es a menudo designado como “la retórica”; aunque esta expresión implica más bien una valoración no positiva del uso de recursos estéticos como vehículo para obtener el convencimiento no racional, respecto de ideas y conceptos que deben ser examinados preferentemente de manera racional y sin que la cobertura formal, estéticamente o idiomáticamente atractiva o ingeniosa de la retórica, debilite la actitud crítica y el análisis racional. En, ese sentido, debe distinguirse el arte literario de la propaganda de ideas o la exposición de posiciones filosóficas y sus similares; en cuanto en estas últimas el lenguaje debe ser empleado en forma cuidadosa pero con la finalidad esencial de transmitir claramente los razonamientos, y no como una cobertura artificiosa y atrayente desde el punto de vista estético.
La valoración de los contenidos de la obra literaria, por consiguiente, no puede prescindir del examen de los supuestos culturales que precisamente conforman el contexto de la obra, sus escalas de valores, sus concepciones en cuanto a la sociedad y las ideologías y los conceptos éticos que da por presupuestos, la legitimidad y verosimilitud de sus descripciones de personajes o de situaciones y del uso de los recursos expositivos; en definitiva, de la resultante final de la obra y su valoración en cuanto al tipo de influencia que procura ejercer sobre el público lector. Naturalmente, éste suele ser el campo más propicio a la polémica, y a la disparidad de juicios de valor en relación a las más importantes y trascendentes obras literarias; pero en ello, por encima de posiciones sectarias, lo importante es mantener una actitud racionalmente crítica e ilustrada.
Por otra parte, la obra literaria —- distinta de aquellos textos analíticos y expositivos de los temas, en forma sistemática y argumental, como el “ensayo”, que se presentan desde el inicio como una exposición dirigida al raciocinio — es abordada por el lector en una actitud desprevenida en cuanto a la tensión racional que requiere el análisis de ciertos temas, generalmente aborda las cuestiones en forma simplificada, unilateral, y altamente subjetiva, mediante un enfoque que apunta a suscitar emociones antes de razonamientos. Otras veces, esas expresiones artísticas, de corte literario, buscan preferentemente reforzar ciertas convicciones o concepciones en cuanto a determinadas cuestiones, para consolidarlas en su lector. En algunos casos — como ocurre especialmente en el teatro y en algunas otras formas de comunicación recibida en colectivo, como la oratoria — el mensaje contenido en la obra literaria aprovecha de ese factor, para promover no solamente la vibración altamente emocional del individuo en sí mismo; sino valerse de la proximidad o el agrupamiento que propicia una asimilación aprobatoria masiva, a partir de quienes siendo más predispuestos a aceptarlo, impulsan el surgimiento de un ambiente colectivo, como ocurre a través del aplauso y otras formas de aprobación colectiva, o de rechazo. |
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