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LA FORMA Y EL CONTENIDO EN LA OBRA LITERARIA
Con ese enfoque, la literatura comprende numerosos aspectos. Existen muy variadas manifestaciones del arte literario; y aún, dentro de cada una de ellas, caben numerosas diferenciaciones.
Por ello, una de las cuestiones fundamentales que suscita la reflexión en torno a la literatura — y sin duda las más encendidas polémicas a su respecto — es aquella de las relaciones entre sus elementos formales, y sus contenidos. Sin duda, existe un cúmulo de enfoques posibles, referentes a la utilización formal del lenguaje en la obra literaria; al empleo de las reglas gramaticales, de sus formas idiomáticas, de sus hallazgos expresivos, de sus técnicas de elaboración. Incluso, se suscita de inmediato la cuestión acerca de si en la literatura debe considerarse como elemento primordial el referente a las condiciones de empleo del lenguaje como instrumento formal — susceptible sin duda de producir realizaciones estéticas apreciables en sí mismas — o si debe prestarse preferente atención a sus contenidos. Esto es así, especialmente porque una atractiva presentación formal puede envolver contenidos no tan excelentes; y de manera muy particular en cuanto un revestimiento formal atractivo e impactante puede ser el vehículo de contenidos que no deben ser impuestos a través de componentes emotivos o estéticos, sino necesariamente reflexivos. Así es que frecuentemente se habla de “literatura comprometida”, para aludir a obras en las cuales predomina un contenido parcializado hacia ciertas concepciones, ideologías, subculturas y sus escalas de valores; tanto sean dirigidas a refirmar los predominantes en la sociedad, como a impugnarlos.
Como expresiones que se valen del idioma escrito, puede estudiarse su valor en cuanto al correcto uso de ese idioma, a su repercusión filológica, incluso a su contribución a la consolidación y difusión de un idioma; como sucede sin duda con algunas obras monumentales como “Don Quijote de La Mancha” respecto del idioma español, o la “Divina Comedia” respecto del idioma italiano, etc. De hecho, la literatura — y en general los textos escritos, como los periódicos — ha sido a lo largo de muchos siglos el medio más importante de transmisión y aprendizaje idiomático; hasta la históricamente reciente imposición de la comunicación masiva oral y audiovisual en los medios electrónicos, como la radio y la televisión, con el consiguiente y notorio deterioro del manejo escrito de idioma en amplios ámbitos poblacionales incluso los de buen nivel educativo.
En cuanto la literatura se sirve tanto de los modos de expresión idiomática en prosa como de sus formas versificadas; en estas últimas es factible su estudio atendiendo esencialmente a sus aspectos formales, en cuanto al seguimiento de ciertas reglas o pautas generales. Tales como los tipos de versos en cuanto a su extensión y ritmo tónico, a sus agrupamientos en estrofas, a sus pautas de rima; e incluso al desenvolvimiento de su contenido dentro de esa misma estructura versificada, como ocurre en el caso del soneto.
En la prosa, caben muchos modos de apreciación formal, ya sea acerca de la estructura sintáctica, del grado de riqueza en el empleo de las posibilidades idiomáticas; del empleo de recursos expresivos, como por ejemplo ocurre en “Pantaleón y las visitadoras” de Mario Vargas Llosa, al describir las acciones de su personaje principal. Dentro de un análisis formal, que no se atiene a los contenidos, caben asimismo otras constataciones, como el empleo de diversas técnicas expositivas de su desarrollo; por ejemplo en “Las sandalias del Pescador” de Morris West, en cuanto alternativamente sus capítulos describen, unos los hechos ocurridos en la realidad, y otros, las introspecciones y reflexiones de su personaje central, que es un Papa. O la frecuente recurrencia, especialmente en las obras literarias producidas luego del auge del cinematógrafo - y también de la televisión - a técnicas similares de exposición a las empleadas por esos medios; en las cuales se introducen “primeros planos”, “planos generales”, planos alternativos, “travelings”, “close ups”, etc., como ocurre, por ejemplo, en los cuentos de Horacio Quiroga.
En cuanto a sus contenidos, también existen diversos modos de analizarlos; desde el que pueda considerarlos como el objeto esencial de la comunicación que emana de la obra literaria, hasta la forma en que su elaboración emplea diversos elementos, tales como la riqueza y detallismo de sus descripciones, la penetración en la interioridad de los personajes que son presentados, la originalidad de las situaciones que se plantean en sus relatos y relaciones, o la forma en ellas que se resuelven. De un modo especial, la estructuración y conjunción de esos componentes dan lugar al surgimiento de modalidades que, a partir de la reunión de diversas obras literarias en ciertos espacios y tiempos comunes, dan origen a la conformación de corrientes, “escuelas”, estilos, “movimientos literarios”, y aún a asociaciones con posicionamientos religiosos, filosóficos y políticos muy determinados.
En gran medida, siendo la literatura en definitiva una forma de expresión que, aunque pueda en algunos casos buscar sus efectos — especialmente estéticos — a través de su forma, apunta a comunicar contenidos; es una actividad que frecuentemente oscila entre el arte como determinante esencial, y el empleo de la atracción que provee el lenguaje estéticamente valorable, o de alguna manera brillante en su exteriorización formal, con fines de estructurar una vía de adhesión y convicción hacia sus contenidos. Habitualmente se hace referencia al “mensaje”, para referirse al conjunto de las resultantes que, en el plano de los sentimientos, las acciones y especialmente las ideas, es el objetivo de la comunicación que el autor intenta emitir hacia el lector o espectador, mediante el instrumento estético del empleo del lenguaje de una manera artística. Ese enfoque artístico del empleo del lenguaje, que apunta a suscitar en el receptor una reacción de goce estético, es lo que en definitiva distingue a la literatura de otras expresiones de comunicacion lingüística, en que el lenguaje es empleado como un vehículo de conceptos racionales o descriptivos; como ocurre normalmente en las obras de discusión filosófica o política, de exposición conceptual científica o humanística, o de mero relato informativo. Ese empleo del lenguaje de una manera especial, con un objetivo estético, es a menudo designado como “la retórica”; aunque esta expresión implica más bien una valoración no positiva del uso de recursos estéticos como vehículo para obtener el convencimiento no racional, respecto de ideas y conceptos que deben ser examinados preferentemente de manera racional y sin que la cobertura formal, estéticamente o idiomáticamente atractiva o ingeniosa de la retórica, debilite la actitud crítica y el análisis racional. En, ese sentido, debe distinguirse el arte literario de la propaganda de ideas o la exposición de posiciones filosóficas y sus similares; en cuanto en estas últimas el lenguaje debe ser empleado en forma cuidadosa pero con la finalidad esencial de transmitir claramente los razonamientos, y no como una cobertura artificiosa y atrayente desde el punto de vista estético.
Como ocurre en muchas otras formas de comunicación social, la literatura puede ser empleada — y frecuentemente lo es — como un medio de exponer, examinar y tratar de convencer, en relación a cuestiones que debiendo ser examinadas en forma objetiva y racional, son presentadas por intermedio de expresiones altamente emocionales, con el deslumbramiento de brillos estéticamente seductores. Que de alguna forma distraen al receptor de la índole sustancial del mensaje que recibe, y generalmente simplifican las cuestiones, predisponiéndolo a aceptar su contenido sin un examen racional, mediante esa forma de aproximación emocional. La valoración de los contenidos de la obra literaria, por consiguiente, no puede prescindir del examen de los supuestos culturales que precisamente conforman el contexto de la obra, sus escalas de valores, sus concepciones en cuanto a la sociedad y las ideologías y los conceptos éticos que da por presupuestos, la legitimidad y verosimilitud de sus descripciones de personajes o de situaciones y del uso de los recursos expositivos; en definitiva, de la resultante final de la obra y su valoración en cuanto al tipo de influencia que procura ejercer sobre el público lector. Naturalmente, éste suele ser el campo más propicio a la polémica, y a la disparidad de juicios de valor en relación a las más importantes y trascendentes obras literarias; pero en ello, por encima de posiciones sectarias, lo importante es mantener una actitud racionalmente crítica e ilustrada.
El empleo de la literatura como instrumento en cierto modo panfletario, no constituye sin duda una práctica reciente. Ya Aristófanes, en la antigua Grecia clásica, se servía del teatro para satirizar, provocando juicios de valor a través de la presentación en el ridículo, de personas o instituciones de su sociedad. Dante Alighieri, en su paseo por el infierno, colocó en él no solamente a personajes generalmente desacreditados, sino también a algunos que él personalmente detestaba. Por otra parte, la obra literaria —- distinta de aquellos textos analíticos y expositivos de los temas, en forma sistemática y argumental, como el “ensayo”, que se presentan desde el inicio como una exposición dirigida al raciocinio — es abordada por el lector en una actitud desprevenida en cuanto a la tensión racional que requiere el análisis de ciertos temas, generalmente aborda las cuestiones en forma simplificada, unilateral, y altamente subjetiva, mediante un enfoque que apunta a suscitar emociones antes de razonamientos. Otras veces, esas expresiones artísticas, de corte literario, buscan preferentemente reforzar ciertas convicciones o concepciones en cuanto a determinadas cuestiones, para consolidarlas en su lector. En algunos casos — como ocurre especialmente en el teatro y en algunas otras formas de comunicación recibida en colectivo, como la oratoria — el mensaje contenido en la obra literaria aprovecha de ese factor, para promover no solamente la vibración altamente emocional del individuo en sí mismo; sino valerse de la proximidad o el agrupamiento que propicia una asimilación aprobatoria masiva, a partir de quienes siendo más predispuestos a aceptarlo, impulsan el surgimiento de un ambiente colectivo, como ocurre a través del aplauso y otras formas de aprobación colectiva, o de rechazo. |
Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |