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LA CRÍTICA LITERARIA EN LA EDAD MEDIA
La crítica literaria durante la Edad Media se caracteriza por privilegar la atención a los aspectos filosóficos, morales o religiosos de la literatura. Por otro lado, el concepto de originalidad se relativiza mucho, y la constante transmisión de las obras a través del medio oral, tiene como consecuencia no solo la diversificación genérica, sino también una gran inestabilidad textual que dificulta el ejercicio de la práctica crítica, que queda limitada a determinados círculos culturales muy cerrados. La principal influencia filosófica durante la Edad Media fue la de Platón, sobre todo su teoría de la división de la realidad entre un mundo inteligible y otro visible, este copia del primero. Esta percepción de la realidad fue aplicada de alguna manera a los textos literarios, en el sentido de que se concibieron como formas indirectas de referirse a realidades superiores, esto es, se consideraron como discursos alegóricos.
Clemente de Alejandria Orígenes Las primeras reflexiones sobre la poesía durante esta época se pueden leer en las obras de Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano y Agustín de Hipona, entre otros. La pretensión fundamental de estos autores es contraponer la verdad de la literatura a la verdad de las Sagradas Escrituras; consideran que la inspiración poética es demoníaca, lo que se observa en la oscuridad de su escritura, a diferencia de la de la Biblia, que es divina, y cuyo sentido es diáfano. Tertuliano Agustín de Hipona No obstante, otros autores como Justino y Taciano, relativizan esta condena a la poesía y observan que, en el marasmo de oscuridad en que está escrita, pueden encontrarse, a pesar de todo, ciertas verdades.
La patrística La Patrística, o interpretación de la Biblia por parte de los llamados Padres de la Iglesia, se fundamenta en la percepción de una determinada distancia entre lo captado directamente en la lectura de los textos y la doctrina cristiana. La base retórica para superar esa distancia será la alegoría, pues se postulará un sentido figurado en los textos que conseguirá reconciliar su sentido con el de la ortodoxia doctrinal. La labor interpretativa de los Padres conllevará la idea de que existen cuatro sentidos en la Biblia: el literal (o histórico, el de la significación primera), el alegórico (o tipológico, que toma el Antiguo Testamento como anuncio del Nuevo), el tropológico (o moral, que interpreta moralmente el sentido literal) y el anagógico (el sentido final o correcto que concilia los textos del Antiguo y Nuevo Testamento dando como resultado la doctrina de la Iglesia).
Crítica sobre obras profanas
Una aplicación directa de estas ideas sobre la interpretación de la Biblia a obras profanas se encuentra en una carta de Dante (aunque la autoría está discutida), en la que realiza una interpretación alegórica de El Paraíso, una de las partes en que se compone la Divina Comedia, y hace varias referencias a la obra en general. Las herramientas teóricas que maneja Dante son las de la escolástica, y no las de Aristóteles u Horacio. Apoyándose en la teoría de los cuatro sentido, reconoce en su propia obra varios sentidos, pero reduce al final estos a dos: el literal y el alegórico, pues considera que en su obra se pueden encontrar verdades divinas, esto es, que además de resultar placentera es útil didácticamente hablando. Formalmente, Dante se refiere a aspectos estructurales (dependencia de las partes respecto del todo), de género literario, la finalidad de su obra, el motivo de la misma, etc. Dante es también el autor del tratado De vulgari eloquentia, fundamental para entender el proceso de dignificación de las lenguas romances. En él, el poeta italiano pretendió elaborar un análisis de todos los estilos y registros lingüísticos, aunque al final solo llegó a abordar el estilo sublime o trágico. Se centra en la obra de la Escuela siciliana y la de los estilnovistas, de tema amoroso. Al lado de esta poética de las lenguas vulgares, Dante presta atención también a cuestiones teóricas sobre el lenguaje: origen, identidad, historia, etc.
También Petrarca, en la Carta X, 4 de Le Familiari (1349) aborda la cuestión de la alegoría como clave interpretativa de la poesía en la Edad Media; para ello, se sirve del comentario a una égloga propia, escrita en latín, y establece como principal semejanza entre el estilo teológico y el poético el uso de la alegoría. En este sentido, en su opinión, el origen de la poesía está en un uso especial del lenguaje para apelar a la divinidad.
El autor del Decamerón escribió a mediados del siglo XIV un tratado en latín titulado Vida de Dante o Trattatello in laude di Dante. Al lado de la atención biográfica que presta al poeta, Boccaccio expone una defensa cerrada de la poesía y "se sitúa además en la tradición interpretativa que persigue en los textos profanos, como en los sagrados, un segundo nivel de significación" En su alegato por la poesía, reconoce el servicio que esta presta al poder, ensalzándolo, y señala como origen del estilo elevado que se utiliza a tales efectos el de la Biblia; consecuentemente, la poesía no deja de ser una forma de teología (y viceversa), en la que se pueden encontrar los mismos dos niveles de significación que en las Escrituras con lo que la poesía es, además, una importante fuente de conocimiento, sobre la base de una pretensión última de tipo educativa por parte de los poetas. También es obra de Boccaccio el tratado en latín titulado Genealogiae deorum gentilium libri, una especie de manual para poetas y lectores de poesía que resultaría importante como transmisora de la mitología clásica de la Edad Media al Renacimiento. Su defensa de la poesía se basa en distintos principios: su universalidad, su antigüedad, el respeto que siempre ha concitado entre los poderosos, su origen divino que la aparta de cosas terrenales, etc., que se sintetizan en su idea de que la poesía concita tres aspectos esenciales: la verdad, la ficcionalidad y la belleza. El origen divino, por lo demás, no obsta para que la disciplina, el estudio y el trabajo del poeta sean condiciones indispensables a la hora de la creación literaria. Por último, intenta demostrar que los textos no religiosos, al ser interpretados alegóricamente, pueden reflejar la verdad cristiana.
Autores españoles del siglo XV La percepción de la poesía a lo largo del siglo XV se decanta por su lado lúdico, frente a tareas consideradas más serias como el adiestramiento en el manejo de las armas. Juan Alfonso de Baena, en el prólogo al cancionero por él compilado, realiza una apología de la escritura basada en su función registradora de la memoria (opuesta, pues, a la crítica de Platón al respecto) y una defensa de la poesía basada en que en ella, aparte de deleitarse, puede uno aprender. Por otro lado, Baena reconoce el origen divino del don poético, pero entiende que este solo le llega a los capacitados para darle un buen uso.
Marqués de Santillana Por su parte, el Marqués de Santillana, en su carta-prólogo al condestable de Portugal realiza un recorrido por la historia de la poesía en lenguas romances atendiendo a diversos autores y obras; además de esta parte expositiva, la carta contiene una vertiente apologética sobre la poesía en la que el marqués intenta defender la dignidad de la práctica poética sobre la base de argumentos religiosos (origen divino y presencia en la Biblia), del uso especial de la lengua que en ella se hace, de su mayor antigüedad respecto de la prosa y de su cultivo por grandes y eminentes autores. En su definición de la poesía, el marqués de Santillana combina la referencia a su ficcionalidad, a su utilidad, a su sentido alegórico y a su carácter científico (por las reglas de composición que la rigen).
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Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |