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LITERATURA DEL S.XVIII EN ITALIA
Una vez que se hubo liberado de la dominación española en el siglo XVIII, la nueva situación política italiana comenzó a mejorar bajo José II, Emperador del Sacro Imperio Romano, y sus sucesores. Estos príncipes estuvieron muy influenciados por los filósofos, los cuales a su vez estaban bajo la influencia del amplio movimiento ideológico que se expandía por Europa y era conocido como la Ilustración.
Gianbattista Vico representa el despertar de la conciencia histórica en Italia. En su Ciencia Nueva, investigó las leyes que gobiernan el progreso de la raza humana, conforme a las cuales se desarrollarían los hechos históricos. A partir del estudio psicológico del hombre intentó inferir la naturaleza común a todas las naciones, es decir, las leyes universales de la Historia, por las cuales las civilizaciones surgen, florecen y caen. A partir del mismo espíritu que inspiró a Vico surgió un tipo de investigación diferente, la de las fuentes de la historia civil y literaria de Italia.
Ludovico Antonio Muratori
Ludovico Antonio Muratori, tras recoger en su Rerum Italicarum Scriptores las crónicas, biografías, cartas y diarios sobre historia italiana entre 500 y 1500, y una vez discutidas las más oscuras cuestiones históricas en el Antiquitates Italicae medii aevi, escribió los Anales de Italia, minuciosa narración de hechos a partir de las fuentes originales. Socios de Muratori en su investigación histórica fueron Scipione Maffei de Verona y Apostolo Zeno de Venecia. En su Verona ilustrada, Maffei nos dejó no solo una joya para la lectura sino también una excelente monografía histórica. Zeno añadió erudición a la historia de la literatura, tanto en sus Dissertazioni Vossiane como en sus notas a la Biblioteca de la Elocuencia Italiana de Monseñor Giusto Fontanini. Girolamo Tiraboschi y el conde Giovanni Maria Mazzuchelli de Brescia se dedicaron asimismo a la historia de la literatura. Al mismo tiempo que el nuevo espíritu de los tiempos llevaba a la investigación de las fuentes históricas, se impulsaba la investigación de los mecanismos que regían las leyes económicas y sociales. Francesco Galiani escribió sobre la moneda; Gaetano Filangieri escribió la Ciencia de la legislación; Cesare Beccaria, en su Tratado de los delitos y las penas, contribuyó enormemente a la reforma del sistema penal, promoviendo la abolición de la tortura.
Giuseppe Parini
La figura más importante del renacer literario del siglo XVIII fue Giuseppe Parini. Nació en un pueblo de la Lombardía en 1729, se educó en Milán, y de joven fue conocido entre los poetas de la Arcadia por el nombre de Darisbo Elidonio. Incluso como poeta de la Arcadia, Parini fue muy original. En una colección de poemas que publicó a los 23 años bajo el seudónimo de Ripano Eupilino, demostró su capacidad para captar escenas de la vida real, mientras que en sus piezas satíricas exhibió su franca oposición al espíritu de su tiempo. Estos poemas, aunque poco originales, indican una resuelta determinación de combatir los convencionalismos literarios. Superando sus poemas de juventud, se presentó como un innovador de la lírica, rechazando tanto el petrarquismo como el secentismo y la Arcadia, las tres enfermedades que el pensaba habían debilitado el arte italiano los siglos precedentes. En sus Odas se escucha todavía su tono satírico, pero surge aún más fuerte en su El día, en el cual se imagina a sí mismo como preceptor que enseña a un joven patricio milanés los modos y maneras de la vida galante, descubriendo todas sus ridículas frivolidades y desenmascarando con delicada ironía la futilidad de los hábitos aristocráticos. Dividiendo el día en cuatro partes: La Mañana, El Mediodía, La Tarde y La Noche, describe las banalidades de las que están compuestas, asumiendo así el libro un valor histórico y sociológico mayor. Como artista, volviendo a las formas clásicas, aspirando a la imitación de Virgilio y Dante, abrió el camino a la escuela de Vittorio Alfieri, Ugo Foscolo y Vincenzo Monti. Como obra de arte, La Mañana es extraordinaria por su delicada ironía. El verso tiene armonías nuevas, a veces un poco duras y rotas, como una protesta contra la monotonía de la Arcadia.
Vittorio Alfieri
La sátira de Gasparo Gozzi es menos elevada, pero tiene la misma finalidad que la de Parini. En su Observatorio, similar al Espectador de Joseph Addison, en su Gazeta Veneciana y en su Mundo Moral, por medio de alegorías y originalidades, ataca los vicios con delicado toque, presentando una práctica moral. La sátira de Gozzi tiene un cierto parecido con el estilo de Luciano. La prosa de Gozzi es grácil y viva, a pesar de imitar a los escritores del siglo XIV. Otro escritor satírico de la primera mitad del siglo XVIII fue Giuseppe Baretti de Turín. En un periódico llamado La Fusta Literaria critica sin compasión las obras que se publican en ese momento en Italia. Sus viajes le enseñaron mucho; su larga estancia en Gran Bretaña contribuyó al carácter independiente de su pensamiento. La Fusta fue el primer libro de crítica independiente dirigido contra la Arcadia y los pedantes.
Giuseppe Baretti Pietro Metastasio
Este movimiento de reforma buscaba el abandono de lo convencional y artificioso, volviendo a la veracidad. Apostolo Zeno y Metastasio (el nombre arcadiano de Pietro Trapassi, nacido en Roma) tuvieron como empeño el hacer compatibles el melodrama y la razón. Metastasio mostró frescura en la expresión de los afectos, un desarrollo natural de los diálogos y algo de interés en la trama; si no hubiera caído en el refinamiento artificial y empalagoso, así como en frecuentes anacronismos, estaría considerado el principal reformador del teatro del siglo XVIII. Carlo Goldoni, veneciano, superó las viejas formas populares de la comedia, con sus personajes de pantalone, el doctor, arlequín, Brighella, etc. retomando la Commedia dell'Arte según el ejemplo de Moliere. Los personajes de Goldoni son a menudo superficiales, pero los diálogos son muy vivos. Escribió cerca de 150 comedias, sin tiempo para pulirlas y perfeccionarlas, continuando así la comedia de personajes que inició Maquiavelo con su Mandrágora. La aptitud dramática de Goldoni se refleja en el hecho de que tomó casi todos sus personajes de la sociedad veneciana, consiguiendo dotarles de una inacabable variedad. Muchas de sus comedias las escribió en dialecto veneciano.
Carlo Goldoni
Las ideas que impulsaron la Revolución Francesa de 1789 dieron un sentido especial a la literatura italiana en la segunda mitad del siglo XVIII. El amor a la libertad y el deseo de igualdad crearon una literatura con propósito nacional, que buscaba mejorar la situación del país liberándolo del doble yugo del despotismo político y del religioso. Los italianos que aspiraban a una redención política consideraban ésta inseparable de una recuperación intelectual, que al mismo tiempo creían sólo podía llevarse a efecto volviendo al antiguo clasicismo. Este fenómeno fue una repetición de lo que ya había ocurrido en la primera mitad del S. XV. Patriotismo y clasicismo, por lo tanto, fueron los dos principios que inspiraron la literatura que comienza con Vittorio Alfieri. Este autor adoraba la idea griega y romana de la libertad del pueblo en armas contra la tiranía. Tomó los temas de sus tragedias de la historia de dichas naciones e hizo hablar a los antiguos personajes como si fueran revolucionarios de su tiempo. La escuela de la Arcadia, con su verborrea y trivialidad, fue rechazada. Su intención fue ser escueto, conciso, fuerte y amargo, aspirando a lo sublime como oposición a lo bajo o pastoral. Salvó la literatura de la vacuidad arcadiana, encaminándola hacia una motivación nacional, armada solamente con el patriotismo y el clasicismo.
Ugo Foscolo Ugo Foscolo fue a su vez un patriota entusiasta, inspirado también en los modelos clásicos. Las Cartas de Jacopo Ortis, inspiradas en el Werther de Goethe, son una historia de amor mezclada con patriotismo; contienen una violenta protesta contra el Tratado de Campo Formio, junto a un arrebato sentimental del propio Foscolo fundado en sus propios problemas amorosos. Sus pasiones fueron repentinas y violentas, y a una de ellas es a la que debe el Ortis su origen, siendo quizás ésta la mejor y más sincera de todas sus obras. En ella es a veces pomposo y retórico, pero mucho menos que, por ejemplo, en sus lecciones Del origen y del oficio de la literatura. En general, la prosa de Foscolo es ampulosa y afectada, reflejando el carácter de un hombre que siempre gustó de posar en actitud dramática. Este fue, en efecto, el principal defecto de la época napoleónica, en la que causaba repulsión todo lo común, lo simple o lo natural; todo debía asumir siempre un aspecto heroico. En Foscolo esta tendencia fue excesiva. Los Sepulcros, que es su mejor poema, está marcado por los elevados sentimientos y la maravillosa maestría en la versificación. Hay pasajes oscurísimos en él, hasta el punto de parecer como si incluso el autor mismo no se hubiera formado una clara idea de ellos. Dejó incompletos tres Himnos a las Gracias, en los cuales cantó a la belleza como fuente y origen de la cortesía, de todas las cualidades elevadas y de la felicidad. Entre sus obras en prosa ocupa un lugar relevante su traducción del Viaje Sentimental de Laurence Sterne, escritor del cual Foscolo estuvo profundamente influenciado. Tras exiliarse en Inglaterra, murió allí, pero con tiempo de escribir para el público inglés algunos ensayos sobre Petrarca, textos del Decamerón y Dante, los cuales son notables por la época en la que están escritos, y que bien puede decirse que inician un nuevo tipo de crítica literaria en Italia. Foscolo es todavía muy admirado, y no sin razón. Aquellos que hicieron la revolución de 1848 crecieron con sus obras. Vincenzo Monti también fue un patriota, pero a su manera. No tuvo un sentimiento profundo que le guiara, o más bien, la volubilidad de sus sentimientos fue su principal característica, pero todos ellos fueron formas distintas de patriotismo que tomaban el lugar del anterior. Vio un peligro para su país en la Revolución Francesa, y escribió el Peregrino Apostólico, el Bassvilliana y el Feroniade; las victorias de Napoleón le impulsaron a escribir el Pronreteo y la Mussagonia; en su Fanatismo y en su Superstición atacó al papado; posteriormente cantó alabanzas a los austriacos. Así, con cada gran acontecimiento cambiaba sus ideas, con una facilidad que podría parecer increíble, pero que es fácilmente explicable. Monti fue sobre todo un artista; todo lo demás en él era factible de cambio. Sabiendo más bien poco de griego, tuvo éxito al hacer una traducción de la Iliada que es notable por su sentimiento homérico, mientras que en su Bassvilliana alcanza cotas cercanas a Dante. En él la poesía clásica pareció revivir en toda su florida grandeza.
Vincenzo Monti
Monti nació en 1754, Foscolo en 1778; cuatro años más tarde todavía nacería otro poeta de la misma escuela: Giambattista Niccolini. En literatura fue un clasicista y en política un Ghibelino, una rara excepción en la güelfa Florencia, su ciudad natal. Al imitar a Esquilo, así como al escribir el Discurso sobre la tragedia griega o el Sublime Miguelangel, Niccolini mostró su devoción apasionada hacia la literatura clásica. En sus tragedias se liberó de la excesiva rigidez de Alfieri, acercándose en parte a los autores trágicos ingleses y alemanes. Casi siempre eligió temas políticos, esforzándose por mantener vivo en sus compatriotas el amor a la libertad. Así, escribió el Nabucco, Antonio Foscarini, Giovanni da Procida, Ludovico el Moro y otros. Asedió la Roma papal en Arnaldo de Brescia, una larga pieza trágica no susceptible de escenificación, más épico que teatral. Las tragedias de Niccolini muestran una rica vena lírica más que genio dramático. Tiene el mérito de haber reivindicado las ideas liberales, y en haber abierto un nuevo camino para la tragedia italiana. Carlo Botta, nacido en 1766, fue testigo del espolio francés en Italia y de la dominación napoleónica. Escribió una Historia de Italia desde 1789 a 1814, continuando posteriormente la Historia de Guicciardini hasta 1789. Escribió siguiendo los modos de los autores latinos, intentando imitar a Livy, poniendo juntos largos y sonoros periodos en un estilo que intenta ser como el de Boccacio, pero teniendo poco cuidado en lo que constituye el material crítico de la historia, solo intentando declamar con su académica prosa a mayor gloria de su país. Botta quería ser clásico en un estilo que ya no podía ser considerado así, fallando por lo tanto en la consecución de su objetivo literario. Su fama es sólo la de un hombre de noble y patriota corazón. No tan mala como las dos historias de Italia es su Guerra de la Independencia americana. Junto a Botta aparece Pietro Colletta, napolitano nacido nueve años después de él. Él también tiene, en su Historia del Reino de Nápoles entre 1734 y 1825, la idea de defender la independencia y libertad de Italia en un estilo calcado al de Tácito, pero con mejor fortuna que Botta. Posee un estilo nervioso, escueto y directo, que hace muy atractiva la lectura de su libro. Se comenta que Pietro Giordani y Gino Capponi lo corrigieron para él. Lazzaro Pappi, de Lucca, autor de los Comentarios a la revolución francesa de 1789 a 1814, no es del todo simiar a Botta y Coletta. El también fue un historiador al estilo clásico, y trata los temas con sentimiento patriótico, pero como artista tal vez sea más excelso que ellos. Mientras las más ardientes pasiones políticas se enfrentaban, y mientras los más brillantes hombres de genio en la nueva escuela clásica y patriota eran puristas a la altura de sus influencias, surgió la polémica sobre la pureza del lenguaje. En la segunda mitad del siglo XVIII la lengua italiana estaba llena de expresiones francesas. Había una gran indiferencia hacia la forma, y aún más hacia la elegancia del estilo. La prosa necesitaba de una recuperación por el bien de la dignidad nacional, y se pensó que esto no podría conseguirse si no era a través de la vuelta a los grandes escritores del siglo XIV, a los aurei trecentisti, como eran conocidos, o en su defecto a los clásicos de la literatura italiana. Uno de los promotores de esta nueva escuela fue Antonio Cesari de Verona, quien reeditó los antiguos autores y publicó una nueva edición, con añadidos, del Vocabolario della Crusca (N. del T.: lo que en español sería llamado un Vocabulario de la Academia). Escribió un discurso titulado Sobre el estado actual de la lengua italiana, empeñándose en establecer la supremacía del toscano y de sus tres grandes representantes: Dante, Petrarca y Boccaccio. Siguiendo este principio escribió varios libros, esforzándose en copiar a los trecentistas tan fielmente como fuera posible. Pero el patriotismo en Italia tiene siempre algo de provinciano, y así, contra esta supremacía toscana proclamada y defendida por Cesari, surgió una escuela lombarda que no quería saber nada del toscano y que, siguiendo la De vulgari eloquentia de Dante, volvían a la idea de una lingua illustre. Aunque la polémica era ya vieja, amplia y ácidamente argumentada en el Cinquecento por Varchi, Muzio, Lodovico Castelvetro, Speroni y otros, ahora surgía con nuevas fuerzas. A la cabeza de la escuela lombarda estaba Vincenzo Monti y su hijastro el conde Giulio Perticari. El primero escribió Proposta di alcune correzioni ed aggiunte al vocabolario della Crusca, en el cual atacaba el toscanismo de la Crusca con estilo grácil y simple, al punto de conseguir una de las más bellas prosas de la literatura italiana. Perticari, con muchos menos conocimientos, estrechó y exasperó la cuestión en dos tratados: Sobre los escritores del Trecento y Sobre el amor a la patria en Dante. La disputa sobre el lenguaje se unió a la polémica literaria y política, tomando parte en ella toda Italia: Basilio Puoti en Nápoles, Paolo Costa en la Romagna, Marco Antonio Parenti en Módena, Salvatore Betti en Roma, Giovanni Gherardini en la Lombardía, Luigi Fornaciari en Lucca y Vincenzo Nannucci en Florencia. Patriota, clasicista y purista, todo al mismo tiempo, fue Pietro Giordani, nacido en 1774; él encarna un compendio del movimiento literario de su tiempo. Su vida entera fue una batalla por la libertad. Versado en griego y latín, así como en los trecentistas italianos, dejó sólo unos pocos escritos, pero están redactados en un estilo tan cuidadosamente elaborado que le hizo ser muy admirado en su tiempo. Con él se cierra el periodo literario de los clasicistas. |
Actualizado el 25/11/2009 Eres el visitante número ¡En serio! Eres el número |