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EL
PREMIO LITERARIO
Artículo de Enrique García-Máiquez en el Diario de Jerez
del 12 de agosto de 2005. Tomado de Al margen de los días,
http://almargendelosdias.blogspot.com/search/label/premios%20literarios
Mario Quintana animaba a todo el mundo a escribir poemas porque hacerlo afina la
sensibilidad, aumenta el autoconocimento y mejora el manejo del lenguaje. Sólo
pedía que luego, por favor, no le leyerán a él los poemas. Yo pensaba que el
comentario era un poco cínico, y me hacía mucha gracia. Sin embargo, este verano
me ha tocado ser miembro del jurado de un premio de poesía y me he dado cuenta
de que el asunto va en serio. Tener que leer tantos libros es un trabajo que -a
medida que uno se mete en las obras de los anónimos concursantes- se va
volviendo de alto riesgo. No puedo olvidar que comparto con esos escritores una
misma vocación poética y me acuerdo de las veces que yo me presenté a concursos
parecidos. El riesgo es, por tanto, de implicación sentimental. Escoger al
ganador no será duro, la verdad, porque la mayoría de los originales son
-hablando en plata- malos. Y ahí está el riesgo: los poemas fallidos se quedan
en la superficie y sólo cuentan la vida del que los escribió. Un buen poema,
aunque esté escrito en primera persona, consigue que el lector se reconozca a sí
mismo en lo que lee y que acabe despreocupándose del autor. En los malos, sin
embargo, uno termina cogiéndole cariño a quien, como un amigo extrovertido,
inoportuno y un poco reiterativo, te está contando su intimidad. Y esto sí es
duro: imagine que una persona amable le explica, a lo largo de ochenta folios,
cómo una señora le ha roto el corazón, y que cuando acaba, usted, en vez de
solidarizarse con él y pagarle una ronda, lo que hace es negarle un premio
literario que, a lo mejor, le hubiese alegrado algo la existencia. Y que después
se lo niega sucesivamente a padres modélicos, a chicas que luchan contra el
machismo y a vecinos que ensalzan sus lugares de nacimiento. La cosa ha empezado
a afectarme. Me quedan, no obstante, algunos consuelos. El primero, comprobar
que, a pesar de los telediarios y de las páginas de sucesos, la gente tiene unos
sentimientos excelentes: quiere a sus parejas, adora a los niños, se emociona
ante la naturaleza y se pregunta por el más allá cuando contempla una noche
estrellada. Incluso el que posa de maldito tiene en el fondo un corazón de oro.
Mi optimismo ante la especie humana (exceptuando lo que hace relación a sus
dotes literarias) ha aumentado. El segundo consuelo es que, como decía Plinio
(¿el Joven o el Viejo?; no importa, a estas alturas los dos están calvos), no
hay libro que no tenga algo bueno. Y lo cierto es que en todos te sorprende, de
pronto, un relámpago impagable de belleza. También me gusta recordar la idea de
Quintana. El premio se lo llevará el que demuestre más pericia literaria, pero
incluso el que menos habrá ganado un mayor conocimiento propio y mucha intimidad
con el idioma. En poesía, como en la vida, la recompensa no estriba en el
aplauso de los demás, sino en la satisfacción de haber cumplido la propia
vocación lo mejor que se pudo.
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